martes, 9 de noviembre de 2021

Conclusiones burlescas. El maestro, el sustentante y tres estudiantes


Este pliego, de clara intención burlesca, nos retrotrae a una antigua práctica que fue habitual en las universidades en siglos pasados para comprobar la idoneidad de los saberes del llamado sustentante. En una especie de ceremonia académica, el llamado sustentante (defensor de una tesis o posición ideológica en una discusión y aspirante a cierto grado de reconocimiento), tenía que defender (sustentar) en un acto académico más o menos solemne y de forma argumentada una determinada tesis. Los estudiantes o graduados que asistían al acto trataban, mediante sus preguntas, de poner en dificultades al defensor de la tesis quien debía contestar adecuadamente a sus objeciones.

Mediante estas discusiones sobre temas académicos se comprobaba la soltura y la capacidad de respuestas y argumentaciones a las opiniones contrarias que tenía que hacer el sustentante. La práctica habitual más antigua consistía en que el sustentante debía presentar sus argumentos por escrito al maestro unos días antes para ser discutidas posteriormente en el debate. Cada universidad establecía sus normas, plazos y debates según la materia de que se tratase. La conocida como disputa escolástica, además de justificar la posición que cada uno defiende en un debate, consistía en la refutación del punto de vista defendido por nuestros oponentes. Cada argumento podía ser refutado o debilitado, lo que daba pie para señalar errores o contradicciones, plantear objeciones y aclaraciones o solicitar pruebas verosímiles del mantenimiento de opiniones.

Una lección medieval de Laurentius de Voltolina

La Escolástica, doctrina del pensamiento teológico-filosófico medieval como evolución de la antigua Patrística de la antigüedad tardía, tuvo un especial desarrolló en el medievo como la principal corriente de enseñanza tanto en universidades como en escuelas diversas. La Escolástica jugó un importante papel en la construcción de un discurso académico que soportara las refutaciones y críticas hechas por terceros como modelo de enseñanza y defensa de las ideas expuestas.

La figura del estudiante acabó convirtiéndose en un personaje folklórico, patrón muy conocido en romances, teatro, cuentos y versos: pícaros, graciosos instruidos, amantes de las mujeres y hábiles protagonistas de disputas alegóricas.

La disputa burlesca cuenta con una enorme tradición literaria. Para contextualizar esta práctica habitual me detengo como ejemplo reciente en la nota de Vicente de la Fuente (1817-1889) incluida en el Tomo I de Escritos de Santa Teresa, Madrid, M. Rivadeneira, 1861, pág. 525, nota 5:

«Dábase el nombre de Vejamen a la censura o calificación, a veces burlesca, de los méritos o escritos de una persona. En la Universidad de Alcalá formaba parte de los actos académicos para la investidura de Doctor en Teología. El objeto era, según se decía, acostumbrar al graduando a llevar con igual ánimo los honras y las afrentas, sin engreírse con sus honras, a la manera que los romanos ponían al lado del triunfador un esclavo que le insultara. En los colegios se solía dar vejamen a los nuevos colegiales, sujetándoles a farsas, a veces harto indecentes, y que hubieran de prohibir los Visitadores regios.
En la Universidad de Alcalá duraron hasta fines del año de 1834, y tuve ocasión de asistir a varios de ellos. Los estudiantes y la gente de buen humor concurrían a los vejámenes con avidez. El Claustro pleno asistía de ceremonia y con insignias doctorales. Dos estudiantes, sentados al lado del doctorando, recitaban composiciones en verso castellano, el uno echándole en cara todos sus defectos físicos, morales e intelectuales, y el otro elogiándole hiperbólicamente. El padrino resumía el debate en composición latina, en que dirigía al graduando consejos oportunos».

De las muchas y muy conocidas disputas burlescas literarias que se pueden rastrear, me detengo a comentar a grandes rasgos la aparecida en la Segunda Parte del Lazarillo, muy desconocida para el público en general, aunque cada vez más apreciada dentro del ámbito de los especialistas. Dicha obra fue recluida en el índice inquisitorial de 1559, aunque traducida pocos años después al inglés, francés, italiano y holandés en ediciones donde incluían conjuntamente las dos partes, ya que estaba prohibido editar el Lazarillo en su lengua original, aunque no su traducción a otras lenguas.

