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El columpio |
Las imágenes entresacadas de este librito, editado en una segunda edición en 1827 y donde no se señala el autor, es otro ejemplo relevante de la consideración de la naturaleza femenina dentro del orden social imperante en la primera mitad del siglo XIX. En una sociedad tan jerarquizada y clasista como la española de entonces, a través de la higiene y la gimnasia de pasatiempos encaminados hacia la mujer, se esconde un argumentario de adoctrinamiento social. Con la expresión tan socialmente aceptada del "bello sexo" se trataba de asociar la belleza a la condición femenina desde un punto de vista claramente masculinizado para apartar a la mujer de un fortalecimiento del cuerpo bajo la idea subyacente de que pudiera asumir con mejores garantías su futuro papel en la crianza de los hijos. Dicha expresión dio nombre a lo largo del tiempo a diversas revistas dirigidas a las mujeres: El Bello Sexo (Madrid, 1821), La Iris del Bello Sexo (1841), El Pensil del Bello Sexo (1845), Gaceta del Bello Sexo (Madrid, 1851), El Gran Mundo: revista dedicada al bello sexo (Sevilla, 1872), etc.
Bajo una orientación higiénica y pedagógica se perfila una muestra más de una literatura de género para consolidar la labor de la mujer como subsidiaria social y mantenerla en una posición accesoria. Mediante una serie de actividades lúdicas, basadas en juegos tradicionales, se procuraba un mantenimiento y un mínimo desarrollo de las facultades y capacidades físicas de las mujeres para no interferir en su importante misión de ser un "ángel del hogar". Mediante estos ejercicios recreativos se trataba de combatir la pereza, propia de la mujer burguesa sedentaria, con el fin de mejorar el vigor, la destreza y su salud para cumplir con su futuro cometido de ser esposa y madre.
La misión educativa otorgada a los juegos populares, de acuerdo a las capacidades de quienes los practicaban, se entendía entonces como gimnástica, término entonces de amplio significado. La gimnástica, en sus múltiples variedades, venía a ser una parte de la higiene donde se incluían los juegos al aire libre a modo de preludio del deporte moderno. Los juegos corporales desarrollados al aire libre para la mujer se desarrollaron bajo una óptica pedagógica de construcción de valores higiénicos y hasta morales, con el fin de llegar a ser una mujer sana, bella, dócil y fértil y que fuera complaciente compañera del hombre.
Un precedente de estos juegos corporales, cuatro años antes de la primera edición de la Gimnástica del bello sexo es la Descripción de los juegos de la infancia (1818) de Vicente Naharro (1750-1823), donde se incorporaban juegos tradicionales como la peonza, la cometa, la rayuela o la gallina ciega, a modo de guía para la educación física escolar encaminada sobre todo hacia los niños. De esta precedente obra no me resisto a entresacar y agrupar las estampas que la acompañaban.
Volviendo al librito dedicado a los ejercicios al aire libre que debían practicar las señoritas, la idea subyacente era que la mujer pudiera asumir con mejores garantías su futuro papel en la crianza de los hijos.
Entresaco de la introducción:
«Con el designio de inspirar a las jóvenes el deseo de practicar unos egercicios cuyos resultados son tan ventajosos, les presentamos, las estampas de esta colección, acompañadas de algunas reflexiones, consejos y anécdotas que las ilustren. No hemos descuidado la parte moral, que es un ingrediente tan indispensable en la buena educación, mas no por esto aspiramos a hacer el papel de severos pedagogos. Recrear y ser útiles, he ahi nuestro obgeto». (prefacio, XI)
Antes de reproducir las sugerentes láminas donde aparecen las señoritas con vaporosos vestidos propios de las familias acomodadas cuyo fin era el ir construyendo una feminidad burguesa desde la gimnasia, creo necesario comentar algo sobre el editor y sobre José Joaquín de Mora, presunto autor del librito en su primera edición de 1822, edición no encontrada, así como la contextualización de todo ello.
Esta segunda edición, donde como he comentado no aparece el nombre del autor ni se da noticia de la primera, se publicó en Londres el año 1827 siendo distribuida en España, México y en otros países.
