«En España, a lo largo del siglo XIX, al tiempo que se sentaban las bases del sistema nacional de educación se definía el nuevo orden social de esferas separadas entre hombres y mujeres que caracterizará al patriarcado contemporáneo, cuestiones ambas imprescindibles para la realización del proyecto político liberal burgués. La escuela de niñas fue la encargada de promover y legitimar el modelo de mujer útil al nuevo Estado y al desarrollo económico desde el gobierno del hogar». La asignatura de «Ligeras nociones de higiene doméstica» que estableció la Ley Moyano en 1857 junto con la reorientación que se dio a las «labores propias del sexo» hacia la utilidad familiar, se consideran en este trabajo como los instrumentos clave para el alejamiento de las mujeres del mercado laboral y la devaluación de los trabajos que éstas desempeñan».[«La escuela de niñas en el siglo XIX: La legitimación de la sociedad de esferas separadas», en Historia de la educación. Revista interuniversitaria, N.º 26, 2007, ediciones de la Universidad de Salamanca, págs. 143-168].
domingo, 6 de junio de 2021
Códigos sociales de urbanidad y de buenas maneras [II]
domingo, 30 de mayo de 2021
Códigos sociales de urbanidad y de buenas maneras [I]
* Época clásica: las primeras publicaciones conocidas para servir como guía de comportamiento social ya se encuentran en autores clásicos como Cicerón, Ovidio o Séneca.* Edad Media: Esta tradición fue recogida en la Edad Media por el clero para dirigir el comportamiento de los miembros de las distintas órdenes monásticas.* En el Renacimiento, ligado en el caso español al devenir histórico-político desde los Reyes Católicos, estas guías reguladoras de comportamiento estaban fundamentalmente dirigidas al cortesano. El objetivo de estos códigos de conducta marcaba una clara diferenciación social con especial dedicación al sentido del honor. Esto fue vigente durante las sucesivas monarquías, continuadas posteriormente con el cambio dinástico con la llegada de los Borbones en el siglo XVIII.Estos tratados con finalidad cortesana no pretendían ni estaban concebidos para dirigirse a la población en general, sino a quienes frecuentaban los círculos de la Corte, por lo que se refleja en ellos desigualdades y diferencias respecto a los estratos sociales. Estos tratados venían a ser, en definitiva, herramientas válidas para alcanzar un mejor ascenso social o posicionarse más eficazmente en el círculo cortesano.* Tras la Revolución y el desmantelamiento progresivo del Antiguo Régimen y teniendo en cuenta las sucesivas leyes de educación, estas normas de convivencia y respeto se fueron extendiendo a las clases populares con un sentido algo más abierto y democrático. La traducción de obras preferentemente francesas al castellano no hay que interpretarlas como modelos de comportamiento de carácter único o de forma unidireccional. Aunque el modelo cortesano se mantiene, no fue el único paradigma de la buena crianza. Los manuales de urbanidad formaban parte de los libros de lectura como parte fundamental de la labor socializadora de la escuela. En 1783, bajo el reinado de Carlos III, una Real Cédula señalaba que en las escuelas de niñas, y dentro de la enseñanza cristiana, se debía atender a las «máximas de pudor y de buenas costumbres... que vayan limpias y aseadas a la Escuela y se mantengan en ella con modestia y quietud».* Durante el siglo XIX y en buena parte del XX los textos dedicados a los tratados de buenas maneras abordan una serie de códigos de conducta algo más abiertos a las clases populares, aunque sigue manteniéndose la diferenciación social y educadora entre niños y niñas.* Tras el breve periodo de la II República (1931-1936), la dictadura franquista volvió a poner en práctica y a retomar antiguos tratados de urbanidad para uso en las escuelas o incorporándolos de forma transversal al sistema educativo, junto con la religión y una visión distorsionada de la historia mediante una serie de lecturas patrióticas.
domingo, 23 de mayo de 2021
La cotorra parlera
«Hablas más que una cotorra» es una locución expresiva muy extendida en el habla cotidiana en el sentido de hablar demasiado, muy seguido y, por lo general, de forma indiscreta; «hablando por los codos», como también se dice.
Intentado contextualizar el posible autor del pliego, lo que habitualmente es normal que no se consiga por las características de estos impresos, tuve la fortuna de acceder a su nombre, que no es otro que Lucas Alemán. Tras este nombre se oculta quien fuera el entonces conocido escritor Lucas Casal y Aguado (1751-1837), médico de profesión y autor prolífico de composiciones de corte satírico y jocoso en variados periódicos de la época.
