A mediados del siglo XIX español el desarrollo de la ilustración marcó un antes y un después, no solo en las estampas o en los pliegos de cordel, tan apreciados por el público generalista popular, sino también a través de la prensa, revistas románticas y en las novelas populares como medio de acercamiento y motivación para su lectura.
La importancia de las ilustraciones populares, derivadas de los textos, no ha suscitado el suficiente interés por parte de investigadores y críticos hasta hace relativamente poco tiempo. Hasta la llegada de la fotografía a fines del siglo XIX, proliferaron dibujantes y grabadores cuyo trabajo se reflejaba primordialmente en la prensa y en revistas de la época, aunque poco a poco fueron ilustrando cada vez más novelas de carácter popular que fueron alcanzando una mayor profusión. El concepto generalista de literatura popular es ciertamente ambiguo, con numerosos perfiles e interpretaciones diferentes, pero que en un sentido amplio hace referencia a su aceptación por amplias capas sociales, generalmente las menos favorecidas socialmente, pero que encuentran en esos escritos motivos que les resultan atractivos y son fuertemente demandados. Obviamente, las fronteras entre la considerada literatura culta y la popular se influyen mutuamente y en ellas se entremezclan gustos y motivos, temas y tipos que hacen difícil su tratamiento si no es con fines expositivos y didácticos ya que señalan una práctica lectora en desarrollo en amplias capas de población. La literatura popular, considerada en su conjunto, ha de entenderse como códigos culturales compartidos, aunque con diferencias, según el aspecto concreto que consideremos, así como los estilos y modos de apropiación que se interrelacionan de forma híbrida.
En esta primera entrada me voy a detener en una novela que alcanzó gran difusión y que fue traducida a otros idiomas, obra de un autor muy desconocido actualmente por el público en general, pero que fue referencia indiscutible como escritor y editor. Me refiero a Wesceslao Ayguals de Izco (Vinaroz, Castellón, 1801-Madrid, 1873). Aparte de sus escarceos políticos, fue director de periódicos, crítico de arte, poeta y destacado precursor de las novelas por entregas adelantándose unos cuantos años a su más amplia difusión.
La importancia de estas manifestaciones no solo reside en su interés literario, sino que en ellas aparecen más o menos entreveradas opiniones políticas, gustos estéticos o formas de comportamientos y preferencias que iluminan el imaginario social de la época.
Este polifacético y polémico personaje, considerado como un escritor de segunda fila según la más difundida crítica académica, es un referente inexcusable de la literatura popular y de la novela por entregas, asociada al costumbrismo y a sus incursiones por la conocida como novela histórica para decantarse mediante agudas opiniones morales contra la aristocracia y el poder ejercido por la iglesia acorde a su acendrado anticlericalismo.
Los modelos editoriales del folletín y la novela por entregas, aunque en un principio respondiesen a diferentes motivaciones económicas editoriales, para atender a un público lector consumidor de periódicos, con el paso del tiempo tendieron a igualarse y a considerarse sinónimos. En un primer momento el folletín consistía, según María Moliner:
"Escrito que se inserta en la parte inferior de alguna hoja de un periódico, de modo que se puede cortar para coleccionarlo; generalmente se publican así novelas por partes; a veces, también artículos literarios o ensayos". (Moliner, 2007:1379).
Ayguals fue también el creador de la que fuera importante editorial llamada Sociedad Literaria, desde la que difundía sus propias obras y en las que incluía en apéndice los elogios a sus obras de personalidades del mundo literario, aumentando el prestigio del escritor al tiempo que servían como estrategias comerciales para la difusión de su obra.
La venta de novelas en fascículos o cuadernillos era otra forma de responder a distintas formas de entender el negocio editorial según se buscara un resultado económico. Tanto el folletín como la novela por entregas tenía su propio público lector. No hay que olvidar que el alto grado de analfabetismo de entonces promovía distintas formas de enfrentarse a lecturas en voz alta y en pequeños círculos de lectura, sobre todo en las zonas rurales, o a prestarse las lecturas entre los lectores, lo que disminuía claramente el negocio editorial buscando posponer a la siguiente entrega el resultado de un conflicto para motivar en el lector el resultado del mismo.
Las ilustraciones que acompañan muchas de estas novelas populares, tuvieran más o menos relación con la trama de las mismas, funcionaban como estrategia para atraer la atención de los consumidores de este tipo de literatura al incluir ilustraciones de corte costumbrista, de escenas o de paisajes cotidianos que resultaran reconocibles.