La Segunda Parte del Lazarillo, impresa en casa del impresor Martín Nucio (Amberes, 1555) apareció por primera vez, junto a la clásica edición primigenia del Lazarillo de 1554 en un solo volumen, lo que venía a suponer una continuación del original castellano en numerosos aspectos. Tanto la originaria edición de 1554 como su Segunda Parte, continúan hasta la fecha siendo anónimas a pesar de sus distintas atribuciones por parte de los investigadores, como Rosa Navarro, quien atribuye la autoría de la continuación del Lazarillo primigenio, aunque sin consenso académico, a Diego Hurtado de Mendoza. [Navarro, Rosa: Diego Hurtado de Mendoza, autor de La Segunda Parte de Lazarillo de Tormes. Revista Clarín, 85, 2010, pp. 3-10].

La Segunda Parte concluye con el capítulo XVIII (Cómo Lázaro se vino a Salamanca, y la amistad y disputa que tuvo con el rector, y cómo se hubo con los estudiantes) que es, precisamente, el capítulo que guarda una mayor relación con las disputas académicas. Es en este último capítulo donde Lázaro alcanza su deseo de lograr el grado de doctor disputando de forma inverosímil con el mismo rector de la universidad de Salamanca de una forma burlesca y paródica, lo que se interpreta como una minusvaloración a la academia salmantina.

Lázaro llega a las aulas salmantinas, vestido para la ocasión, con el propósito de engañar a los licenciados, tal y como se describe en el libro:
«Estando ya algún tanto a mi placer, muy bien vestido y muy bien tratado, quíseme salir de allí do estaba por ver a España y solearme un poco, pues estaba harto del sombrío del agua. Determinado a dó iría, vine a dar conmigo en Salamanca, a donde, según dicen, tienen las ciencias su alojamiento. Y era lo que había muchas veces deseado por probar de engañar alguno de aquellos abades o mantilargos que se llaman hombres de ciencia». 
Las absurdas preguntas formuladas por el rector fueron las siguientes: ¿Cuántos toneles hay en el agua del mar?; ¿Cuántos días han pasado desde que Adán fue criado?; ¿Dónde estaba el fin del mundo?; ¿Cuánta distancia había desde la tierra hasta el cielo? Ante estas preguntas ridículas del rector, Lázaro consigue realzar su dignidad para el regocijo de sus contemporáneos y sus posteriores lectores, que es en definitiva la oculta intención del anónimo autor de esta Segunda Parte en su pretensión de realizar una sátira de los saberes universitarios y del sistema en general. La victoria de Lázaro sobre el rector ha de entenderse como la simbólica victoria de un ser intelectual y socialmente inferior, frente a otro superior en rango. Una vez conseguido su propósito Lázaro acabará cenando y bebiendo con los estudiantes, a los que también acabará desplumando sus dineros por su hábil manejo con los naipes.

La edición digital de la obra completa puede consultarse en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:

http://www.cervantesvirtual.com/obra/la-segunda-parte-de-lazarillo-de-tormes-y-de-sus-fortunas-y-adversidades--0/

El pliego

Tras la invitación a un nutrido auditorio el maestro y el sustentante invitan a escuchar las conclusiones haciendo hincapié en el vestuario de los participantes y utilizando un latín macarrónico de clara intención burlesca.

Una vez que regresan los estudiantes, que se encontraban bebiendo en la taberna y ya graduados "in tabernis", a tomar posesión de sus asientos el sustentante comienza a exponer sus conclusiones para ser luego rebatidas. La primera de ellas sostiene que los hombres de mal pelo, los calvos, son gente baja. Su segundo argumento se centra en la consideración en la poca valoración de las viejas y su acendrado interés por acechar lo ocurrido en una casa. En su tercer argumento afirma que tanto los médicos como los cirujanos se amparan y justifican sus predicciones en la suerte y no en sus previsibles conocimientos.

Los estudiantes tratan de argumentar lo contrario a lo expuesto por el sustentante. Tras todo ello, a lo que se une la teatralidad de la ceremonia, el maestro acaba preguntándose: ¿de aquestas conclusiones qué hemos sacado? La respuesta no se hizo esperar: el tener lindas ganas de haber cenado, acabando todos ellos cantando coplas y bailando.

