martes, 10 de diciembre de 2019

Los mandamientos de las flores y su lenguaje simbólico

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En entradas anteriores nos hemos detenido en los distintos subtipos orales e impresos sobre los mandamientos de amor: como canción de ronda y galanteo y como la confesión de amor de una dama ante un sacerdote que resultó ser su amante.

En esta nueva entrada haré una pequeña incursión en la comparación de los mandamientos con la simbología de las flores en la tradición oral y en la impresa.

Comienzo con la reproducción del final de dos pliegos provenientes de la misma casa (Juan Llorens, padre y Antonio Llorens, hijo), de distintas fechas, cuyo título común dice contener unos «Trovos nuevos y los diez mandamientos de amor para cantarse con acompañamiento de guitarra».


                                                   El primero se compara con un jazmín
                                                   El segundo con un palo amargo
                                                   El tercero con la violeta
                                                   El cuarto con el lirio
                                                   El quinto con la flor del melocotón
                                                   El sexto con la rosa de Jericó
                                                   El séptimo con la flor de la maravilla
                                                   El octavo con una sarta de madroños
                                                   El noveno con el verdor de los ajenjos
                                                   El décimo con la flor de la aceituna.



La tradición oral ha conservado estos mandamientos de las flores recogidos por sus recopiladores en cancioneros peninsulares e iberoamericanos. Las versiones consultadas difieren muy poco entre ellas, lo que nos hace pensar de que se trata de una canción muy ritualizada y con escasa vida tradicional si la comparamos con otras manifestaciones.

Por poner un ejemplo representativo, reproduzco la partitura de una versión de Liébana (Cantabria) recogida en el folleto publicado al año siguiente de la conferencia ofrecida por el jesuita Nemesio Otaño, pronunciada en el teatro principal de Santander el 19 de abril de 1914. En la introducción del folleto, el conocido músico e investigador Felipe Pedrell alaba y se detiene expresamente en esta manifestación oral. Otaño considera la melodía de los mandamientos emparentada con los cantos de Marzas, del folklore montañés, y señala su relación con líneas melódicas de origen religioso, aunque adaptadas y recreadas por el pueblo.


La simbología de las flores y sus diversas asociaciones es fundamentalmente una tradición literaria donde se combinan el folklore, la mitología, la religión y las características físicas de cada planta. La inclinación por asociar determinadas flores con sentimientos o virtudes puede considerarse universal. Obviamente, cada cultura interpreta y asocia las flores con significados diversos, lo que ha sido puesto de manifiesto tanto por escritores como por artistas en general.

El llamado «lenguaje de las flores» cuenta con una amplia y diversa literatura, sobre todo desde finales del siglo XVIII en adelante, como lo prueba la gran cantidad de libros y folletos que lo recogen. 

Parece ser que la tradición escrita en idioma español proviene principalmente de traducciones de obras francesas donde se recogieron en forma de libro las asociaciones que solían ilustrar los almanaques y calendarios y que se convirtieron en libros de regalo donde se resumía el lenguaje de las flores y sus correspondencias.

Uno de los primeros libros (si no el primero) editado en Barcelona por la imprenta de José Gorgas en 1854 es el titulado Lenguaje de las flores aumentado sobre todos los que se han publicado hasta el día, y mejorado con un diccionario de las pasiones, cuyo autor firma con las iniciales J.M.C. del que no hemos podido recabar más datos.

El lenguaje simbólico de las flores alcanzó un rotundo éxito, como demuestran las numerosísimas ediciones, compilaciones y añadidos diversos identificando y asociando a las plantas y flores determinados usos, a lo que se unió más adelante el lenguaje del abanico, del pañuelo o de la sombrilla como modos de comunicación al que también se asociaban gestos y miradas. El pensamiento romántico igualaba como vínculo asociativo a la mujer con la flor.

Pero sin duda, el libro que ha ejercido más influencia y sobre el que se han ido añadiendo a lo largo del tiempo originales artículos, copias y traducciones diversas, así como composiciones poéticas es el titulado El lenguaje de las flores y el de las frutas con algunos emblemas de las piedras y los colores, por D. Florencio Jazmín. Obviamente, el que figura como autor de este compendio es un claro seudónimo para ocultar su verdadera personalidad y que los editores pudiesen engordar o añadir más textos con la seguridad de no verse implicados en ningún inconveniente.