Fastidiado hasta no poder más me tenía un ciego hace pocos días, repitiendo desaforadamente un infernal canterío enfrente de mis balcones, y no dejándome escribir un artículo en que me hallaba muy empeñado, cuando me asaltó la idea, siquiera por legítima venganza, de mudar de materia, y asestar un buen párrafo contra las indecentes coplas, y el más indecente tono con que los ciegos suelen por esas calles ofender el pudor de sus oyentes, y quebrantar con los desatinos que venden impresos todas las reglas de la racionalidad y del buen gusto. Y ya con efecto había dado principio a mi dichoso artículo, que nada tenía de blando, inspirado por los gestos y voces de mi buen ciego, cuando hete aquí que un amigo, que venía de la calle, abre la mampara de mi cuarto, trayendo en la mano el cuerpo del delito, y destornillándose de risa. Ese cuerpo del delito ya conoce el inteligente lector que eran las mismísimas coplas con que el ciego estaba aturdiendo el barrio, y entreteniendo a una buena porción de muchachos y mozos de cordel que le rodeaban, amén de otra jovial comparsa, que en la taberna inmediata celebraba al compás de los medios chicos las fatigosas entonaciones de tan descomunal cantor. Mi amigo, invitándome a que leyese las coplas, me las arrojó sobre el bufete; y yo, velis nolis, merced a sus instancias, y viéndole reír, hube de ceder, y soplarme al coleto los versecillos que en aquel momento resonaban en la esquina de la calle. ¿Cuál fue mi admiración cuando en vez de las sandeces e insustanciales chocarrerías en que abundan por lo regular estas ridículas composiciones, me encontré con una satirilla, que si bien no puede presentarse como modelo en su género, contiene sin embargo algunos pasajes festivos, tolerables, y no desprovistos de gracejo y de conceptos agudos? Así es que di corte al comenzado artículo, reservándolo para ocasión más oportuna; y por consejo de mi amigo determiné que las coplas, que ambos leímos de nuevo, sirviesen de apéndice y corolario a este párrafo, que dirijo a mis amables lectores. En ellas, repito, nada hay de particular; pero se dejan leer sin pena, y cierta malignidad ligera con que están escritas hace creer que no son parto de esos adocenados copleros que infestan las plazuelas y callejones, y contribuyen poderosamente al fomento de la ociosidad y de la ignorancia. Los que la lean dirán lo que les parezca: El Correo lo que quiere es entretenerlos agradablemente; con que por esta vez vaya de coplas de ciegos.
Los editores de pliegos consideraron estas o parecidas coplas como una especie de reclamo para su venta al incluirlas en las ediciones de sus pliegos por su carácter festivo y, en este caso, con el añadido de su intención crítica al pronunciarse sobre las argucias usadas para conseguir beneficios.
Respecto al autor de estas coplas, cuyo nombre se encuentra desaparecido en el pliego, podemos decir que su trayectoria de escritos satíricos se encuentra desarrollada principalmente en La Pajarera literaria (1813-1814) y El mochuelo literario (1820). Escribió también la comedia burlesca Don Lucas y Don Martín solos en su camerín (1832), la zarzuela Las vendimiadoras o segunda parte de la Espigadera (1779), la comedia pastoral Cuando miente una sospecha (1778) y el sainete El doctor Zorrilla (1827).
Su gran labor de coleccionista de obras ajenas resulta también apreciable, ya que reunió en su casa gran número de ellas, indicando en breve nota su resumen y opinión sobre las mismas, lo que da idea de la concepción dramática de la escena española de su época.
Tenía una doncella muy bonita,llamada Mariquita,un viejo consejeroque en ella por entero,cuando se alborotabasu cansada persona, desaguabacon tal circunspección y tal pacienciacomo si a un pleito diese la sentencia.Era de este señor el escribienteun mozuelo entre frailes educado,como ellos suelen ser, rabicaliente,rollizo y bien armado,que, cuando el consejero fuera estaba,a doña Mariquita consolaba.Sucedió, pues, que un díala consoló en su cuarto, donde habíaen jaulas diferentesun loro camastrón, cuyo despejotodo lo comprendía por ser viejo,y una joven cotorra muy parlera,que la conversación de los sirvientesoyeron, la cual fue de esta manera:– ¿Te gusta, Mariquita?– Sí, mucho, mucho; estoy muy contentita.– ¿Entra bien de este modo?– Sí, mi escribiente… ¡Métemelo todo!– Pues menéate más…, que estoy perdido.– Y yo… que viene… ¡ay, Dios…!, ¡que ya ha venido!Y en efecto, llegaba el consejeroen aquel mismo instante,y apenas su escribiente marrullerodejó regado el campo de su amante,cuando, con la ganilla que traía,al mismo cuarto entró su señoría.Quitose en él la toga,diose en la parte floja un manoteo,y a la que su materia desahogamanifestó su lánguido deseo.Ella, puesta debajode un modo conveniente,se acordó en su trabajodel natural vigor del escribiente,y empezó a respingar con tal saleroque por poco desmonta al consejero.Éste, viendo el peligro que corría,dijo: Basta… ¿Qué hacéis, doña María?¡Guarde más ceremonia con mi taco,o por vida del rey que se lo saco!– De veros, el contento,replicó la taimada,me hace tener tan fuerte movimiento.¡Perdón!– Sí, dijo el viejo; perdonadaestás, si es que te alegra mi llegada.La cotorra, que aquello estaba oyendo,dijo entonces, sus alas sacudiendo:– Lorito, contentitaestá la Mariquita.A que respondió el loro prontamente:– ¡Sí, se lo metió todo el escribiente!
