La relación chistosa del Gran Palanquín es un histórico pliego impreso en los inicios del siglo XVIII y reimpreso con cierta continuidad hasta mediados del siglo XIX. En la primera parte se nos cuenta sus graciosas habilidades y en una más desarrollada segunda parte las mandas de su testamento. El autor de esta chistosa relación no suele figurar en los pliegos posteriores, pero sí en algunos de los más antiguos con el nombre de Andrés de Porras Trenllado del que poco conocemos, ya que era frecuente relegar al anonimato a los autores a cambio de potenciar más el título de la publicación.
Conocidos talleres de impresores pusieron a la venta este curioso y divertido pliego a lo largo de más de cien años, según se desprende de los colofones de las diferentes ediciones. A pesar de la lectura más dificultosa respecto a los editados posteriormente, creo de mayor interés el reproducir el impreso más antiguo editado en Sevilla en el taller heredado por la viuda de quien fuera el conocido impresor Francisco Leefdael (Bruselas 1669-Sevilla 1728). Francisco Leefdael estableció su taller en el año 1700 siendo todo un referente por su labor impresora de comedias sueltas y entremeses hasta el año 1728, cuya viuda continuó con la labor impresora tras el fallecimiento de su marido hasta aproximadamente 1733. La continuidad a lo largo de tantos años de la reimpresión de este pliego indica la buena acogida que tuvo por parte del público consumidor de estas hojas volantes.
Desde una perspectiva actual el término palanquín se encuentra en desuso. Como personaje, la actividad de un palanquín se asociaba a un mozo de cordel o ganapán de oficio precario, y por extensión a una persona holgazana y vividora que se dedicaba preferentemente a cargar y transportar cargas de una parte a otra mediante andas o barras horizontales y paralelas. El término parece provenir de palanca, ya que era la manera de transportar heridos, enfermos, imágenes procesionales, personas consideradas importantes o ataúdes con cadáveres en los entierros.
Como curiosidad, el nombre de palanquín ha quedado asociado a un tipo de exquisitos pralinés crujientes y trufados elaborados por un conocido obrador de pastelería artesanal en la localidad sevillana de Estepa.
La nueva y chistosa relación cómica se hace eco de las habilidades del Gran Palanquín, pariente de todo el mundo, vecino de todas partes, comedor de todos los manjares, bebedor de todos los vinos, empleado de todos los oficios y enfermo de todos achaques, como lo verá el lector, como consta en la portada de uno de los pliegos de mediados del siglo XIX editado en Madrid en el taller de José María Marés en 1845.
Según se cuenta en la primera parte del pliego nuestro personaje tiene más de noventa años y padece una infección en la vejiga, llamada "modorrilla" por los doctores, referida a los síntomas de una enfermedad cuando la orina gotea frecuentemente, por lo que cree intuir una pronta muerte y llama a un escribano para dictar su testamento, dando lugar también a una jocosa segunda parte del pliego que reproduzco a continuación del primero.
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Impreso en Madrid por José María Marés en 1845 |
Esta primera parte del pliego fue impresa en Sevilla, en pleno movimiento intelectual de la Ilustración, dando lugar a otras reimpresiones con ligeras variaciones de texto, pero conservando en todas ellas su sentido burlesco.
La arraigada tradición de pliegos de burlas y de testamentos tuvo su continuidad en una segunda parte, donde el gran Palanquín otorga sus curiosos bienes a sus presuntos beneficiarios, lo que remonta a una vieja tradición con antecedentes medievales sobre los testamentos de personas o animales propios de la literatura popular impresa.
Los testamentos burlescos constituyen un subgénero poético y literario cuya finalidad consiste en satirizar todo lo disponible por el testador ridiculizando a su vez a aquellos a quienes iban destinados sus presuntos o inexistentes bienes. Mediante esta práctica, de la que existen en pliegos numerosos antecedentes, no solo se conocen testamentos de personas humanas, sino también de animales, como el gallo, el burro, el ratón, la pulga o la zorra, entre otros. Todo ello forma parte de un hábil recurso para criticar cualquier aspecto amparándose en la impunidad que conlleva al refugiarse de cualquier reprobación de las mandas al estar redactadas a un escribano o secretario poco antes del fallecimiento del testador.
En esta segunda parte sobre el testamento del Gran Palanquín se recogen las mandas muy graciosas que hizo, entre otras, el reparto de su propio cuerpo como recurso para acentuar el sentido humorístico, puesto que, obviamente, ya no se admite reprobación al testador una vez fallecido. Estas mandas o encargos de sus hipotéticos o inexistentes bienes a sus destinatarios son claros ejemplos de intención burlesca para causar risa al público lector u oidor.
Para saber más
García de Diego, Pilar, «El testamento en la tradición popular». Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, vol. 3 (1947), pp. 551-557.
García de Diego, Pilar, «El testamento en la tradición popular (continuación)». Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, vol. 10 (1954), pp. 400-471.
Amades, Joan, «El testamento de animales en la tradición catalana». Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, Tomo XVIII (1962), cuadernos 3 y 4.
©Antonio Lorenzo