El éxito de esta compilación, con sus posteriores añadidos a lo largo de los años, ha llegado incluso hasta nuestros días, según se desprende de las reimpresiones, no solo para bibliófilos o coleccionistas, de las realizadas por editoriales como la de José J. de Olañeta, de Palma de Mallorca, (facsímil de la edición de 1894) y reimpresa en el 2004.

La asociación simbólica del amor con las flores no solo se expresa en impresos de todo tipo, sino en conocidísimas canciones de generaciones pasadas. ¿Quién no recuerda el famoso bolero «Dos gardenias» de la autora y pianista cubana Isolina Carrillo, compuesto en 1945 y que alcanzó una enorme popularidad entre nosotros por la interpretación de Antonio Machín?.

                                                        Dos gardenias para ti
                                                        con ellas quiero decir:
                                                        te quiero, te adoro, mi vida...

El éxito de las asociaciones de los sentimientos con las flores se recogió también en folletos muy baratos o en colecciones de estampas cromolitografiadas sobre cartulina y conservadas en la Biblioteca Nacional de España.




Volviendo a los pliegos de cordel añado un par de ellos donde el lenguaje de las flores está presente con sus oportunos significados. El pliego continúa con una curiosa habanera con el título «¡Eh! Calamares con tupé». El colofón del pliego señala que está reimpreso en Guadalajara el año 1870 en la imprenta de José Ruiz y Hermano.



Añado también otra relación asociativa con las flores del final del pliego cuya portada lleva por título «La gitanilla vaticinando la buena ventura», impreso en Barcelona [s.a.] por la viuda del conocido impresor Antonio Llorens, que se hizo cargo del negocio familiar tras la muerte de su marido en ¿1884?.

©Antonio Lorenzo

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Los diez mandamientos de amor [II]


En esta segunda entrada, dedicada a los mandamientos de amor, me voy a detener en las escasísimas versiones donde no es el galán el que ronda y lisonjea a la dama, sino que es la mujer la que declara en confesión su amor ante un sacerdote, sacerdote que, a la postre, resulta ser su amante disfrazado.

El antecedente de estos mandamientos glosados puestos en boda de la mujer lo encontramos en pleno siglo XVII en el Método facilísimo para aprender a tañer la guitarra a lo español, de Luis de Briceño, impreso en París por Robert Ballard en 1626.
METODO MVI FACILISSIMO PARA APRENDER A TAÑER LA GVITARRA a lo Español. compuesto por Luis de Briçñeo [sic]. y presentado a MADAMA DE CHALES. en el qual se hallaran cosas curiosas de Romançes y seguidillas. Juntamente sesenta liçiones diferentes. un Metodo para templar. otro para conoçer los aquerdos. todo por una horden agradable y façilissima.Paris, Pierre Ballard, 1626.




 El propio Briceño ya era consciente de la antigüedad del romance, puesto que lo clasifica como un «Romance biejo de la confesion de vna dama acvsandose por los diez mandamientos». La inclusión del mismo no deja de ser uno más de los que previamente era necesario que conociesen los aprendices de guitarra para interpretar la tablatura musical con la que se inicia el texto. Pero su interés se acrecienta por ser el más antiguo y completo caso que conocemos donde los mandamientos son puestos en boca de una mujer, y que además han pervivido durante siglos en pliegos de diferentes fechas e imprentas y con interesantes reminiscencias en la tradición oral moderna.

Estos mandamientos tienen un valor indiscutible (hemos de situarnos en el siglo XVII) en cuanto a que es la mujer la que confiesa un pecado de amor acusándose de amar más a un hombre que al mismo dios y que es a su amado a quien obedece. Pasa de soslayo por el sexto mandamiento donde admite deseos sin entrar en más detalles, aunque al comentar el noveno admite que no tuvo ocasión. Confiesa que ha mentido muchas veces a causa de su amor y que ha deseado los bienes ajenos "para entregárselos juntos a quien el alma le entrego". Pero es al final donde se pregunta si tendrá voluntad de arrepentimiento, lo que ocasiona el desmayo de la dama.

Antes de pasar a comentar estos mandamientos recogidos en los pliegos de cordel, me voy a detener en reproducir algunas de las escasas versiones orales que conocemos que guardan cierta relación con el romance. La primera de ellas está recogida por mí en la villa de Vilvestre (Salamanca), localidad a la que me une una estrecha relación y que me fue cantada por Leonor Gorjón Notario, de 67 años el 8 de junio de 1983.