Este curioso pliego fue impreso originalmente en Valencia en la segunda mitad del siglo XVIII (1758) y reimpreso posteriormente por los sucesores de su primer impresor, Agustín Laborda, en 1822, nada menos que 64 años más tarde, que es la reproducida.









©Antonio Lorenzo

martes, 2 de noviembre de 2021

Ferrocarriles de ultratumba: Líneas del paraíso y del infierno


La iglesia católica supo desde antiguo poner en práctica una eficaz estrategia de propaganda para difundir prácticas y contenidos doctrinales de una forma simplificada para todo tipo de público. Fue el papa Gregorio XV quien fundó en 1622 la llamada Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe, con el propósito de difundir la fe católica en el mundo y contrarrestar las ideas protestantes. La utilización del término "propaganda", en el sentido como la utilizamos hoy, ya se estableció desde entonces. Pero la iglesia no delimitó el concepto de propaganda a una simple labor difusora de contenidos religiosos, sino que también lo extendió a ámbitos políticos, ideológicos y perfiles de todo tipo a lo largo de su extenso recorrido.

La iglesia católica no consideró suficiente el adoctrinamiento a través de los sermones dominicales o festivos. Era preciso recristianizar a las familias mediante la propaganda católica para propagar y difundir la tradición cristiana. El Padre Antonio María Claret, fundador de los Misioneros del Corazón de María en el 1849, más conocidos popularmente como Claretianos, comprendió enseguida la importancia de la imprenta para propagar todo tipo de hojas y libritos para fomentar la doctrina cristiana bajo una forma sencilla y clara para que pudiera ser fácilmente asimilada por el pueblo. Mediante folletos, hojas sueltas o estampas se pretendió crear una especie de guía doctrinal de opinión católica y establecer códigos de comportamiento para una educación popular. Mediante sus hábiles recursos de propaganda no se dudó en utilizar el miedo a la muerte o al más allá como forma de consolidación de su doctrina. Es el caso de esta curiosa guía, confeccionada y distribuida por La Compañía de Jesús, donde se especifican las condiciones a seguir para viajar en un tren de ultratumba hacia el paraíso o hacia el infierno.

En 1868 se creó en España la primera Asociación de Católicos con el fin de llevar a cabo una gran movilización popular a favor del papa Pío IX, quien se vio despojado de sus posesiones territoriales (Estados Pontificios) tras la reunificación de Italia por Víctor Manuel en 1870, por lo que se trató de canalizar una opinión generalista a su favor mediante suscripciones populares al considerado entonces como el papa pobre. 

En el siglo XIX la prensa escrita se desarrolló de forma muy activa convirtiéndose en todo un fenómeno de masas. La iglesia, como guardiana de la ortodoxia católica, se vio impelida a contrarrestar ideas heterodoxas o antirreligiosas mediante la creación y difusión de una prensa de orientación católica. Es lo que se conoció como "la buena prensa" y como guardianes de la ortodoxia. La fuerte movilización del catolicismo en la segunda mitad del siglo XIX se canalizó a través de una soterrada o abierta crítica al sistema liberal y laicista republicano frente a los monárquicos tradicionalistas o integristas, construyendo un discurso conflictivo entre las diversas posturas internas de matiz político. Las disensiones internas, propias de cualquier postura política, no han dejado de suscitar desde entonces la atención de los historiadores.

En el reverso de la lámina que ilustra esta curiosa entrada aparecen unos versos alusivos con la firma J. A. (correspondiente a Juan Alarcón, como más adelante veremos) y con el acrónimo final de A.M.D.G. (Ad Maiorem Dei gloriam, "A mayor gloria de Dios") tomado comúnmente como lema de la Compañía de Jesús.


Guía particular del viajero

Esta Guía particular del viajero, escrita por SAJ, obtuvo una gran acogida y trayectoria editorial. Bajo el seudónimo de SAJ se esconde el escritor, sacerdote jesuita y miembro destacado de la Compañía de Jesús, Julio Alarcón y Menéndez (1843-1923).

