domingo, 14 de julio de 2013

Testamento del bastardo Juan José de Austria


Juan José de Austria (1629-1679), hijo natural de Felipe IV y de la actriz cómica María Inés Calderón “La Calderona”, es uno de los personajes más fascinantes de la historia moderna española. Reconocido por su padre en 1642, perdió el favor de la corte a raíz de sus derrotas en Flandes y Portugal, pero finalmente, tras una vida de altibajos, llegó incluso a ejercer el cargo de primer ministro durante la regencia de su hermanastro Carlos II.

Son tres los reyes que llenan el siglo XVII español: Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700). Algunos autores consideran a Juan José de Austria como el último de los validos de la monarquía española y otros como el antecedente de un primer ministro.


María Inés Calderón 'La Calderona'
Juan José de Austria fue el fruto de una de las numerosas aventuras amorosas y correrías amatorias de Felipe IV y que eran conocidas por su primera esposa Isabel de Borbón. Uno de los romances más comentados fue el que sostuvo con María Inés Calderón, fruto de los cuales fue el nacimiento de Juan José. Conocida también por “Marizápalos”, dio a luz a Juan José en la calle Leganitos de Madrid y en el registro bautismal se anotó que era “hijo de la tierra”, una de las formas de inscribir a los bautizados cuyos padres no se conocían. El recién nacido fue primeramente trasladado a León para alejarle de la corte y posteriormente a Ocaña.

Una rapidísimo recorrido por su biografía es el siguiente: con apenas 18 años estuvo al mando de la flota enviada para sofocar la revuelta de Nápoles (1647-51). Intervino en el sitio de Barcelona de 1652 que puso fin a la larga guerra de la Corona contra la rebelión de Cataluña, donde fue nombrado virrey (1653-56). También fue nombrado virrey de Flandes (1656-59). Felipe IV le encomendó el mando del ejército para recuperar el control de Portugal (1661-64), tarea en la que fracasó.

Tras la muerte de su padre en 1665 quedó como regente su segunda mujer, Mariana de Austria. Juan José contaba entonces con 36 años y su hermanastro y heredero al trono, Carlos, con tan sólo cuatro.

Es conocida su animadversión a la viuda y madrastra Mariana de Austria y a su valido y confesor el jesuita austriaco Nithard. En 1668 fue desterrado al descubrirse su implicación en un complot contra Nithard; antes de ser detenido, huyó a Cataluña y se puso al frente de una fuerza armada, con la que marchó hacia Madrid, forzando la caída de Nithard (1669).

Tras la caída posterior de Valenzuela (nuevo valido de Mariana de Austria) regresó a Madrid, y apoyado por los militares y los grandes de España, dirigió el gobierno de la monarquía de su hermanastro Carlos II hasta su muerte.








Testamento de Juan José de Austria


Según escribe José Calvo Poyato en la biografía que ha dedicado al personaje (Juan José de Austria. Un bastardo regio, Barcelona, Plaza&Janés, 2002).

 “Cuando don Juan expiraba, Carlos II se divertía viendo unos fuegos de artificio que estaban quemándose en la plaza de palacio. Allí le llegó la noticia del fallecimiento de su hermano. Parece ser que no le afectó. Ni siquiera se tomó la molestia de visitar el cadáver, limitándose a disponer que se diese sepultura a su cuerpo embalsamado en el panteón real de El Escorial, si bien antes del entierro sus restos mortales quedarían expuestos al público durante tres días en el Alcázar Real, mientras se decían gran cantidad de misas por la salvación de su alma.
  Por expreso deseo de don Juan, su corazón fue llevado a la basílica del Pilar de Zaragoza, para que quedase a los pies de aquella imagen por la que el difunto había tenido especial veneración. Para su entierro fue amortajado con su hábito y las insignias propias de su rango como gran prior de la orden de San Juan. El día 20 se efectuó el traslado de su cadáver para ser enterrado. Mientras que por los tortuosos caminos de la sierra madrileña era conducido el cadáver de don Juan para quedar sepultado en el panteón, Carlos II se dirigía a Toledo para reunirse con su madre; iba acompañado por un gentío del que formaban parte muchos de los desterrados por orden de don Juan que, advertidos de su muerte, habían regresado a toda prisa a Madrid.
 No hubo grandes manifestaciones de duelo por su óbito. Desvanecidas las expectativas que su ascenso al poder había alumbrado, el pueblo de Madrid, de quien había sido un ídolo, estaba al igual que su rey, más pendiente de los festejos y celebraciones que con motivo de la boda real ya habían comenzado”.
Grabado de Joannes Blavet (1675)

