lunes, 14 de junio de 2021

Códigos sociales de urbanidad y de buenas maneras [III]

 

El libro escolar y los tratados de buenos modales y urbanidad como factores socializadores, fueron alcanzando a lo largo del tiempo una mayor importancia como elemento de aprendizaje en España, sobre todo a partir del periodo conocido como la Restauración. Es bien sabido que, en su conjunto, son materiales muy útiles para analizar y contextualizar la historia cultural de un país, la ideología que transmiten y las corrientes de pensamiento a lo largo de su desarrollo histórico.

La mayoría de los manuales escolares de urbanidad se desarrollaron preferentemente durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, aunque siguieron reeditándose hasta alcanzar, incluso, las postrimerías de la dictadura franquista. A través de ellos se pretendía que los escolares aprendiesen las normas básicas de conducta, los valores propios de lo que se entendía como el modelo apropiado para el trato con sus semejantes, separando el 'modelo' a seguir por los niños y las niñas, en clara discriminación hacia estas últimas, y que se extendió, y aún perdura, como elementos discriminatorios sobre la mujer.

Hay que señalar la creciente importancia de la imagen como protagonista o acompañante en los textos en los que aparece, con su función altamente motivadora y complementaria en la enseñanza. La singularidad de los libros escolares contiene características propias que son cambiantes en el tiempo, pero vienen a significar un eje vertebrador y de importancia creciente desde las primeras manifestaciones editoriales escolares. El incremento de los libros de lectura en la enseñanza iba acompañado con elementos dispersos, como consejos de higiene doméstica y labores para las niñas, o normativas de urbanidad. Bajo la genérica denominación de libros de lectura escolares se esconde una gran variedad de géneros donde se entremezclan o entretejen unas materias con otras, lo que les otorga un carácter misceláneo.

La función de la imagen en los textos escolares fue ganando en importancia desde el último cuarto del siglo XIX hasta aproximadamente la mitad del siglo XX. Los tratados de urbanidad no constituían propiamente una asignatura autónoma en el aprendizaje de los niños, pero se tenía muy en cuenta en la enseñanza de la religión dedicada a la moral social. La imagen servía de apoyo de cara a facilitar la memorización si acompañaba a algún texto.

Un ejemplo de la evolución de la imagen en estos tratados de urbanidad es, precisamente, el que propongo a continuación, donde el texto queda relegado en su relación con la importancia concedida a las viñetas que le sirven de soporte como instrumento pedagógico cada vez más eficaz. Estas viñetas, que recuerdan las estampas de aleluyas o aucas, donde bajo cada una de ellas aparece un dístico o pareado, muy conocidas dentro del ámbito popular catalán-valenciano, contraponen modelos de conducta mediante dibujos que refuerzan el modelo a seguir frente a su contrario en aspectos como lo considerado correcto de los gestos, acciones a seguir, valores o higiene. Todo ello sustentado bajo una ideología de clara diferenciación social entre un mundo urbanita y de posición acomodada frente a otro rural y de escasos medios. La censura social e ideológica, no solo respecto a las mujeres (cuyo papel se reducía a ser esposa y madre) sino también respecto a los criados o servidores domésticos.

Un ejemplo significativo de todo ello es la Cartilla Moderna de Urbanidad en sus dos versiones (niños y niñas). Fue editada por los Hermanos Maristas en su editorial F.T.D. en 1929, recogiendo normas de conducta e ilustrándolas de forma sugerente. Tuvo numerosas ediciones, tanto en España como fuera de nuestras fronteras, conociéndose ediciones tan tardías como la decimoséptima edición de 1966 reeditada por la editorial Voluntad de Bogotá.

Antecedentes de la editorial marista en España



El Instituto Marista de Marcelino Champagnat (1789-1840), canonizado por Juan Pablo II el 18 de abril de 1999, nació en 1817 en Francia dentro de un movimiento congregacional en el que se fundaron varios Institutos de votos simples cuya misión era la educación de los niños y jóvenes. Tras el fallecimiento de Champagnat en 1840 ya contaban con gran número de escuelas por lo que necesitaron uniformizar la enseñanza mediante el tratado Guide des Écoles (Guía del Maestro) que sirvió de base propia para la enseñanza de varias generaciones.