Nacido en Córdoba, cultivó de joven la poesía y la música siendo un estudiante destacado de violín y discípulo de Jesús de Monasterio, referente violinista y compositor. Participó durante una corta temporada en la orquesta del Teatro de la Zarzuela madrileña antes de ingresar en la Compañía de Jesús en 1866. Tras sus estudios de Filosofía, Magisterio y Teología, fue ordenado sacerdote en 1878. Escritor de diferentes obras de carácter religioso ejerció como director de la publicación El Mensajero del Corazón de Jesús entre 1886 a 1890, año donde fue sustituido por sus polémicas ideas integristas. 




Mediante esta guía los Padres de la Compañía de Jesús, amparados bajo la escondida firma de Julio Alarcón, diseñaron esta útil guía para encaminar a los fieles hacia el paraíso o al infierno, según fuese su disposición, utilizando el ferrocarril a modo de hábil metáfora para su viaje al más allá.


Como hoja suelta fue muy conocida, vendida y distribuida por las parroquias y vendedores ambulantes. Prueba de la difusión de estos alegóricos viajes, con algunos retoques, aparecieron reseñados posteriormente en el capítulo IX de La noche de las cien cabezas (1934), novela muy olvidada del escritor aragonés Ramón J. Sender (1901-1982), donde apareció impresa y contextualizada la hojita que comentamos.

«Al oír hablar de la luna sintieron la misma sed inefable. Rodaban todas lentamente hacia un portillo de las bardas, cuando llegó una fuerte racha de viento, y el laurel comenzó a reír de nuevo. Con el viento llegaron centenares de hojitas de papel, esta vez impreso. Cayó una hoja sobre cada nariz. Comenzaron a leer a coro todas las cabezas, menos las que desfilaban hacia afuera: Algunas beatas leían la fecha y el pie de imprenta: «Madrid, 1934. Tipografía Católica, San Bernardo, 7».
La echadora de cartas decía antes de morir:
—¡Por las cinco llagas de Jesús crucificado! ¡Una tercera!
Era la única sincera. Las otras querían ir todas en primera clase, la que los sacristanes expedían a cuenta de la virginidad absoluta...».
Buscando ampliar información sobre la Tipografía Católica de la calle San Bernardo, distribuidora de la hoja que nos ocupa, se refiere a la Librería Católica Gregorio del Amo, librería activa desde 1882 y sucesora, a su vez, de la Librería Católica de Miguel Olamendi (fundada en 1848). En su amplio recorrido como distribuidora de libros y folletos religiosos a la venta, a pesar de no contar con imprenta propia, fue posteriormente administrada por sus hijos tras el fallecimiento de su padre. La edición de esta curiosa obra de Sender está fechada en 1934, en plena etapa de la II República española.

©Antonio Lorenzo

miércoles, 27 de octubre de 2021

De lo que le aconteció a un soldado con un gato que le robaba comida


No hay duda del interés que suscita este pliego. Concebido como una parodia del famoso romance de Lope de Vega Mira, Zaide, que te aviso es un ejemplo de la interacción entre la literatura popular impresa con el llamado Romancero nuevo, anteriormente llamado artístico, por corresponder a autores cultos y distinguirlos de los tradicionales.

Sobre el romancero morisco de Lope se ha escrito mucho, aunque para comprender y contextualizar desde una óptica actual este famoso romance conviene repasar a grandes rasgos las características de Romancero morisco en general y su potente desarrollo a cargo de un joven Lope.

Es conocida la difusión de los romances en la corte de los Reyes Católicos a modo de noticiarios sobre los hechos que se iban produciendo, con la etiqueta de romances fronterizos. Muchos de ellos se recogieron en cancioneros y su temática fue evolucionando al evocar un pasado heroico y divulgados a través de pliegos sueltos en amplias capas de la población a raíz de la aparición de la imprenta en el siglo XVI. El puente entre el llamado Romancero viejo y el nuevo lo sitúan los críticos hacia el año 1580, apreciándose en ellos cambios de sensibilidad y de estilo por sus cultivadores.