                El primero, amar a dios.
     El segundo, no jurar.
                No lo amo como debo,
     Yo no he hecho juramento
                tengo el amor en un hombre
     y no me puedo apartar
                y en mirarlo me entretengo.
     fe tu querer un momento.


                El tercero es oír misa.
     El cuarto, honrar padre y madre.
                No la oigo como debo,
     Yo el respeto les perdí,
                tengo el amor en un hombre
     que el respeto y el cariño
                y en mirarlo me entretengo.
     solo te lo tengo a ti.


                El quinto es no matar.
     El sexto, no fornicar.
                Yo no he matado a nadie,
     El sexto lo dejaremos;
                solo me matan tus ojos
     no hace buena confesión
                cuando no quieren mirarme.
     la que calla un mandamiento.


                El séptimo, no hurtar.
      El octavo, no levantar
                yo no he hurtado nada a nadie   
      falso testimonio a nadie,
                solo por estar contigo
      Pero a mí me los levanta
                alguna vez a mis padres.
      una chica de esta calle.

                El noveno, no desear.
     El décimo, no codiciar
                Yo no he deseado a nadie,
     nunca los bienes ajenos.
                solo deseo estar contigo
     ¡No hay bienes como los tuyos,
                  para poder abrazarte                              ni amores como el primero!

Pero es en la última estrofa donde encontramos la relación con el romance del siglo XVII donde se manifiesta que la mujer se percata de que en realidad se estaba confesando con su amante disfrazado.

                                                           Estando en estas palabras
                                                           al suelo se desmayó
                                                           al ver que se confesaba
                                                           al hombre que tanto amó.

Mejor relación con el antiguo romance se aprecia en esta muestra recogida también oralmente en el pueblo de Pegalajar (Jaén) por Joaquín Quesada Guzmán en sus «Romances y canciones de ciego». Aunque incompleto en el número de los mandamientos, resulta de interés por su claro emparejamiento con el romance antiguo, aunque se incorpora un estribillo y las advertencias del confesor señalando que se trata de su primera confesión y que está encantado del desarrollo de la misma a medida que se va produciendo e invitando al final a reconocerle como su amante.


La confesión de la bella Celia en los pliegos

Si cotejamos el texto recopilado por Luis de Briceño, claramente vinculado con el ofrecido en el pliego, observamos el mismo desarrollo y rima junto a unas ligeras variaciones léxicas que remiten a una misma composición que ha logrado perdurar en el tiempo. Editado en Valencia por la imprenta de Agustín Laborda, quien desarrolló su actividad impresora entre 1746 y 1774, reproduzco este interesante pliego.



Tras la confesión de la bella Celia se incluye un añadido posterior de claro sentido legitimista de la ortodoxia cristiana en la respuesta del confesor, donde aconseja a la dama el camino recto que debe seguir reconviniéndola de su ardorosa pasión, lo que nos remite a un antiguo y conocido tópico literario sobre el amante disfrazado de confesor que aparece en otras composiciones, como en el conocido romance de «El conde Claros en hábito de fraile».

El siguiente pliego, impreso en Barcelona por los Herederos de Juan Jolis, incluye al final una letrilla anónima cuyo estribillo corresponde a "fuego de dios en el querer bien", metáfora muy conocida desde antiguo y asociada al fuego amoroso. Título además de una comedia de Calderón de la Barca publicada por primera vez el año 1604 en un volumen misceláneo de comedias varias. También aparece recogida como letra anónima en la «Colección de romances castellanos anteriores al siglo XVIII» de Agustín Durán.





La confesión de la bella Celia (cambiado su nombre a Elisa en este caso) cierra el pliego dedicado a la «Relación del conde Alarcos en la que se refiere a la trágica muerte que dio a su mujer por casarse con la infanta», editado en este caso en Reus por Juan Bautista Vidal. Juan Bautista Vidal fue uno de los impresores de libros, publicaciones periódicas, pliegos de cordel, estampas y gozos más activos y conocidos en el último tercio del siglo XIX en la ciudad de Reus.



El mismo romance aparece también de igual manera como final del pliego dedicado a la Relación del conde Alarcos, pero en este caso editado más tempranamente en Murcia por Francisco Benedicto en 1772.

