Durante la segunda mitad del siglo XIX proliferaron muchos impresos de carácter escatológico que fueron reimprimiéndose repetidamente hasta alcanzar el nuevo siglo. A diferencia de otros países, la censura ejercida por la Inquisición, hasta su abolición definitiva en 1834, firmada por la reina gobernadora María Cristina de Borbón, justifica la falta de ejemplares en las primeras décadas del siglo XIX. En 1810 las Cortes Generales aprobaron una muy ambigua ley sobre la libertad de imprenta, derogada cuatro años después. Sin embargo, en 1820, al comienzo del llamado trienio liberal, se aprobó una Ley de libertad política de la imprenta, donde se consignaba que todo español contaba con el derecho de publicación de lo que considerara sin censura previa. No obstante, se prohibían expresamente los escritos que atentaran contra la religión católica o contra la monarquía. Asimismo, se reprobaban los considerados como textos obscenos o que atentaran contra las buenas costumbres o contra la moral pública o privada
A pesar del control, más o menos relajado de la censura previa, estos impresos populares gozaron de gran aceptación siguiéndose publicando a través de circuitos variados de impresión y de difusión, si bien con precauciones (venta ambulante, quioscos de periódicos o en trastiendas de mercaderes de libros).
Dentro de la amplia producción escatológica catalana no podíamos pasar por alto el célebre folleto, reimpreso tantas veces, ya fuese en su forma suelta o con añadidos, conocido genéricamente como Los perfumes de Barcelona.
La Canción catable o Jácara, que si oliera, el Diablo que la tuviera, de carácter escatológico y con el título genérico de Los perfumes de Barcelona, se conoce, al menos, desde 1826 si tenemos en cuenta y damos crédito a las numerosas reimpresiones y añadidos. La datación exacta sigue siendo dudosa, pues nos encontramos con impresiones que contienen falsas indicaciones bibliográficas en cuanto a su taller de imprenta, fecha o lugar de edición, con el objetivo de evitar que fueran requisadas por la censura. Así, nos encontramos con distintas ediciones que van desde Perpiñán, Canarias, por la Imprenta Americana de París al precio de un franco, de Palma, Madrid, Lyon, Cádiz o Barcelona.
El autor original de la obra, tras diversas indagaciones, corresponde al eclesiástico doctor Juan Manuel García Tejada, nacido en 1774 en Santafé de Bogotá, entonces virreinato de Nueva Granada, y fallecido en Madrid en 1845. Hijo de noble familia fue enviado a España a la edad de diez años estudiando filosofía y literatura en el Seminario de Vergara y regresando a su ciudad en 1792 donde concluyó sus estudios en el Colegio del Rosario. Obtuvo las órdenes sagradas el año 1799, aunque sus tareas eclesiásticas no le impidieron cultivar la escritura. Su Canción catable, fue corriendo de mano en mano hasta que un impresor lo editó en Perpiñán, creemos que por primera vez, en 1826, siendo posteriormente muy reimpreso, ya fuera con supresiones o añadidos, ocultando el nombre de su autor.
Selección de portadas
Los perfumes de Barcelona, sin tener en cuenta los añadidos, consta de un poema dividido en cinco cantos, que son los que me dan pie para reproducirlos, tanto en esta como en posteriores entradas, al considerarlos de interés y por la dificultad de encontrarlos físicamente en papel.
Utilizo la reproducción, aumentada en este caso con La defensa del pedo, correspondiente a la editada en Madrid en 1877 por la Imprenta española.
Reproduzco la introducción y el primer canto de la citada edición.
©Antonio Lorenzo