Continuando con lo escrito por su biógrafo Calvo Poyato:

“En su testamento, que estaba fechado en Madrid el 7 de septiembre, dejaba expuestas sus últimas voluntades respecto de los escasos bienes y pertenencias que tenía. A diferencia de otros validos que habían aprovechado su tiempo de privanza para acumular grandes fortunas, don Juan nunca mostró interés por el dinero ni por los bienes materiales, salvo si le permitían obtener un determinado fin. Siempre reclamó recursos suficientes para atender las necesidades de los cargos que ocupó y se quejó amargamente cuando no dispuso de los medios que consideraba necesarios para cumplir las misiones que se le encomendaron a lo largo de su vida. Después de hacer la profesión de fe habitual en todos los testamentos y de manifestar sus preferencias sobre determinadas advocaciones y santos, nombraba como heredero universal de sus pertenencias a su hermano el rey, rogándole que de entre sus joyas escogiese una para entregársela a doña Mariana de Austria. Todo un gesto cuyo significado es complicado de alcanzar a comprender, tratándose de su más mortal enemiga. Dejaba algunas imágenes y una cruz de plata para su hija, sor Margarita de la Cruz de Austria. Disponía que su ropa usada fuese entregada a sus ayudas de cámara, así como que el dinero que tenía debía destinarse a pagar a sus criados tres meses de salario y abonar los gastos del entierro y misas. Disponía luego que se abonasen las deudas que tenía contraídas hasta donde alcanzase, pagándose las mismas por orden de antigüedad. Habla mucho en su favor el que pidiese al rey, su hermano, en una de las cláusulas, que no abandonase a sus criados, solicitándole ayuda y trabajo para ellos”.
El documento es localizable en la Biblioteca Nacional de Madrid en el manuscrito 10.901 y su lectura parece más una confesión que un testamento donde trata de congraciarse con todos y exculparse de los errores cometidos.


Retrato de Juan José de Austria

La sátira política


Durante el reinado de Carlos II la profusión de la sátira es sorprendente. Tan sólo en la Biblioteca Nacional de Madrid es posible rastrear hasta un total de 91 manuscritos que contienen valiosas piezas de este género.

Como el tema se sale del propósito de este blog sólo publico, a modo de ejemplo, un par de muestras. La primera invectiva fue compuesta por el jesuita Juan Cortés Osorio contra don Juan en forma de décimas.


Un fraile y una corona,
un duque y un cartelista,
anduvieron en la lista
de la bella Calderona.
Parió, y alguno blasona
que, de cuantos han entrado
en la danza, ha averiguado
quien llevó la prez del baile,
pero yo aténgome al fraile,
y quiero perder doblado.
De tan santa cofradía
procedió un hijo fatal,
y tocó al más principal
la pensión de la obra pía.
Claro está que les diría
lo que quisiere su madre,
pero no habrá a quien no cuadre
una razón que se ofrece:
mírese a quien se parece,
porque aquel será su padre.
Sólo tiene una señal
de nuestro Rey soberano:
que en nada pone la mano
que no le suceda mal:
acá perdió Portugal,
en las Dunas la arrogancia,
dio tantos triunfos a Francia
que es cosa de admiración
quedar tanta perdición
en un hijo de ganancia.
Bien sé que en Puerto Longón,
Nápoles y Barcelona
hacia con su persona
gentil representación.
Por ajena dirección
obro bien cuando más tierno,
pero en tomando el gobierno
salió tan desatinado que,
como hijo del pecado,
dio con todo en el infierno.