Los romances de asunto morisco fabulan sobre la lucha heroica de los últimos años de la controvertida Reconquista donde se nos presentan personajes con acendrada pasión amorosa. Uno de sus más afamados cultivadores fue Lope de Vega, referente indiscutible del Romancero nuevo (morisco y posteriormente pastoril). Las diferencias entre ellos se traducen en la preponderancia de rasgos narrativos en el primero y de ambientes más novelescos en los segundos. A todo ello hay que señalar la importancia del canto como medio de difusión, tal y como se recoge sobre el tema que nos ocupa en el texto del Entremés de Mirones, del que da cuenta Menéndez Pidal en su Romancero Hispánico, II, págs.191-192:

«Mandóme mi agüela, en una noche de invierno, que tomase la alcuza y trajese medio cuartillo de aceite de la tienda. Al ir fuí muy alegre cantando el romance Mira, Zaide, que te aviso, que entonces dábamos en él, como en real de enemigos, los muchachos; y yo que tenía un tiple como una chirimía, hundía la ciudad a voces».

A través de la música se divulgaron muchos romances nuevos, no siempre respetando la estructura narrativa, pero tratando de construir una melodía que fuese fácil de retener y de repetir por un público amplio. Son muy conocidos determinados romances atribuidos a Lope que pasaron a formar parte de un repertorio popular, como es el caso de Mira, Zaide, abriendo paso como fértil sustrato dramático hacia las comedias de temas morisco-granadinos.

Es importante señalar la importancia de la recopilación del llamado Romancero nuevo a través de la recopilación del Romancero general, en que se contienen todos los Romances que andan impresos en las nueve partes de Romanceros, editado en Madrid en el año 1600 al que siguieron otras ediciones con nuevos textos que recogen un considerable número de romances atribuidos a Lope.

En el Romancero morisco, del que Lope es un referente inexcusable, se nos presenta la imagen de un moro galante y gentil envuelto en una trama sentimental de experiencias emotivas, de ausencias, amoríos, celos, engaños, destierros... que contribuyen a perfilar la trama expositiva de este tipo de romances. Esta simbología dramática y emotiva la usa Lope para encubrir su propia experiencia amorosa, como es el caso de su célebre Mira, Zaide, que te aviso, donde enmascara sus amoríos con Elena Osorio. 

Un joven Lope conoció en 1583 a quien le despertó una intensa pasión amorosa. Elena Osorio se encontraba casada desde 1576 con Cristóbal Calderón, quien era también comediante o actor como ella, La relación de Lope con Elena duró entre cuatro y cinco años hasta que Elena puso sus ojos en el sobrino del influyente cardenal Granvela: Francisco Perrenot. Un despechado Lope fue acusado de difundir libelos y calumnias contra quien fuera por entonces su gran amor, por lo que fue detenido y encarcelado en 1588, siendo condenado a cuatro años de destierro de la corte y a dos de destierro del Reino, y si no lo respetase tendría pena de muerte. Uno de aquellos libelos atribuidos a Lope contra la familia de Elena comenzaba:

Una dama se vende a quien la quiera
en almoneda está. ¿Quieren compralla?
Su padre es quien la vende, que, aunque
calla, su madre la sirvió de pregonera...

Del interesante y apenas citado volumen de A. Tomillo y C. Pérez Pastor, Proceso a Lope de Vega por libelos a unos cómicos, Madrid, Ed. Fortanet, 1901, pág, 12, entresaco:

«En Madrid, a veinte y nueue dias del mes de Diciembre de mil e quinientos é ochenta y siete años, Gerónimo Velazquez, autor de comedias, por si e como marido de Ynes Osorio, su muger, y como padre lexitimo y administrador del doctor Velazquez y Elena Osorio, sus hijos, e Diego Velazquez, su hermano, como padre de Ana Velazquez, su hija, se querellaron y acusaron criminalmente de Lope de Vega, estante en esta corte, e de los demás que por la ynformacion resultaren culpados en que dixeron que siendo ellos e las dichas sus mugeres e sus hijos gente honrada, de buena vida e fama, el dicho Lope de Vega e los demás culpados por los injuriar e ynfamar les han echado unos libelos ynfamatorios en forma de sátiras, unas en latin y otras en romance, las dieron a personas que las publicasen, y como las han publicado en esta corte en grande ynfamia suya e de los dichos sus hijos e mugeres, en lo qual cometieron delito, pidió se proceda contra ellos y ser condenados en las penas en que yncurrieron, e juraron».

La azarosa y sorprendente vida de Lope y sus tormentosos amoríos con Elena Osorio, la "Filis" de entonces, refleja su propia biografía sentimental a través de muchas de sus composiciones de una forma entreverada y encubierta. Los reproches hacia su competidor amoroso, de alta posición social, se traslucen a través de versos donde se aprecian de forma figurativa los celos hacia su figura y el despecho a su amada Elena.

