miércoles, 19 de febrero de 2025

Tiempo de Carnestolendas

 

El tiempo de Carnaval está vinculado al calendario lunar y por consiguiente a fechas variables. El Carnaval tiene lugar antes de la Cuaresma donde se recuerdan los cuarenta días de penitencia que Jesús pasó en el desierto. El Carnaval está asociado a toda una miscelánea de fiestas liberadoras, divertidas, de disfraces grotescos y en un sentido general de prácticas irreverentes para la iglesia.

Como sinónimo del carnaval, las carnestolendas quedan asociadas a los tres días anteriores al Miércoles de Ceniza, fecha que señala el comienzo de la Cuaresma y que en este 2025 corresponde al día cinco de marzo. El término carnaval es atribuido al vocablo italiano "carnelevare" (de carne y levare, quitar), lo que viene a significar el adiós o a la restricción de la carne. A su vez, las carnestolendas, como carnes que han de quitarse, se refieren igualmente a la privación de la misma. La dualidad simbólica entre el Carnaval y la Cuaresma la retrató literariamente el Arcipreste de Hita en su Libro de buen amor del siglo XIV en la batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma. 

En el Concilio Vaticano II en el año 1966 el papa Pablo VI estableció en la Constitución Paenitemini, plasmada luego en el Código de Derecho Canónico, las siguientes pautas de ayuno a seguir:
- Hasta los 14 años de edad no existe obligación ni de ayuno ni abstinencia.
- Entre los 14 y los 18 años existe la obligación de guardar la abstinencia de carne o de otro alimento todos los viernes de cuaresma, el Viernes Santo y el Miércoles de Ceniza, salvo si coincide con solemnidad.
- Desde los 18 hasta los 59 existe la obligación de abstenerse de tomar carne los días anteriormente indicados y de ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
- A partir de los 59 años no se tiene el deber de ayunar, pero persiste el compromiso de abstenerse de la carne u otro alimento.
- En caso de padecer alguna enfermedad o si está embarazada o en período de lactancia no se tiene obligación de realizar ayuno.

Aquí entrarían las llamadas bulas o privilegios de indulgencias para saltarse estas normas eclesiásticas a cambio de cierta cantidad de dinero. La concesión de estas bulas de dispensa que te las vendía el párroco en la sacristía, permitía el comer carne en los días de abstinencia, obviamente para los que hubieran comprado las bulas en cuestión con el consabido tráfico de dispensas. Un clásico antecedente se encuentra en el tratado quinto de La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas o adversidades, donde se narra cómo Lázaro se asentó con un buldero y de las cosas que con él pasó. La compra de este privilegio formaba parte del status social, como acertadamente señala Juan Eslava Galán en su libro Tumbaollas y hambrientos (Editorial Plaza & Janés, 1997).

«Aquí gozábamos del privilegio de la Bula de la Santa Cruzada, un documento pontificio que autorizaba a consumir carne, huevos y lacticinios los días de vigilia. Este privilegio no era general, sino que cada familia debía adquirirlo y renovarlo cada año en su parroquia. Inevitablemente la adquisición del privilegio se hizo indicador del estatus social, y se hacía ostentación de él. El viajero Richard Ford que visitó España hacia 1830, escribe: "Todos los años sacan una nueva bula, como una licencia de caza, los que quieren deleitarse sin mala conciencia con carne de animales y aves. -¿Qué ocurre si un español no ha pasado por la caja registradora de su parroquia y se atreve a comer carne?- Los santos sacramentos le son denegados en su lecho de muerte; lo primero que pregunta el cura no es si se arrepiente de sus pecados, sino si tiene su bula (..)».

La venta de bulas e indulgencias o privilegios no deja de ser una muestra de negocio piramidal donde la verdadera ganancia se la llevaba la jerarquía eclesiástica, ya que todos los años había que comprar una bula nueva, puesto que anulaba la validez de las anteriores. Mientras tanto, el buldero de a pie necesitaba echar muchas horas para obtener un exiguo beneficio. 

Adjunto ejemplos de dos bulas emitidas con cien años de diferencia.


La idea generalizada de que el Carnaval cristiano es una fiesta de origen pagano no se corresponde ni histórica ni socialmente con la realidad de un pasado remoto e inconcreto, pues, como bien señala el eminente e ilustre don Julio Caro Baroja en su referencial e imprescindible obra El Carnaval: Análisis histórico-cultural, cuya primera edición es del año 1965, sostiene que el Carnaval que conocemos es hijo del cristianismo. Caro Baroja, a lo largo de su espléndido trabajo, nos proporciona un extenso recorrido lexicográfico donde apunta que los los ritos y festividades asociados al carnaval son tan extremadamente polifacéticos y heterogéneos que deben ser contextualizados y estudiados en cada ámbito social concreto.

Al margen de las controversias que suscitan las manifestaciones carnavalescas, lo que nos interesa en esta entrada es dar a conocer alguna de las muestras populares impresas en hojas sueltas. En ellas, lo carnavalesco va asociado a chistes, burlas y chascos, tal y como se señala en la cabecera del pliego donde se repasan con tono burlesco cómo en el pasado se arrojaba agua sucia u otros productos por los balcones o ventanas al grito de ¡Agua va! para que la gente se apartase a tiempo y evitar el quedarse empapado. Por citar una tradición del barrio marinero valenciano de Cabanyal, en la madrugada del domingo que se conmemora la Resurrección de Jesús, desde los balcones se lanzan con un cierto descontrol platos, tazas, cazuelas viejas, huevos o agua desde las terrazas o ventanas, lo que vendría a simbolizar el deshecho de lo antiguo y el paso a lo nuevo.

El pliego reproducido procede de la imprenta burgalesa de Athanasio y Casimiro de Navas en los primeros años del siglo XIX, aunque en este caso no figure el año en concreto. El pliego está ambientado en Madrid, donde se cita el Rastro y la histórica fuente de los Caños del Peral, actualmente museo visitable desde la misma estación del metro en Ópera. El teatro de los Caños del Peral se construyó a principios del siglo XVIII siendo demolido en 1817 para construir el actual Teatro Real en la ahora Plaza de Isabel II. 

Tras el pliego añado otro par de muestras de literatura popular impresa en forma de "ventall" o abanico, del año 1849, y de "auca" o aleluya impresa en Madrid por los Sucesores de Hernando.





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©Antonio Lorenzo

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