Como contrapeso, publico una invectiva anónima de los partidarios de Juan José contra el poderoso Padre Nithard.


Atiéndame su Insolencia,
dígame padre Everardo
¿si quema la Inquisición
como a él no le ha quemado? (...)
Sin duda que de Alemania
trajo peste a nuestro barrio,
pues desde que en él está
estamos acá purgando. (...)
Todo lo hace religión
y todo lo ha reformado
pues ya ha llegado a ser celda
lo que antes era palacio.
Téngalo basta que le veamos
de nuestra reina privado.



Antonio Lorenzo



domingo, 7 de julio de 2013

El pronunciamiento fallido de Villacampa

Retrato de Villacampa en la revista "La Ilustración Española y Americana" (1889)

Toda la historia política del siglo XIX en España ha estado marcada por los numerosos «pronunciamientos y asonadas militares» que se fueron sucediendo durante toda la centuria.

Uno de ellos, y tal vez de los menos conocidos por su estrepitoso fracaso, fue el protagonizado por el brigadier (cargo militar que hoy correspondería al de general de brigada) Manuel Villacampa, en septiembre de 1886, que es el que motiva la publicación del pliego que presentamos.

Manuel Villacampa (Betanzos, 1827-Melilla, 1889) fue un militar español que fue separado del ejército en 1877 por sus ideas republicanas, aunque fue de nuevo admitido en 1882. Estuvo implicado en la conspiración que organizó el que fuera ministro y jefe de gobierno Ruiz Zorrilla en su intento de restaurar la república.

Para situar en su contexto esta sublevación conviene recordar algunos hechos: un año antes de la fallida sublevación de Villacampa fallecía Alfonso XII, dejando a su esposa María Cristina de Habsburgo, que se encontraba embarazada del futuro Alfonso XIII, como regente. Alfonso nació como rey el 17 de mayo del mismo año del pronunciamiento de Villacampa que se produciría unos meses más tarde.

La estrategia conspiradora de Ruiz Zorrilla a manos de Villacampa para restituir la república consistía en conseguir que varios grupos de militares se levantasen en armas en diversos puntos de la península, esquema típico del pronunciamiento español, sin apenas derramamiento de sangre, a semejanza del pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto que dio origen a la Restauración.

Adjunto un enlace donde se puede ver en una cronología histórica un resumen de los motines, pronunciamientos, conjuras, sublevaciones, rebeliones y golpes de estado acaecidos durante los siglos XIX y XX.


Parece ser que Villacampa adelantó por su cuenta el pronunciamiento al 19 de septiembre (a Ruiz Zorrilla le dijeron que sería el 22). Reunió en una sastrería de la madrileña calle de Preciados a varios militares y a algunos civiles para proponerles las diez de la noche como hora y el cuartel de los Docks, en Atocha, como punto de reunión. A la hora convenida, los comprometidos de Villacampa recorrieron de punta a punta Madrid gritando: "¡Viva la República!". Uno de los involucrados confesaba años después que solo les siguió "una turba de chiquillos" que tomó el golpe como una chanza.

Abortada la sublevación, Villacampa fue sometido a un sumarísimo consejo de guerra y condenado a muerte. Sin embargo, el gobierno de Sagasta le concedió el indulto que fue ratificado por la regente María Cristina. Ya indultado fue confinado en un primer momento a la isla de Fernando Poo (hoy Bioko) hasta su traslado a la ciudad de Melilla el 15 de febrero de 1887, permaneciendo allí hasta su muerte, que se produjo el 12 de febrero de 1889.