Francisco Benedicto, tipógrafo, mercader de libros y editor, castellanizó su original apellido italiano (Benedito) y tras una gran actividad como tipógrafo y librero abrió su taller de impresión en 1772 dedicándose a publicar folletos, libretos de comedias y pliegos de cordel. Establecido en Murcia, en el colofón de uno de sus pliegos editados dice:
"Se hallará en Murcia en casa de Francisco Benedito, vive en la Platería, donde se hallarán otras diferentes Historias, Relaciones, Estampas y Comedias".



Para acabar este recorrido por la confesión de la bella Celia reproduzco una lámina suelta donde se recoge su confesión y la respuesta del confesor, editada en Barcelona por la imprenta de Francisco Vallés.

Como curiosidad, copio parte de lo incluido en el librito de Ángel Millá: Libreros y bibliófilos barceloneses del siglo XIX, Gremio de Libreros de Barcelona, 1956:
[En la librería Vallés] se editaban y vendían «auques», romances, sainetes e historias de carácter popular. Se vendía también... «aigua de la Puda»! Por eso era frecuente ver en la tienda entre los compradores de la literatura que servía la casa, mujeres con garrafas y botellas que acudían a llenarlas de la acreditada «aigua de la Puda».
[...] En la librería Vallés, además, se vendían con frecuencia instrumentos musicales de segunda mano. En el año 1849 anunciaban los diarios que en ella estaban en venta una flauta de «cristal», con llaves y adornos de plata, un violín de Gagliani y otro de Amati.


©Antonio Lorenzo

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Los diez mandamientos de amor [I]


Existe una larga tradición de glosas numeradas de los mandamientos en relación con el amor. Se trata de un canto de ronda y de galanteo amoroso del que conocemos numerosas versiones, tanto orales y en menor medida impresas, no solo de la península, sino también de Iberoamérica. Son composiciones a modo de «contrafactum» profano de la ortodoxia católica siendo conocidos desde la Edad Media, mediante glosas, y también en los siglos XVI y XVII, llamados de Oro hasta nuestros días.

En esta primera entrada ofrezco un pequeño recorrido sobre las variedades y analogías transmitidas de forma oral y su correlación con las impresas en pliegos de cordel.

Para comenzar, reproduzco varios pliegos de los mandamientos de amor, editados en distintas localidades donde se desarrollan los mandamientos de amor glosados. Tras ello, señalaré algunos antecedentes literarios dejando para una siguiente entrada el interesante caso donde la glosa de los mandamientos son desarrollados por boca de una mujer ante un confesor y cuya noticia se encuentra recogida en el siglo XVII formando parte de un método para tañer la guitarra confeccionado por Luis Briceño, editado en París en 1626, y recogido también posteriormente en pliegos y en algún que otro caso como canción sintética en la tradición oral moderna, como veremos en su momento.

Los editados por Marés en Madrid en 1844, y el de la Imprenta El Abanico, en Reus, se ajustan más al prototipo de las numerosas muestras orales recogidas al margen de analogías y variantes.




Extracto del pliego con el mismo tema glosado de los diez mandamientos, pero en este caso en forma de seguidillas y editado en Madrid en 1856 por Marés.



También editado por Marés, estos mandamientos de amor con el que daba fin el pliego titulado «Trovos nuevos, divertidos y amorosos para cantar los galanes a sus queridas».


Añado un pliego del siglo XVIII, editado en Barcelona por la imprenta de Juan Jolis, con diferencias significativas respecto al modelo habitual de los recogidos oralmente.





Algunos antecedentes literarios

Un antecedente literario sobre los mandamientos glosados lo encontramos en Juan Rodríguez de Padrón (1390-1450), más conocido por su obra Siervo libre de amor, germen y ejemplo de novela sentimental. En su obra poética dispersa nos encontramos con su visión de los Diez Mandamientos de amor. Partiendo del referente de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, desarrolla de forma simbólica el recto camino hacia la unidad representada por el número diez.

Es claro ejemplo del llamado amor cortés, donde la mujer goza de una posición preponderante e idealizada, cual cúmulo de perfecciones, frente a la posición sumisa y contemplativa del hombre enamorado. Los dos primeros mandamientos son como siguen:

                                                       El primer mandamiento,
                                                       si miráis cómo dirá,
                                                       ¡quanto bien que vos será
                                                       de mi poco sentimiento!