La Institución Marista se estableció en España en diciembre de 1886 donde fueron extendiéndose por diversas poblaciones catalanas en un primer momento y donde comenzaron a editar manuales para la enseñanza como los Elementos de la Historia Sagrada, en 1890, impreso en Gerona bajo las siglas F.T.D. Estas siglas venían a significar (de una forma un tanto oscura) las iniciales del superior general del Instituto Frère Théofane Durand (1883-1907), para denominar a la editorial que fundaron en España, así como a las demás editoriales maristas que se constituirían también en América. En 1925, las iniciales FTD cambiaron de significado en España a través de un concurso promovido por la editorial, pasando a significar Foveo Timorem Domini (Fomento el Temor de Dios). En enero de 1932, la Editorial FTD se constituyó como sociedad anónima pasando a denominarse Editorial Luis Vives S.A. (Edelvives).

La presencia de imágenes como instrumento pedagógico ya se encontraba más consolidada en estos manuales. Ejemplo de ello he elegido una primera parte significativa que tendrá su continuación en otra entrada. En estos primeros ejemplos con viñetas contrapuestas aparecen los siguientes modelos a seguir, en este caso referido a las niñas.

                                                              01- La niña bien y mal educada
                                                              02- En la calle
                                                              03- En el colegio
                                                              04- En la mesa
                                                              05- En el juego
                                                              06- En el paseo







©Antonio Lorenzo

domingo, 6 de junio de 2021

Códigos sociales de urbanidad y de buenas maneras [II]

 

Para comenzar esta nueva entrada nada mejor que reproducir el resumen del trabajo elaborado por Pilar Ballarín para contextualizar el papel de la mujer en los tratados de urbanidad del siglo XIX.
«En España, a lo largo del siglo XIX, al tiempo que se sentaban las bases del sistema nacional de educación se definía el nuevo orden social de esferas separadas entre hombres y mujeres que caracterizará al patriarcado contemporáneo, cuestiones ambas imprescindibles para la realización del proyecto político liberal burgués. La escuela de niñas fue la encargada de promover y legitimar el modelo de mujer útil al nuevo Estado y al desarrollo económico desde el gobierno del hogar». La asignatura de «Ligeras nociones de higiene doméstica» que estableció la Ley Moyano en 1857 junto con la reorientación que se dio a las «labores propias del sexo» hacia la utilidad familiar, se consideran en este trabajo como los instrumentos clave para el alejamiento de las mujeres del mercado laboral y la devaluación de los trabajos que éstas desempeñan».

[«La escuela de niñas en el siglo XIX: La legitimación de la sociedad de esferas separadas», en Historia de la educación. Revista interuniversitaria, N.º 26, 2007, ediciones de la Universidad de Salamanca, págs. 143-168].
Uno de los tratados de urbanidad más populares para las niñas del último tercio del siglo XIX y principios del XX, es el escrito por Pilar Pascual de Sanjuán. Tal fue su popularidad que se siguió reeditando hasta mediados del siglo XX.

Pilar Pascual de Sanjuán (Cartagena, 1827-Barcelona, 1899) fue una pedagoga de acusada vocación humanística y acrecentado sentimiento religioso. De ser maestra rural en sus inicios, pasó posteriormente a regir la Escuela Práctica Agregada a la Normal de Maestras, de Barcelona. Convertida en figura relevante por sus escritos fue nombrada Socia de Honor de la Sociedad Barcelonesa de Amigos de la Instrucción.

Contexto histórico-social

La obra pedagógica de Pilar Pascual se desarrolla especialmente en la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de un periodo convulso de grandes transformaciones económicas y sociales, donde se produce el derrocamiento de Isabel II y su salida al exilio tras el éxito de la Revolución de 1868, "La Gloriosa". La proclamación como rey de Amadeo I de Saboya en enero de 1871. La declaración de la I República española en 1873. Pronunciamiento de Martínez Campos en 1874 a favor del hijo de Isabel II, Alfonso XII, dando paso a un corto periodo de reinado (1875-1885), e iniciando un largo periodo histórico conocido como Restauración.

La primera ley educativa integral y racional en España fue la Ley de Instrucción Pública de 1857, conocida como Ley Moyano, por ser entonces ministro de Fomento durante el reinado de Isabel II don Claudio Moyano Samaniego. Dicha ley tuvo un periodo de vigencia extremadamente largo y ha incidido profundamente en la estructura de la enseñanza primaria. Con esta ley se intentaba solucionar el grave problema de analfabetización en España. Con la Ley Moyano, se implantan los grandes principios del moderantismo histórico. Estos son la gratuidad relativa para enseñanza primaria, la centralización, la uniformidad, la secularización y la libertad de enseñanza limitada.