El indulto a Villacampa por María Cristina se presentó ante el pueblo como acto de misericordia de la reina. De hecho, el periódico republicano «El Liberal» publicó en el número del día 6 de octubre de 1886 un artículo titulado La corona de la piedad, en el que se leían párrafos como los siguientes:
«En estos momentos la opinión pública, unánime y henchida de entusiasmo, se acerca a las gradas del trono con el ramo de oliva, que representa la paz, y con la aclamación más espontánea de que puede existir memoria, para colocar sobre la frente de la Reina Regente de España, Mª Cristina, la mejor de todas las coronas: la corona de la piedad».
Esta exaltación de la generosidad de la soberana es la que convenía a los partidos filomonárquicos para despertar las simpatías hacia su persona.






El pliego, en su conjunto, se lamenta de la situación de general ignorancia del pueblo haciéndose eco de los abusos de poder y promesas incumplidas de los poderosos y de las influencias para obtener mejores condiciones de vida y de trabajo.

No deja de ser curiosa la mención en el pliego a la pérdida de las islas Carolinas, descubiertas por Fernando Magallanes en 1521 en su búsqueda de especias, y que pasaron a manos de los alemanes por compra de 25 millones de pesetas. El valor estratégico de las islas venía dado por ser escala habitual de las rutas que cruzaban el Pacífico. El conflicto se zanjó a la postre con la venta de parte del archipiélago a los alemanes en 1899 coincidiendo con la guerra hispano-norteamericana y el desastre colonial. El dominio español sobre los archipiélagos de las Marianas, las Carolinas y Palaos, que se ejerció durante más de trescientos años, había llegado a su fin.

Pero el éxito del pliego no se basa, a mi juicio, en el desarrollo de los intereses políticos, ciertamente idealistas de progreso y libertad, que animaban a Villacampa y a su ideólogo Ruiz Zorrilla, sino a la focalización del mismo en la historia sentimental de su hija, que solicitó el indulto para su padre ante Sagasta y ante la propia regente. Es el sentimentalismo el eje sobre el que descansa el desarrollo del pliego, como se manifiesta en la mentira piadosa de su hija Emilia cuando le contesta a su padre en su agonía que la república por la que siempre luchó se ha instaurado.

A pesar de la indiferencia general con la que fue acogido el pronunciamiento de Villacampa no faltaron escritores de cierto renombre que aprovecharon la ocasión como argumento inspirador de alguna de sus obras. Es el caso de Marcos Zapata (1842-1914), que escribió una obra, inspirada en la sublevación del general, titulada «La piedad de una reina», obra de la que adjunto la portada.


La obra fue prohibida por orden gubernativa para ser representada y las primeras páginas reproducen la opinión de la prensa sobre la prohibición gubernativa, así como las sesiones del Congreso en las que esta se trató. Lo que subyace en la prohibición de la obra es que se aminoraba en ella la actuación de María Cristina al indultar a los sublevados de Villacampa. No obstante, la obra alcanzó cierto éxito y hasta se llegó a leer en el Ateneo de Madrid.

El «bonito tango»

Un aspecto que llama la atención es el porqué de titular el pliego como «bonito tango». Dado que no figura la fecha de edición del pliego, pero que es de suponer de finales del XIX, es posible que el término ya se refiera al auge que experimentó el llamado tango americano que, como sabemos, extendió su influencia muy rápidamente en España en la segunda mitad del siglo XIX.

Una noticia del auge del tango como canción, si bien no se corresponde exactamente a lo que ahora conocemos como el tango rioplatense, nos la ofrece Ramón Domínguez en su "Diccionario Nacional o Gran Diccionario Clásico de la Lengua Española" (1846-1847) donde en una de las acepciones sobre la entrada "tango" escribe:
Americanismo. Canción entremezclada con algunas palabras de la jerga que hablan los negros, la cual se ha hecho popular y de moda entre el vulgo en estos últimos tiempos
También lo define como:
"Colectivo de los mulatos rioplatenses, llegados a ambas orillas del gran estuario con el tráfico de esclavos".
Es decir, al margen de las especulaciones sobre el origen de la palabra los estudiosos del flamenco (en su versión más ortodoxa) consideran que en España ya se conocía el tango flamenco (con las características peculiares que se quiera) como predecesor del llamado tango americano y, desde luego, anterior al tango rioplatense tal y como hoy lo conocemos.

Contraria a esta opinión, Arcadio de Larrea y García Matos defienden el origen americanista de los tangos flamencos, llegando a afirmar: "El tango americano llegó a Cádiz proveniente de La Habana y aquí los gitanos se apoderaron de él aflamencándolo en un proceso ya conocido por repetido", aunque el eminente musicólogo argentino Carlos Vega sostiene el origen hispano del tango.

Sea como fuere, lo cierto es que las influencias entre el tango flamenco, el tango afro-cubano y el tango criollo rioplatense necesitan de una revisión tanto musicológica como literaria.


Antonio Lorenzo



domingo, 30 de junio de 2013

Garibaldi y la unificación italiana


Giuseppe Garibaldi (Niza, antiguo Reino de Cerdeña, 1807 - Caprera, 1882), es considerado uno de los principales forjadores de la unificación italiana. Su agitada vida le llevó a viajar a Sudamérica y a participar en las luchas de los pueblos por su independencia. En 1836 intervino voluntariamente como capitán de barco en la fracasada insurrección secesionista de la república brasileña de Río Grande do Sul y en 1842 fue nombrado capitán de la flota uruguaya en su lucha contra el dictador argentino Juan Manuel de Rosas. Al año siguiente, durante la defensa de Montevideo, organizó una legión militar italiana, cuyos miembros fueron los primeros «camisas rojas». Su extraordinaria actividad en defensa de los derechos de los pueblos ha contribuido a que sea conocido como «héroe de dos mundos».

Garibaldi regresó a Europa en 1848 para luchar en Lombardía contra el ejército austriaco y dar un primer paso hacia la unificación de Italia, que fue su objetivo durante las tres siguientes décadas. Su intento de hacer retroceder a los austriacos no prosperó y debió refugiarse primero en Suiza y posteriormente en Niza.

El proceso de la unificación de Italia arranca a principios del siglo XIX cuando la península itálica estaba compuesta por diferentes estados: Lombardía, bajo el dominio austriaco; Los Estados pontificios; el reino de las Dos Sicilias; el reino del Piamonte, entre otros.

Los diversos intentos de unificación entre 1830 y 1848 fueron reprimidos por los austriacos y tras una serie de fases en las que intervino de forma fundamental Garibaldi con sus «camisas rojas». El complicado proceso de la unificación de Italia como estado-nación, a partir de la anexión de Roma en 1870, no se configuraría plenamente hasta poco después de la Segunda guerra mundial con diversas adquisiciones, anexiones y ampliaciones.


Pero lo que nos interesa en este caso es resaltar la figura de Garibaldi en un pliego de cordel impreso por José Tauló en Barcelona en 1859, en plena efervescencia del proceso de unificación italiano, lo que da idea del interés que suscitaba la ya legendaria figura del general y cómo estos pliegos noticieros ejercían la labor de un incipiente periodismo.





Por la fecha de edición del pliego, el proceso de unificación italiana se hace eco del primer éxito del reino de Piamonte, en 1859, cuando con el soporte de tropas francesas se recupera la mayor parte de Lombardía del dominio austriaco. Con el apoyo de Napoleón III a la causa italiana frente a Austria, y tras las batallas de Magenta y Solferino, los piamonteses ocupan Lombardía.

El pliego no recoge, debido lógicamente a su fecha de edición, la más famosa expedición de Garibaldi llevada a cabo contra Sicilia y Nápoles en 1860 junto a sus revolucionarios «camisas rojas» que obtendría como resultado el hundimiento de los Borbones en el sur y la incorporación de esos territorios a la causa de la unidad.

Cuadro de Odoardo Borrani (1832-1905), cosiendo camisas rojas para los voluntarios

Los últimos años de su vida los consumió redactando sus memorias y relatando sus vivencias a quienes acudían a visitarle. En 1882, anciano y cansado, falleció en un caluroso mes de julio.