                                                       En tal lugar amarás
                                                       do conoscas ser amado;
                                                       no serás menospreciado
                                                       de aquella que servirás.

                                                       Mirad que me contesció
                                                       por seguir la voluntad,
                                                       ofrecí mi libertad
                                                       a quien la menospreció.

                                                       El tiempo que la serví
                                                       hasta aver conocimiento
                                                       de mi triste perdimiento,
                                                       entiendo que lo perdí.

                                                       Al segundo luego vengo;
                                                       guardadlo como conviene,
                                                       que por éste sostiene
                                                       lealtad, la qual mantengo.

                                                       Serás constante en amar
                                                       la señora que sirvieres;
                                                       mientras que la mantuvieres,
                                                       ella no te debe errar.

                                                       Quien gualardón quiere aver
                                                       del servicio que hiziere (s),
                                                       a la señora que sirviere
                                                       muy leal tiene de ser

                                                       pues lealtad vos hará
                                                       venir al fin desseado.
                                                       Quien amare siendo amado
                                                       con razón lo guardará. [...]

Otro antecedente literario se encuentras en el Rimado de palacio (entre 1378-1403), del Canciller Pedro López de Ayala, donde glosa los diez mandamientos y se acusa de no haberlos respetado como debía, aunque alejado temáticamente de los referidos al amor.

Más interesante es la analogía con una de las composiciones escritas por Fray Melchor de la Serna. Como señala José Manuel Pedrosa en su espléndido estudio Los mandamientos de amor y Los sacramentos de amor: lírica a lo divino e inversiones profanas (de la Edad Media a la tradición oral moderna), Revista de Folklore, nº 328 (2008). Escribe Pedrosa:
Bastante más cercanos a la forma, al fondo, al estilo, de Los mandamientos de amor que han dejado oír sus sones en la tradición moderna es una anónima Comfesión de amor que figura anotada dentro de una muy nutrida y miscelánea colección manuscrita de poemas (bastantes de ellos eróticos y atribuidos o atribuibles a ese asombrosísimo personaje que fue Fray Melchor de la Serna) que ha sido fechada entre 1587 y 1590. Se trata de una serie de estrofas que está encabezada por una cuarteta cuyos dos últimos versos son glosados por cada una de las octavillas que le siguen:
                                                   Comfiésome a vos, señora,
                                                   con humilde fe de amor,
                                                   deçid vos: Io, causadora,
                                                   y diré: Io, pecador.

                                                   Nuebos arrepentimientos
                                                   a mi alma an benido
                                                   de obras y de pensamientos
                                                   i de quánto os é ofendido.
                                                   Siguiendo los Mandamientos
                                                   me acuso delante Amor,
                                                   decid vos: [Io, causadora, y diré:
                                                   Io, pecador].

                                                   El primero que es amar,
                                                   comfieso que os é amado
                                                   i para no os oluidar
                                                   de mí mesmo me é oluidado.
                                                   Si amaros mucho es pecado,
                                                   io lo confieso al amar
                                                   decid vos: [Io, causadora,
                                                   y diré: Io, pecador].

Más cercanos en el tiempo resulta significativa la relación con los mandamientos de amor recogidos oralmente con el contenido del Cancionero de coplas de Francisco de Velasco, de finales del siglo XVI. Estos mandamientos glosados han pervivido de forma sorprendente hasta nuestros días en la tradición oral lebaniega de Cantabria, según ha estudiado y documentado también José Manuel Pedrosa en Un aguinaldo de Los mandamientos divinos tradicional en Liébana (Cantabria) y unas Coplas del Nacimiento (1604) de Francisco de Velasco, en Criticón, 71, 1997, pp. 53-64. En dicho trabajo publica y relaciona el antiguo villancico de Velasco con el recogido oralmente en la aldea lebaniega de Bárago en 1989, tras más de cuatro siglos de pervivencia. El comienzo del texto de Velasco es como sigue:

                                                 Guardame mis ma[n]damientos
                                                 buen Christiano por tu fe
                                                 si mis mandamie[n]tos guardas
                                                 yo la gloria te dare.

                                                 El primero es que me quieras
                                                 con amor muy verdadero
                                                 y estes firme y muy entero
                                                 en mi fe hasta que mueras
                                                 y tu veras quan de veras
                                                 te lo galardonare
                                                 si mis ma[n]damientos guardas
                                                 yo la gloria te dare.