Es así como puede entenderse el "Mira, Zaide" parodiado en el pliego que nos ocupa por un soldado al que un gato le robaba la comida.

El romance obtuvo un resonado éxito y se incorporó con variantes y cambios más o menos significativos a la tradición oral. El académico Manuel Alvar recogió variantes de estos romances en los meses de junio y julio de 1949 y 1950 en sus encuestas por las comunidades sefardíes del norte de Marruecos, de los que dio noticia en «Romances de Lope de Vega vivos en la tradición marroquí», Romanische Forschungen, 3-4 (1951), 282-305, noticia muy repetida en sus compilaciones y estudios posteriores sobre el Romancero en general.

No solo se han conservado referencias a estos romances en la tradición sefardí, pues en los magníficos y documentados estudios de Luis Suárez Ávila, el autor nos ofrece textos de romances conservados sobre este ciclo recogidos personalmente a familias gitanas. En sus estudios da cuenta del fragmentarismo, combinaciones o fusiones con otros romances, lo que supone todo un hallazgo de indudable valor para los estudiosos de la tradición. Uno de sus trabajos puede consultarse de forma abierta en Culturas Populares, Revista Electrónica 2 (mayo-agosto 2006: Poética y tradición de los romances de los gitanos andaluces: “El Lebrijano”, un caso de fragmentismo y contaminación romancística.

http://www.culturaspopulares.org/textos2/articulos/suarezavila.htm

El romance de "Mira, Zaide" contó con una amplísima difusión popular a través del canto. Como señaló Menéndez Pidal, en  «El  romancero  nuevo», incluido en  De  primitiva  lírica  española  y  antigua  épica, Espasa-Calpe,  Buenos  Aires,  1949: 

«Todos sabían, al cantar y al oír este sonadísimo romance, que aludía a la prohibición  impuesta a  Lope de no pasar por la calle de Lavapiés, donde vivía  Elena Osorio; y con  este incentivo de  actualidad, los lindísimos versos, por  su  garbo, por su pasión, por  su  fastuoso colorido morisco, alcanzaron boga sin igual».   

El texto de Mira, Zaide, que te aviso de Lope, aparece editado por primera vez en la Tercera Parte de la Flor de varios romances nuevos (1592), vuelve a aparecer en el Segundo Cuaderno de varios romances (Valencia, 1593), antes de ser incluido en la Historia de los vandos de los Zegríes y Abencerrages (Primera parte) (1595), de Ginés Pérez de Hita, aunque no aparece en la recopilación del Romancero General de 1600. El texto puede consultarse fácilmente en línea a través de buscadores generalistas para no alargar en demasía esta entrada, pero copio el comienzo del mismo donde Lope, haciéndose pasar por Zaida escribe dirigiéndose a Zaide:

Mira, Zaide, que te aviso
que no pases por mi calle
ni hables con mis mujeres,
ni con mis cautivos trates,
ni preguntes en qué entiendo
ni quién viene a visitarme,
qué fiestas me dan contento
o qué colores me placen;
basta que son por tu causa
las que en el rostro me salen,
corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe...

Elena (Zaida) reprocha a Zaide (Lope) el haber difundido intimidades de sus amoríos y achacándole el ser "pródigo de lengua" por no haber sabido mantener su relación amorosa en secreto. Zaida se dirige de forma resolutiva a Zaide diciéndole "ーQuien tal hace, que tal pague", con lo que se da fin al romance.

El encubrirse como moro es una forma retórica propia del Romancero denominado morisco, al igual que se pinta a la mora con gran hermosura y de posición social elevada, considerada a modo de fortaleza, cerco o ciudad a la que es difícil acceder.

En otro significativo romance Zaide responde a los reproches de Zaida:

«ーDi, Zaida, ¿de qué me avisas?
¿Quieres que muera y que calle?
No des crédito a mujeres
no fundadas en verdades;
que si pregunto en qué entiendes
o quién viene a visitarte,
son fiestas de mi tormento
ver qué visitas te aplacen.
Si dices que estás corrida
de que Zaide poco sabe,
no sé poco, pues que supe
conocerte y adorarte.
[...]
Zaida cruel, que dijiste
que no supe conservarte,
mejor te supe obligar
que tú has sabido pagarme...