Cabe preguntarse: ¿Cuál fue el año de la primera edición y el nombre de su autor? ¿Cómo fue que se editara en Londres? ¿Quién era el editor Ackermann?
El alemán Rudolph Ackermann (Stollberg, Alemania, 1764-Finchley, Reino Unido, 1834) fue un conocido librero, editor y litógrafo germano-londinense que desarrolló una importante labor editorial en español sobre todo en América Latina. Hay que recordar que en aquellos años nos encontramos con la reciente creación de nuevas repúblicas de Hispanoamérica ya emancipadas de España. Ahondar en estas circunstancias contribuyen a recorrer un escaso e inexplorado camino de la historia cultural del mundo hispánico. La importancia del exilio liberal español del 1823 en Londres y su participación, bien como traductores o creadores, al servicio de la empresa editora transatlántica de Ackermann, ha sido fundamentalmente estudiada por Fernando Durán López en Versiones de un exilio. Los traductores españoles de la casa Ackermann (Londres, 1823-1830), Madrid, Escolar y Mayo Editores, 2015.
Un resumen de su labor editora en español recoge obras y recopilaciones de autores tan significativos como Blanco White o de Nicolás y Leandro Fernández de Moratín, quienes ejercieron un papel de mediadores culturales participando activamente en el incipiente mercado editorial de la América hispana emancipada.
Para comprender a grandes rasgos las circunstancias que rodean a estas publicaciones resulta necesario recurrir al contexto histórico de aquellos años, que es más o menos como sigue: tras la segunda restauración del absolutismo fernandino en 1823 se produjo un exilio masivo de liberales hacia Francia y el Reino Unido donde desarrollaron múltiples actividades de carácter científico, plasmadas en colaboraciones en revistas, como El Museo Universal de Ciencias y Artes, editada y dirigida por José Joaquín de Mora, quien con casi seguridad fuese el autor del librito que nos ocupa teniendo en cuenta su trayectoria y sus variadas publicaciones.
La llamada Década Absolutista (1823-1833), conocida también como Década Ominosa por los liberales, fue un periodo de la historia de España en el que se restauró por segunda vez el absolutismo, con Fernando VII como rey, persiguiendo con saña a todos los liberales. Las medidas represivas desatadas por esta segunda restauración absolutista forzaron a muchos liberales a tomar el camino del exilio como forma de salvar sus vidas. La colonia inglesa de Gibraltar fue un punto estratégico de partida y principal destino de los liberales andaluces para exiliarse a Inglaterra. En Londres se agruparon junto a reconocidos intelectuales figuras militares clave, como los generales Espoz y Mina y Torrijos, quien fuera fusilado este último en una playa de Málaga el 11 de diciembre de 1831 junto a sus compañeros, fusilamiento rememorado en el conocido y excelente cuadro de Antonio Gisbert.
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Antonio Gisbert - Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros (1888) |
Tras la derrota española en Ayacucho (1824), se puso fin a la dominación española en gran parte de América hispana, a excepción de Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico.
Los movimientos independentistas de los criollos fueron aprovechados por Inglaterra al reconocer prontamente el independentismo potenciando sus intereses comerciales y su influencia en la zona. Tanto el Reino Unido como Estados Unidos suplantaron a España en el control del mercado americano. Ello explica el avance editorial de Rudolph Ackermann y la poderosa influencia que ejerció en la distribución de obras editadas en Londres y repartidas con profusión por los países independizados.
En cuanto al anónimo autor de la Gimnástica del bello sexo, parece ser que corresponde a José Joaquín de Mora, dada la estrecha colaboración con el editor y el variado conjunto de su obra personal. Una clara referencia, también atribuible a su pluma, aunque enmascarado como una señora americana, es la obra que se publicó con el título de Cartas sobre la educación del bello sexo por una señora americana, Londres, R. Ackermann, Impreso por Carlos Wood, 1824.