La Ley Moyano establece que la enseñanza sea obligatoria de los 6-9 años, posteriormente en 1909 se prolonga hasta los 12 años. El Estado cubre la gratuidad entre los 6-9 años, solo a aquellos que demuestren que no la pueden pagar.

La Primaria se estructura en dos etapas:

• Elemental de 6-9 años
• Superior de 9-12 años

La enseñanza principal de estos estudios «comprende las nociones rudimentarias de más general aplicación a los usos de la vida».

La Primera Enseñanza era impartida en las escuelas gratuitamente. Aun así, son los niños de familias de clase media los que realmente van a la escuela. Los de clase baja, debido a los problemas económicos de sus familias, hacía que los niños resultasen mucho más útiles como mano de obra.

Por otra parte, los niños de clase alta eran educados por institutrices en sus propias casas. Las institutrices vivían con la familia que las contrataba y se encargaban de la educación de los menores de la familia.



Pilar Pascual desarrolló una fructífera carrera de publicaciones, al margen de sus colaboraciones en revistas variadas. Se le han contabilizado una treintena larga de títulos: desde Los albores de la vida. Obra dedicada a las niñas (1863), Barcelona, Librería de Juan Bastinos e hijo, hasta Noches de estío. Cuentos para niñas y niños (1897), Barcelona, Antonio J. Bastinos. A lo largo de todos estos años publicó numerosos títulos que tuvieron gran repercusión y numerosas ediciones, como Flora o la educación de una niña (1881), Barcelona, Imprenta y Litografía de Faustino Paluzie.


De la amplia bibliografía de sus escritos pedagógicos creo de interés, aún a riesgo de que pueda resultar excesivo para una entrada de blog, la reproducción completa de su Breve tratado de urbanidad para las niñas (Barcelona: Imprenta de Paluzie, 1884), reeditado posteriormente y donde cada lector puede extraer sus propias conclusiones. Para ello, he unido cada dos páginas en una doble con el fin de que resulte más cómodo su acceso y consulta.



















©Antonio Lorenzo

domingo, 30 de mayo de 2021

Códigos sociales de urbanidad y de buenas maneras [I]


Los primeros ejemplares conocidos sobre los tratados de comportamiento y buenas maneras remontan a la época clásica. Su evolución y presencia constituyen, sin ningún género de dudas, una fuente de gran utilidad para el estudio de la historia cultural de una determinada época o sociedad concreta en su relación con el imaginario social. Lejos de considerarse como textos anecdóticos o de escaso interés, presentan un marco idóneo para inferir la evolución de los códigos éticos y normas de conducta.

Muy a grandes rasgos, un pequeño recorrido sobre el contexto histórico-social de estos códigos de buenas maneras viene a ser como sigue:
* Época clásica: las primeras publicaciones conocidas para servir como guía de comportamiento social ya se encuentran en autores clásicos como Cicerón, Ovidio o Séneca.

* Edad Media: Esta tradición fue recogida en la Edad Media por el clero para dirigir el comportamiento de los miembros de las distintas órdenes monásticas.

* En el Renacimiento, ligado en el caso español al devenir histórico-político desde los Reyes Católicos, estas guías reguladoras de comportamiento estaban fundamentalmente dirigidas al cortesano. El objetivo de estos códigos de conducta marcaba una clara diferenciación social con especial dedicación al sentido del honor. Esto fue vigente durante las sucesivas monarquías, continuadas posteriormente con el cambio dinástico con la llegada de los Borbones en el siglo XVIII.
Estos tratados con finalidad cortesana no pretendían ni estaban concebidos para dirigirse a la población en general, sino a quienes frecuentaban los círculos de la Corte, por lo que se refleja en ellos desigualdades y diferencias respecto a los estratos sociales. Estos tratados venían a ser, en definitiva, herramientas válidas para alcanzar un mejor ascenso social o posicionarse más eficazmente en el círculo cortesano.

* Tras la Revolución y el desmantelamiento progresivo del Antiguo Régimen y teniendo en cuenta las sucesivas leyes de educación, estas normas de convivencia y respeto se fueron extendiendo a las clases populares con un sentido algo más abierto y democrático. La traducción de obras preferentemente francesas al castellano no hay que interpretarlas como modelos de comportamiento de carácter único o de forma unidireccional. Aunque el modelo cortesano se mantiene, no fue el único paradigma de la buena crianza. Los manuales de urbanidad formaban parte de los libros de lectura como parte fundamental de la labor socializadora de la escuela. En 1783, bajo el reinado de Carlos III, una Real Cédula señalaba que en las escuelas de niñas, y dentro de la enseñanza cristiana, se debía atender a las «máximas de pudor y de buenas costumbres... que vayan limpias y aseadas a la Escuela y se mantengan en ella con modestia y quietud».