El ciclo atribuido a Lope sobre las acusaciones entre Zaide y Zaida ha suscitado controversias interpretativas entre los estudiosos, quienes dudan sobre la autenticidad o atribución a Lope de todos ellos al otorgar la palabra a dos personajes en una estructura combinada, a modo de un monólogo interior (reproches y deseos de reencuentro), lo que ha originado disparidades de criterio en cuanto a la correcta e indudable atribución de determinados romances a Lope habida cuenta de la variedad de textos donde aparecen estos personajes, algo que nos aleja del propósito meramente divulgativo que nos ocupa.

Las disputas y reproches entre Zaide y Zaida forman todo un conjunto variado de romances que pueden considerarse como un ciclo, si bien no todos los romances sobre estos personajes pueden atribuirse a Lope y donde la coherencia argumental no se halla bien definida y hasta puede resultar dificultosa de interpretar, por lo que remiten más bien un imaginario arquetípico.

Tras estas pinceladas de contextualización del romance primigenio, puede entenderse mejor el sentido paródico y satírico del pliego, del que se conocen otras impresiones de diferentes talleres y localidades. Por citar algunas: Lisboa (1608), Cuenca (1632), Madrid (1642), Barcelona (1679-1705). De esta última, impresa en el conocido taller de Juan Jolis en la calle de los algodonerns es el pliego reproducido. A la actividad de este taller dediqué una anterior entrada que puede consultarse a través del siguiente enlace:

 







Edición conservada en la Biblioteca Navarra Digital: https://binadi.navarra.es/registro/00009246

El Pliego

La cabecera del pliego señala que su autor es Juan González de Legaria, natural de la villa de Viana, autor del que no he logrado obtener noticias. Los versos de Legaria, elaborados con finura y destreza, presentan descripciones enjundiosas y hábiles metáforas que resultan de interés por sí mismas, aunque se desconozcan sus antecedentes literarios. El autor es consciente, y así lo expone, de su dependencia estructural del célebre poema de Lope donde los personajes de Zaide y Zaida quedan disueltos y convertidos metafóricamente en un soldado y un gato que desoye las continuas advertencias para que no le robe la comida. El soldado advierte encarecidamente al gato, aunque reconociendo sus habilidades, que no dé cuenta de las comidas que guarda, reprochándole, además, el que haya elegido a un pobre soldado y no a capitanes de un mayor rango y posición social.

Teresa, a su vez, también se lamenta de que el gato sepa aprovechar muy bien las circunstancias para lograr comida, aunque reconociendo también su versatilidad para conseguir lo que desea, como cuando le robó torreznos, una libra de ternera que ya estaba a medio asarse o el atún de hijada que tenía preparada.

El gato, en su respuesta, expresa reiteradamente su humilde procedencia y condición descargándose de responsabilidad por sus intentos de lograr comida y amparándose en su simple condición gatuna y sus inherentes habilidades, lo que fue aplaudido por los gatos y gatas del tejado tras exponer largamente su humilde condición.

El villancico final del pliego recoge la admiración que despierta en las gatas "viendo gato tan galán, las gaticas qué harán", lo que despertó la animadversión de un rival gatuno con el que tuvo que enfrentarse y acabando ambos heridos, aunque a la postre quedó la batalla abierta.

La relación del pliego con el poema de Lope constituye un terreno fértil, ya que también guarda cierta similitud con las peripecias donde los galanes y las damas son sustituidos por gatos. Lope animalizó el comportamiento del ser humano a través de felinos humanizados en su poema épico burlesco La Gatomaquia (1634), compuesto por siete silvas y publicado apenas un año antes de su fallecimiento, bajo el nombre ficticio del licenciado Tomé de Burguillos. En el célebre poema los gatos se expresan con gracia y donaire donde se encubre y reescribe de forma alegórica un amor de juventud que acabó en ruptura. La Gatomaquia narra una historia de amor entreverada en una maraña de celos, cortejo felino y coquetería antojadiza de la gata al preferir en un principio al gato forastero, todo ello unido a ingratitudes y quejas protagonizadas por el enfrentamiento de gatos enamorados. 

©Antonio Lorenzo