Es importante contextualizar la labor de este escritor en la época que vivió durante el reinado de Isabel II. La obra a la que dedico esta primera entrada es una de las más célebres del escritor con el título de María, la hija de un jornalero, publicada primeramente por entregas en Madrid en 1845-1846, y consolidada en dos volúmenes el año 1847, todo ello publicado por la propia imprenta del autor. El intrincado argumento desarrolla las desventuras de María, enamorada del noble Luis de Mendoza, y acosada por el padre franciscano fray Patricio en su afanoso intento de seducir a la joven. En el desarrollo de los acontecimientos aparecen también personajes como la marquesa de Turbias Aguas, la baronesa del Lago, etc. Pero el mayor interés de la novela no es propiamente el argumento sino las ideas y valoraciones que subyacen en su desarrollo, donde desprecia la ostentación de la aristocracia y el poder de la iglesia y postula la exaltación del liberalismo. Todo ello va acompañado de numerosas descripciones de lugares tan emblemáticos como San Francisco el Grande, El Escorial, el palacio de San Ildefonso en La Granja o el de Aranjuez, aparte de incursiones sobre ambientaciones populares y modos de diversión como en la Pradera de San Isidro, descripción de tabernas, festejos taurinos, bailes populares, comidas campestres, modas del vestir o los bailes de máscaras de las clases privilegiadas en el Carnaval.
Para hacernos una somera idea del desarrollo en capítulos de la novela reproduzco los índices de la obra publicada en dos tomos en 1847.
Tal fue el éxito editorial de María, la hija de un jornalero que hasta fue adaptada como obra de teatro en cuatro actos, drama del que no he logrado reunir más información.
No deja de resultar de interés las diferencias de opinión sobre la obra de Ayguals de Izco según tengamos en cuenta la ideología de la prensa liberal, que representaba el escritor, o la ideología de la prensa conservadora.
En el juicio crítico sobre la obra del también escritor Antonio Ribot y Fontseré (1813-1871), incluido junto con otros, al final del tomo II (pp. 394-395) expresa de forma laudatoria:
[...] Las reflexiones morales del señor Ayguals de Izco, dirígense á destruir vulgares preocupaciones con tal raciocinio y tal copia de sólidos argumentos, que cautivan agradablemente la atención del lector, así como entusiasma la enérgica convicción de sus principios democráticos, y el denuedo con que anatematiza los abusos del poder arrancando la más cara de los hipócritas y haciendo revelaciones de importancia. [...] El señor Ayguals ha conocido perfectamente las leyes del contraste; ha interpolado con particular criterio lo jocoso y lo patético, ha buscado también contraste en las situaciones y contraste en las personas, y ha conseguido de este modo que todo en su obra se presentase en relieve, porque lo blanco junto á lo negro es cuando parece mas blanco. ¡ Qué con traste entre las virtudes de la pobre hija de un jornalero y la asquerosa lascivia de Fray Patricio! ¡Qué contraste entre la miseria y la opulencia, entre el pueblo y sus opresores, entre la libertad y el despotismo!
Sin embargo, y a modo de ejemplo, los periódicos de ideología conservadora criticaron agudamente la obra del escritor de Vinaroz calificándola de "disparatada, lánguida y fastidiosa" (La Censura, 1848). La Iglesia reaccionó contra esta y otras novelas de Ayguals de Izco, debido a la fama adquirida de escritor anticlerical, incluyéndolas en su Índice de Libros Prohibidos. A partir de 1859 la censura prohibió todas las obras publicadas por la Sociedad Literaria.
Considerado con gran desinterés por la crítica académica, la figura de Ayguals ha ido adquiriendo un mayor interés desde un punto de vista de la historia cultural en sus variados aspectos como uno de los iniciadores de la novela moderna en España en su dimensión social.
Mediante esta entrada pretendo otorgar un merecido valor, no solo al propio contenido de la novela, sino a la importancia añadida de las ilustraciones que la acompañan. Para ello ha elegido algunas que representan tipos populares y las relacionadas con determinados monumentos y palacios que sirven al autor para dotar de conocidos escenarios su trayectoria narrativa.
Ayguals se valió de importantes dibujantes e ilustradores, entre ellos con el conocido Vicente Urrabieta (ilustrador también de las Escenas Matritenses de Mesonero Romanos y destacado colaborador en el Semanario Pintoresco Español o del Museo de las Familias, entre otras publicaciones). Otros ilustradores que intervinieron fueron Benedicto y José Vallejo. El auge progresivo de la ilustración constituye un eje vertebrador entre el autor y el artista gráfico en la literatura en general a partir de estos años centrales del siglo XIX. La ilustración actúa cada vez más como reclamo para el público lector al reflejar detalles del paisaje urbano, de las fiestas o de circunstancias relacionadas con la trama.
Pequeña selección de ilustraciones
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En el Museo del Prado |
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Convento de San Francisco el Grande |
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Casa de Correos |
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Fachada de la colegiata de San Isidro |
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Palacio Real de Aranjuez |
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Monasterio de San Lorenzo del Escorial |
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Panteón Real del Monasterio del Escorial |
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Palacio de San Ildefonso en La Granja (Segovia) |
©Antonio Lorenzo
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