                                                 El segundo es que mi nombre
                                                 no jures contra verdad
                                                 que es blasphemar mi bondad
                                                 por satisfazer al hombre
                                                 y ningún temor te assombre
                                                 que yo te defenderé
                                                 si mis ma[n]damientos guardas
                                                 yo la gloria te dare. [...]

El éxito de la utilización enumerativa de los mandamientos para cortejar a la amada traspasaron los límites de la moralidad en la sociedad novohispana, ya que fueron censurados y perseguidos  por la Inquisición en el siglo XVIII en Nueva España, pues en el México de aquel siglo y formando parte de la herencia musical española, la investigadora María Águeda Méndez nos ofrece suculentas noticias sobre su persecución (Los «Mandamientos de Amor» en la Inquisición novohispana, en Cahiers du Monde Hispanique et Luso-Brésilien. Caravelle (Université de Toulouse II-Le Mirail, Francia), 71 (1998, 9-21).

El resumen que ella misma hace de su trabajo resulta muy ilustrativo:
La tradición literaria oral de los españoles trajo a México en el siglo XVIII una sabrosísima forma de parodiar los textos sagrados: los llamados «Mandamientos de Amor», que el Santo Oficio hizo todo lo que pudo por reprimir. Dos versiones del Decálogo parodiado, la primera recogida en 1789 y la segunda en 1796, con un primer acercamiento analítico de estos textos tan mal conocidos.
La autora nos ofrece noticia de dos versiones parodiadas de los Diez Mandamientos en el siglo XVIII que fueron perseguidas por no ajustarse a la ortodoxia cristiana. Copio y selecciono la primera de las dos versiones que ofrece y que, aunque incompleta, nos proporciona información de interés:

                                                Escucha  dueño  querido 
                                                de  mi  discurso  el  intento, 
                                                cómo  por  ti  e  quebrantado 
                                                todos  los  Diez  Mandamientos. 
                                                El  primero  amar  a  Dios : 
                                                yo  lo  tengo  ofendido, 
                                                pues  no  lo  amo  por  amarte, 
                                                vien  lo  saves  dueño  mío. 
                                                El  segundo  no  jurar: 
                                                yo  e  jurado  atrevido 
                                                no  volver  a  tu  amistad, 
                                                y  jamás  cumplo  lo  d[ic]ho. 
                                                El  tercero,  yo  señora 
                                                las  fiestas  no  santifico, 
                                                porq[u]e todas las ocupo 
                                                en  gosar  de  tus  cariños. 
                                                El  quarto  honrrar  padre  y  m[adr]e: 
                                                y  yo  con  tal  desatino, 
                                                por  estar  en  tu  amistad, 
                                                nunca  les  e  ovedesido. 
                                                El  quinto  no matarás : 
                                                ya  yo  e  quebrant[ad]o  el  quinto, 
                                                porq[u]e  a  selos  matar  quiero 
                                                a  quantos  ablan  contigo. 
                                                El  sesto,  ya  tú  lo  saves 
                                                la  causa  de  andar  perdido, 
                                                que  es  fuerza  q[u]e  en  ocasiones 
                                                haga  la  carne  su  oficio. 
                                                El  sétimo  no  hurtarás: 
                                                si  me  fuera  permitido 
                                                hurtara  setro  y  corona, 
                                                para  ti,  dueño  querido. 
                                                Mil  testimonios  levanto 
                                                alevoso  y  fement[id]o, 
                                                pues  pienzo  q[u]e  quanto[s]  te  ablan 
                                                solisitan  tus  cariños. 
                                                El  noveno,  no  desear 
                                                la  muger  de  otro  marido, 
                                                y  en  este  punto  señora  es  donde 
                                                más  siego  vivo.

Acabo esta primera entrada reproduciendo un pliego impreso en Lérida por la imprenta de Corominas, sin año. El fundador de la saga fue Buenaventura Corominas (Oristà, 1763-Lleida, 1841). La actividad impresora la continuó su viuda, Teresa Terré (1841-1871) y posteriormente su hijo Lorenzo (1871-1890). Tas la conocida cuarteta asociada a cada mandamiento, incluye otras cuatro más con alambicada intención explicativa.




©Antonio Lorenzo