José Joaquín de Mora (1783-1864), político, periodista, escritor de comedias y hábil constructor de versos, fue uno de tantos expatriados liberales españoles que se estableció en el Reino Unido donde entabló una estrecha relación con el editor Ackermann. Su estancia en Londres se sitúa de 1823 hasta finales de 1826 colaborando estrechamente con el editor y ejerciendo de director y redactor del Museo Universal de Ciencias y Artes (1824-1826) y del Correo Literario y Político de Londres, dirigido especialmente a la población americana. Su colaboración con Ackermann, se tradujo en la divulgación de los llamados Catecismos (manuales de diversas materias) que sirvieron como libros de texto en Hispanoamérica.
En 1827 recae en Buenos Aires dirigiendo publicaciones al servicio del presidente Rivadavia; en su paso por Chile, entre 1828 y 1831, fundó El Mercurio chileno, revista de difusión cultural y científica, y hasta participó en la redacción de la Constitución chilena de 1828. Posteriormente se trasladó a Perú, donde fundó el Ateneo, y en su paso por Bolivia (1834-1837), ejerció de catedrático de literatura. Tras su regreso a España, en 1844, fue nombrado académico de la Real Academia Española en 1848, así como cónsul de España en Londres en tres ocasiones. Tras una agitada vida y creativa actividad literaria y política, falleció en Madrid a la edad de 81 años en 1864.
Las imágenes reproducidas en el libro sirven para ilustrar una serie de recomendaciones y sugerencias, recreaciones corporales y ejemplos prácticos acompañados de versos alusivos.
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La balanza (La palanca) |
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El volante |
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El diablo y el solitario |
En cuanto al juego del diablo (conocido posteriormente como «diábolo») aparece su descripción en el siguiente comentario, seguido posteriormente por una fábula alusiva.
«El mueble principal del juego es una pieza de madera hueca, compuesta de dos partes que se unen en un cuello estrecho, de la misma figura que los vasos de cristal que sirven para los reloges de arena. El jugador tiene en cada mano un pedazo de madera de una toesa de largo: de un palo a otro hai una cuerda, en que se coloca el diablo, por su parte mas angosta. Toda la habilidad consiste en manejar de tal modo los palos, que el diablo corra por la cuerda en perfecto equilibrio, hasta que adquiere bastante para ser arrojado a una gran altura, volviendo a caer en la cuerda.
Es circunstancia indispensable que las dos partes mas gruesas tengan cada una un agugero del diámetro de cuatro o cinco lineas, por donde el aire se introduce formando un ruido a manera de silvido de huracán. El ruido es la salsa de muchas diversiones, y por lo común, la divisa de los que creen valer mucho, y valen poco». (pág. 15-16)
Sobre el baile, considerado como una actividad de adorno, pero sobre la que había que estar precavidos, aunque no se adjunta ilustración que lo acompañe, se apunta:
«Aora bien, por mas que lo sientan las aficionadas al bolero, al fandango, a la cachucha y a la gavota, nos atrevemos a decir que esta clase de baile no es el que corresponde a mugeres modestas y virtuosas. Serán sin duda modestas, y virtuosas todas las que lucen estas habilidades; mas no por esto dejará de ser cierto que su modestia, y su virtud se hallan en un continuo peligro. [...] Desde que una jovencita empieza a sobresalir en estos egercicios, empieza al mismo tiempo a recoger a manos llenas el tributo de la admiración, y de los aplausos de los parientes, y de los amigos. Asi se emponzoñan los sentimientos, y se introduce en el alma el deseo de lucir, y con el, el despecho que causan la rivalidad, y el mérito ageno. La infeliz a quien se han dado estos principios prácticos, no tarda en aplicarlos a toda su conducta. Acostumbrada a llamar la atención, nada le será tan duro como permanecer en la oscuridad ; acostumbrada a los vivas, y a las palmadas, nada agriará tanto su corazón como el ser testigo de los vivas, y de las palmadas que se dan a otras. De este modo, un corazón inocente, dispuesto a alimentar sentimientos suaves y benévolos, coge el fruto prematuro del odio, y de la desesperación, y aprende a aborrecer, antes de saber amar». (págs. 42-43)
Sobre la muchacha varonil, tampoco acompañada de ilustración, se nos dice: