Para completar la entrada anterior dedicada a Simeón, el 'santo loco', me ha parecido oportuno el reproducir una interesante publicación de su vida en comic. Y ello por dos razones: la primera, por la rareza de esta revista dedicada generalmente a santos más conocidos y ortodoxos que el estilita; y la segunda, por la propia dificultad de acceder a estas publicaciones descatalogadas hace años y sólo al alcance de coleccionistas o curiosos.
Esta publicación formó parte de la colección Vidas Ejemplares, con el número 46, editada en México por el Grupo Editorial Novaro en 1958 y distribuida también en España al precio de seis pesetas.
La editorial Novaro siempre se caracterizó por dotar a sus publicaciones de un correcto uso del lenguaje evitando expresiones o giros propios de un país que pudiesen molestar en otros, ya que sus publicaciones se distribuían por toda América Latina y en España. También se preocuparon de no incluir vocablos extranjeros buscando sus equivalentes en español, ya que en muchos casos fueron un primer trampolín y recurso de acercamiento a la lectura, a lo que contribuyó la calidad de sus ilustraciones.
Para reducir el espacio he maquetado a doble cara la historia de nuestro santo procurando realzar en lo posible tanto la nitidez del colorido como de los textos.
No deja de ser curiosa la 'justificación' de su supuesta locura en su afán de dominar su soberbia y aceptar la humillación:
¡Tengo que acabar con esta soberbia! ¡Necesito humillarme, salir de esta soledad para que los hombres se burlen de mí!... Lograr que la gente me desprecie; debo humillar mi soberbia.
Hago un recorrido sobre las acciones llevadas a cabo por Simeón en su búsqueda de la virtud en esta curiosa publicación:
- Llega arrastrando a un perro muerto
- Echa nueces a las velas de la iglesia para apagarlas, así como a las mujeres
- Derriba los puestos de pan
- Distribuye entre los necesitados las mercancías que debía vender
- Traslada con las manos, sin quemarse, el fuego un brasero a la chimenea
- Predica con un collar hecho de ajos y uvas
- Restriega la cara de unas mujeres hermosas con su collar de ajos para afearlas
- Lanza piedras a los actores de una representación teatral
- Finge que come, pero echa la comida a los perros y se finge borracho
- Deja bizcas a las muchachas que le increpan, pudiendo recuperar su belleza si acceden a que Simeón les bese en los ojos
- Para evitar que le tacharan de virtuoso se dispuso a comer grandes cantidades de carne cruda el día del Jueves Santo
- Impide que un terremoto haga caer a las columnas a las que previamente golpeó con un bastón
Diferentes tradiciones consideran que Simeón pasó 37 años de su vida subido a distintas columnas cada vez más altas, pues "el anhelo que tenía de elevarse al cielo hizo que cada vez se alejara más de la tierra". Según Cirilo de Escitópolis, Simeón consideró la posibilidad de pasarse toda su vida apoyado en una única pierna. Tras un invierno en dicha posición, se cuenta que se le quedaron los miembros rígidos y llenos de heridas ulcerosas de las que salieron multitud de gusanos que caían a sus pies, de sus pies a la columna y de la columna al suelo, donde un joven discípulo, llamado Antonio, los recogía y se los devolvía arriba. Simeón los volvía a colocar en sus heridas exclamando: "comed lo que dios os ha dado".
Cuando Simeón murió en el 459, a la edad de 69 años, seiscientos soldados tuvieron que proteger su cadáver ante la avalancha de quienes querían conseguir reliquias. Alrededor de la columna, como reliquia principal, se construyeron numerosos edificios.
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Ruinas de la Basílica de san Simeón en Aleppo (Siria) |
Simeón, como el más preclaro fundador del movimiento estilita, tuvo sucesores: es el caso de su discípulo Daniel, que permaneció unos 33 años encaramado a su columna en Anaplus. La tradición afirma que debido a su 'extraordinaria desecación', sus heces eran 'como las de las cabras'. Otro seguidor fue san Alipio, que se pasó 67 años en una columna la mayor parte del tiempo de pie y yacente en sus últimos años.
Parece ser que la vida al aire libre nos les sentaba nada mal, ya que tuvieron que esperar bastante tiempo para alcanzar el ansiado Reino de los Cielos. Si por suerte o intercesión divina lograban que no les matara un rayo o fueran víctimas de los bandidos solían morir de muerte natural: Simeón a los 69; Daniel a los 84, Alipio a los 99 y Lucas, un estilita del siglo X, alcanzó los 101.
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"Cada uno debe estar pronto a confesar su fe, pero nadie debe buscar el martirio"
(San Cipriano, obispo de Cartago, Epist. 81)
En fin, teniendo en cuenta en su conjunto todas estas acciones que podríamos considerar como propias de desequilibrados cristianos, conviene recordar que la iglesia católica prohibió la búsqueda consciente y voluntaria del martirio (a diferencia, por cierto, de la búsqueda consciente de la muerte durante el combate por una determinada causa, política o religiosa, según el concepto islámico). Recordemos que santa Teresa, siendo niña, propuso a su hermanito ir a tierra de moros «pidiendo por amor de Dios para que allá nos descabezasen en ansias de martirio».