* Durante el siglo XIX y en buena parte del XX los textos dedicados a los tratados de buenas maneras abordan una serie de códigos de conducta algo más abiertos a las clases populares, aunque sigue manteniéndose la diferenciación social y educadora entre niños y niñas.

* Tras el breve periodo de la II República (1931-1936), la dictadura franquista volvió a poner en práctica y a retomar antiguos tratados de urbanidad para uso en las escuelas o incorporándolos de forma transversal al sistema educativo, junto con la religión y una visión distorsionada de la historia mediante una serie de lecturas patrióticas.

Antecedentes significativos

Teniendo en cuenta la tradición literaria sobre estos códigos de comportamiento, El Cortesano (1507), obra de de Baltasar de Castiglione (1478-1529), traducida al castellano por Juan Boscán en el 1534, puede considerarse como la obra pionera sobre los comportamientos que se deben observar en la Corte. Otro claro precedente sobre las buenas maneras lo encontramos en la obra de Erasmo de Rotterdam (1469-1536) con el título De civilitate morum puerilium (De la urbanidad en las maneras de los niños), publicada originalmente en Basilea en el año 1530), ejemplo igualmente de literatura cortesana donde se recogen elementos de la literatura clásica (Aristóteles, Cicerón, Plutarco, etc.) y de la que contamos con una excelente traducción y edición de Agustín García Calvo. Dicha obra marcó un antes y un después sirviendo como soporte para adaptaciones y reelaboraciones posteriores en distintos países europeos a lo largo del Antiguo Régimen y que a grandes rasgos podemos situar en España desde finales de la Edad Media (siglo XV) hasta la Guerra de la Independencia.


Se ha señalado que la evolución de los códigos de comportamiento pasa de las prácticas de carácter cortesano a los manuales de etiqueta y urbanidad, tan extendidos a lo largo de los siglos XIX y XX, con el paréntesis de la II República. Fueron retomados a lo largo de la dictadura franquista hasta llegar a los controvertidos «manuales de autoayuda», en un recorrido que pasa de lo colectivo a lo individual, centrados en la autorrealización y encaminados fundamentalmente a proporcionar un bienestar psíquico personal.

Con el paso del tiempo los códigos de cortesía y de buenas maneras fueron evolucionando a medida en que lo hacían también las sociedades, aunque no de forma paralela o simultánea. El marco temporal que propongo en este blog se limita desde el siglo XIX hasta las postrimerías del franquismo. En dichos tratados se combinan el decoro y la apariencia, los buenos modales con el trato y la moral a seguir. Se correlacionan los modales con un código ético y moral donde se debe huir de la simple apariencia y afectación como fingimiento y sin correlacionarse con un sentido ético.

Es claro que los códigos sociales han ido evolucionando a lo largo del tiempo con sus peculiaridades, características y especificidades propias de cada sociedad, de sus tradiciones y costumbres. Es por ello que no me detengo en el estudio de esas características propias, sino en repasar visualmente algunos de los soportes materiales que contienen aspectos continuistas de los códigos de conducta asociados a su normativa ética y moral.

El paso de las lecturas cortesanas a una serie de tratados de buenas maneras, con sentido pedagógico universalista para todas las clases sociales en el ámbito escolar, diferenciando, eso sí, las normas adecuadas para los niños y las niñas se encuentran aún influenciados por la sociedad estamental donde la posición social ya viene determinada por el mismo nacimiento y ajeno a la propia voluntad.

En esta primera aproximación considero de interés reproducir y agrupar una serie de portadas que alcanzaron notable popularidad a lo largo del siglo XIX o principios del XX. En otras entradas me detendré a reproducir viñetas o aspectos testimoniales sobre la forma de entender los códigos sociales en algunas de las obras más conocidas, con especial atención a la desigualdad manifiesta entre niños y niñas. Ello se traduce en aspectos como la vestimenta, códigos de comportamiento (verbal y no verbal) sobre el saludo el trato y la conversación, la higiene, los modales en la mesa, el aseo o la regulación de las necesidades fisiológicas.











©Antonio Lorenzo

domingo, 23 de mayo de 2021

La cotorra parlera

 

«Hablas más que una cotorra» es una locución expresiva muy extendida en el habla cotidiana en el sentido de hablar demasiado, muy seguido y, por lo general, de forma indiscreta; «hablando por los codos», como también se dice.

Intentado contextualizar el posible autor del pliego, lo que habitualmente es normal que no se consiga por las características de estos impresos, tuve la fortuna de acceder a su nombre, que no es otro que Lucas Alemán. Tras este nombre se oculta quien fuera el entonces conocido escritor Lucas Casal y Aguado (1751-1837), médico de profesión y autor prolífico de composiciones de corte satírico y jocoso en variados periódicos de la época.


Consultando El Correo. Periódico literario y mercantil del lunes 5 de octubre de 1829, aparece como introducción a las coplas de la cotorra parlera, tal y como aparecen en el pliego, lo siguiente:

Fastidiado hasta no poder más me tenía un ciego hace pocos días, repitiendo desaforadamente un infernal canterío enfrente de mis balcones, y no dejándome escribir un artículo en que me hallaba muy empeñado, cuando me asaltó la idea, siquiera por legítima venganza, de mudar de materia, y asestar un buen párrafo contra las indecentes coplas, y el más indecente tono con que los ciegos suelen por esas calles ofender el pudor de sus oyentes, y quebrantar con los desatinos que venden impresos todas las reglas de la racionalidad y del buen gusto. Y ya con efecto había dado principio a mi dichoso artículo, que nada tenía de blando, inspirado por los gestos y voces de mi buen ciego, cuando hete aquí que un amigo, que venía de la calle, abre la mampara de mi cuarto, trayendo en la mano el cuerpo del delito, y destornillándose de risa. Ese cuerpo del delito ya conoce el inteligente lector que eran las mismísimas coplas con que el ciego estaba aturdiendo el barrio, y entreteniendo a una buena porción de muchachos y mozos de cordel que le rodeaban, amén de otra jovial comparsa, que en la taberna inmediata celebraba al compás de los medios chicos las fatigosas entonaciones de tan descomunal cantor. Mi amigo, invitándome a que leyese las coplas, me las arrojó sobre el bufete; y yo, velis nolis, merced a sus instancias, y viéndole reír, hube de ceder, y soplarme al coleto los versecillos que en aquel momento resonaban en la esquina de la calle. ¿Cuál fue mi admiración cuando en vez de las sandeces e insustanciales chocarrerías en que abundan por lo regular estas ridículas composiciones, me encontré con una satirilla, que si bien no puede presentarse como modelo en su género, contiene sin embargo algunos pasajes festivos, tolerables, y no desprovistos de gracejo y de conceptos agudos? Así es que di corte al comenzado artículo, reservándolo para ocasión más oportuna; y por consejo de mi amigo determiné que las coplas, que ambos leímos de nuevo, sirviesen de apéndice y corolario a este párrafo, que dirijo a mis amables lectores. En ellas, repito, nada hay de particular; pero se dejan leer sin pena, y cierta malignidad ligera con que están escritas hace creer que no son parto de esos adocenados copleros que infestan las plazuelas y callejones, y contribuyen poderosamente al fomento de la ociosidad y de la ignorancia. Los que la lean dirán lo que les parezca: El Correo lo que quiere es entretenerlos agradablemente; con que por esta vez vaya de coplas de ciegos.

Los editores de pliegos consideraron estas o parecidas coplas como una especie de reclamo para su venta al incluirlas en las ediciones de sus pliegos por su carácter festivo y, en este caso, con el añadido de su intención crítica al pronunciarse sobre las argucias usadas para conseguir beneficios.





Tras las verdades de la cotorra parlera se incluye como final del pliego una letrilla satírica titulada Las verdades de don Lucas, escritas precisamente por el mismo autor, aunque editadas en 1789, cuarenta años antes, en el Diario de Madrid del día 10 de diciembre de 1789 con el título de Satirilla festiva.


Como podemos observar, algunas de las coplas publicadas en la prensa periódica de la época y desgranadas de las mismas, tuvieron su adecuación y correspondencia con algunos pliegos de cordel como el que nos ocupa. Esta correlación de coplas con las publicadas en la prensa periódica no ha merecido la atención que, sin duda, merecería por parte de los investigadores.

Respecto al autor de estas coplas, cuyo nombre se encuentra desaparecido en el pliego, podemos decir que su trayectoria de escritos satíricos se encuentra desarrollada principalmente en La Pajarera literaria (1813-1814) y El mochuelo literario (1820). Escribió también la comedia burlesca Don Lucas y Don Martín solos en su camerín (1832), la zarzuela Las vendimiadoras o segunda parte de la Espigadera (1779), la comedia pastoral Cuando miente una sospecha (1778) y el sainete El doctor Zorrilla (1827).

Su gran labor de coleccionista de obras ajenas resulta también apreciable, ya que reunió en su casa gran número de ellas, indicando en breve nota su resumen y opinión sobre las mismas, lo que da idea de la concepción dramática de la escena española de su época.

Teniendo en cuenta la poca discreción adjudicada metafóricamente a la cotorra, aprovecho esta entrada para copiar la composición de Samaniego. Félix María de Samaniego (1745-1801), autor recordado preferentemente por sus conocidas composiciones morales: Fábulas en verso castellano para uso del Real Seminario Vascongado (1781). Sin embargo, mucho más desconocido es el hecho de que cultivó también una faceta de carácter clandestino y de claro sentido erótico y anticlerical recogida en su Jardín de Venus. Obra muy divertida y apreciada que hizo las delicias de sus lectores, obra que circuló de forma soterrada de mano en mano con el fin de entretener a sus amigos tertulianos de rebotica y provocar su risa.

Autor de chispeante ingenio y con manifiestas habilidades discursivas, supo compaginar sus fábulas morales con estos clandestinos escritos eróticos. En 1793 fue denunciado anónimamente a la Inquisición, no tanto por sus escritos escabrosos, sino por sus posturas anticlericales, viéndose obligado a permanecer internado en un convento durante ese año.

En agosto de 1801, poco antes de su fallecimiento, ordenó quemar estas composiciones de carácter erótico. Afortunadamente, se conservaban copias manuscritas que hacían las delicias de sus lectores y que han llegado hasta nosotros. Hábil en recursos para fomentar la risa, como el presentarnos algunas de sus composiciones con rimas inacabadas que el agudo lector u oyente tiene que completar, como Logroño y co..., entre otras. Invito al lector a sumergirse en estos cuentos y versos del genial autor alavés en cualquiera de las ediciones modernas que circulan hoy en día

 Del ejemplar de mi colección, del que reproduzco la portada y un retrato inédito de Samaniego, copio su hilarante composición que tiene que ver con la parlanchina cotorra.


                                                            El loro y la cotorra

Tenía una doncella muy bonita,
llamada Mariquita,
un viejo consejero
que en ella por entero,
cuando se alborotaba
su cansada persona, desaguaba
con tal circunspección y tal paciencia
como si a un pleito diese la sentencia.
Era de este señor el escribiente
un mozuelo entre frailes educado,
como ellos suelen ser, rabicaliente,
rollizo y bien armado,
que, cuando el consejero fuera estaba,
a doña Mariquita consolaba.
Sucedió, pues, que un día
la consoló en su cuarto, donde había
en jaulas diferentes
un loro camastrón, cuyo despejo
todo lo comprendía por ser viejo,
y una joven cotorra muy parlera,
que la conversación de los sirvientes
oyeron, la cual fue de esta manera:
– ¿Te gusta, Mariquita?
– Sí, mucho, mucho; estoy muy contentita.
– ¿Entra bien de este modo?
– Sí, mi escribiente… ¡Métemelo todo!
– Pues menéate más…, que estoy perdido.
– Y yo… que viene… ¡ay, Dios…!, ¡que ya ha venido!
Y en efecto, llegaba el consejero
en aquel mismo instante,
y apenas su escribiente marrullero
dejó regado el campo de su amante,
cuando, con la ganilla que traía,
al mismo cuarto entró su señoría.
Quitose en él la toga,
diose en la parte floja un manoteo,
y a la que su materia desahoga
manifestó su lánguido deseo.
Ella, puesta debajo
de un modo conveniente,
se acordó en su trabajo
del natural vigor del escribiente,
y empezó a respingar con tal salero
que por poco desmonta al consejero.
Éste, viendo el peligro que corría,
dijo: Basta… ¿Qué hacéis, doña María?
¡Guarde más ceremonia con mi taco,
o por vida del rey que se lo saco!
– De veros, el contento,
replicó la taimada,
me hace tener tan fuerte movimiento.
¡Perdón!
– Sí, dijo el viejo; perdonada
estás, si es que te alegra mi llegada.
La cotorra, que aquello estaba oyendo,
dijo entonces, sus alas sacudiendo:
– Lorito, contentita
está la Mariquita.
A que respondió el loro prontamente:
– ¡Sí, se lo metió todo el escribiente!

 ©Antonio Lorenzo