Como curiosidad, adjunto el reclamo de una célebre marca de galletas que tomó el nombre del renombrado general italiano.



Antonio Lorenzo



domingo, 23 de junio de 2013

Juan de Austria y la batalla de Lepanto

Retrato de Don Juan de Austria por Franz Hogenberg
Si por algo es conocida la figura de don Juan de Austria es por ser hermanastro de Felipe II y por sus éxitos militares con la especial relevancia de su victoria en la célebre batalla de Lepanto contra los turcos en 1571.

Tanto en la época de la victoria como durante los siglos posteriores los pliegos de cordel han contribuido de forma continua a la afirmación nacional. A pesar del poco interés de los historiadores y sociólogos por la influencia de esta literatura popular en el proceso de construcción de una identidad nacional, creo indudable el papel de esta literatura efímera en dicho proceso.

Aunque de trasfondo claramente popular en cuanto a la producción, apropiación y consumo de estos papeles, considero que subyace una vaga idea por parte del poder establecido en su afán laudatorio de la monarquía y en la consolidación de los valores religiosos tradicionales. Bien es cierto que este dirigismo propagandístico por parte de las clases dirigentes, consciente o no de su control ideológico, fue perdiendo fuerza a medida en que las publicaciones periodísticas regulares fueron adquiriendo preponderancia y desarrollo.

En este contexto de exaltación nacional que se prolongó, como vemos, hasta bien avanzado el siglo XIX, creo que hay que inscribir los pliegos que aluden a la famosísima batalla de Lepanto como ejemplo de la consolidación de una historia nacional.

Dado el carácter meramente divulgativo de este blog, me limitaré a reproducir algunos de los pliegos de cordel que hacen referencia a la batalla de Lepanto, batalla a la que también aludí en la entrada que dediqué a la devoción a la Virgen del Rosario.

La práctica totalidad de los romances que se conocen sobre esta batalla se encuentran recogidos en el «Romancero del Almirante de la mar don Juan de Austria (1571-1800)», del ilustre bibliógrafo Antonio Pérez Gómez (Valencia, La fonte que mana y corre, 1956).

Publico en su integridad el pliego editado en Barcelona por la Imprenta de los Herederos de la Viuda Pla, sin año.










Añado, junto al plano del itinerario de la flota hacia Lepanto,  sendas portadas sobre el mismo asunto de diferentes fechas e imprentas.



Pliego impreso en Sevilla, 1675.
Valencia, Impr. A. Laborda, s.a.






Pliego sin lugar de impresión ni fecha.

Sevilla, Imp. Vda. de Vázquez, 1816.
Barcelona, Impr. J. Margarit, 1623




Publico la portada del rarísimo pliego gótico de 1571 que fue propiedad del ilustre bibliófilo don Juan Pérez de Guzmán, duque de T’Serclaes de Tilly. El título de T'Serclaes de Tilly fue creado en Flandes por el rey Carlos II en el año 1693, al que Felipe V añadió el título de Grandeza de España. El segundo duque, junto con su hermano gemelo el marqués de Jerez de los Caballeros, reunió una importante y selecta biblioteca de libros antiguos. La biblioteca se disgregó en lotes entre sus herederos y uno de los lotes más preciados fue comprado por Mr. Archer Huntington y actualmente se custodia en la sede de la Hispanic Society de Nueva York.

Rarísimo pliego gótico, fechado en 1571, que perteneció al Duque de T’Serclaes de Tilly 



Añado el cuadro de Eduardo Rosales (1869) que recoge el momento de la presentación de don Juan de Austria a su padre Carlos V en Yuste cuando el pequeño Jeromín aún no conocía que era hijo del emperador. El cuadro se custodia en el Museo del Prado de Madrid.

Presentación de don Juan de Austria a su padre Carlos V en Yuste


Antonio Lorenzo