©Antonio Lorenzo
sábado, 15 de mayo de 2021
San Isidro, de labrador medieval a convertirse en patrono de los campesinos
Jusepe Leonardo Chabacier (ca. 1625-1630) |
Isidro, santo legendario, habría nacido hacia el 1082 y fallecido hacia el 1172, según se recoge en llamado Códice de San Isidro, conocido también como el Códice de Juan Diácono. Redactado en latín medieval donde se narra la vida de Isidro y algunos de sus milagros, fue descubierto en la madrileña Iglesia de San Andrés el año 1504 cuando se realizaba un inventario de bienes eclesiásticos.
En dicho códice medieval, de finales del XIII, se dice que estaba casado y que tenía un hijo, pero no se cita en ningún momento el nombre de su mujer, aunque expresa que asistió como esposa sumisa y discreta a uno de los milagros más significativos de su marido y que le acompañó diligentemente en el momento de su muerte.
A partir del siglo XVI se consideró fundamental otorgar una cierta visibilidad a la esposa del santo para engrandecer a su marido, donde mediante adiciones se le adjudicó el nombre de María Toribia, pasando luego a ser conocida como Santa María de la Cabeza, cuyo cambio de nombre es objeto de especulaciones de difícil aceptación documental histórica, apoyado tan solo desde un punto de vista legendario. Fue beatificada en 1697 y canonizada por Benedicto XIV en 1752, celebrado su festividad el 9 de septiembre.
Una de las fuentes posteriores más influyentes sobre la leyenda de San Isidro es, entre otras, la hagiografía sobre el santo compuesta por Alonso de Villegas en 1592 donde reinterpreta y añade milagros. La figura del santo fue recreada por el propio Lope de Vega por encargo de fray Domingo de Mendoza, alimentando la devoción al personaje entre las clases populares.
La leyenda de San Isidro está envuelta de imprecisiones, sobre todo por la gran cantidad de milagros posteriores atribuidos gracias a su intervención, entre los que destaca la mediación para la obtención de lluvias para las cosechas y ser benefactor de aguas milagrosas y medicinales, como se recuerda popularmente cada 15 de mayo en la famosa ermita de su nombre.
A raíz de la celebración del Concilio de Trento (1545-1563), en respuesta a la Reforma protestante de Lutero quien criticaba abiertamente el culto a los santos medievales por su falta de rigor histórico, la Contrarreforma incrementó su veneración valorando la difusión de reliquias. La ventaja de San Isidro frente al reparto y proliferación de reliquias es que su cadáver se conservaba incorrupto en un arca que sufrió también algunas vicisitudes y traslados, sepulcro conservado actualmente en la madrileña Real Colegiata de San Isidro desde el requerimiento de su traslado por el rey Carlos III en 1769.
El Isidro de Lope de Vega y su repercusión popular impresa
El incremento de la devoción popular al santo tiene mucho que agradecer al gran Lope de Vega. En 1599, pocos años después de la hagiografía de Alonso de Villegas, Lope de Vega, con apenas 19 años, publicó, a instancias del encargo de Fray Domingo de Mendoza su célebre composición narrativa en verso: Isidro. Poema castellano (sin especificar su santidad, algo que todavía entonces no era vigente), germen de las tres comedias posteriores dedicadas al santo. La literatura popular impresa, recogió enseguida determinados episodios y fragmentos recogidos en la obra de Lope, inspirando la proliferación de pliegos de cordel, aleluyas o estampas en siglos posteriores. Su Poema castellano está dividido en diez cantos donde se repasa la biografía del ilustre labrador junto con algunos de sus más renombrados y atribuidos milagros.
El proceso de canonización de San Isidro comenzó de forma oficial en 1592 teniendo en cuenta sobre todo la producción narrativa de su vida y milagros, así como lo transmitido por tradición oral con todo lo que conlleva de adiciones y alteraciones sobre su biografía histórica. Conseguir testimonios veraces, ya sea de San Isidro o de cualquier otro santo, es una cuestión de fe, no de documentación fidedigna, y así hay que entenderlo.
Isidro fue beatificado en 1619 por el papa Paulo V, siendo canonizado posteriormente por el pontífice Gregorio XV en 1622. El Papa Juan XXIII extendió el patronazgo de San Isidro a los agricultores y campesinos españoles por la Bula Agri Culturam dada en Roma el 16 de diciembre de 1960. Esta declaración sirvió para extender su culto a muchas localidades agrícolas, no sólo de España, sino del mundo entero.
La edición facsimilar que he manejado de la original obra de Lope de 1599 pertenece a mi colección particular y fue editada en 1935 con motivo del tercer centenario del fallecimiento de Lope de Vega por la Academia del Instituto de San Isidro, tan célebre en la capital madrileña,
Auca moderna con la vida del santo en imágenes y la celebración festiva en su día |
El milagro del pozo - Anónimo (siglo XVII) |
El milagro del pozo, por Alonso Cano (ca. 1639) Museo del Prado |
San Isidro en oración, por Bartolomé González Serrano (1622) |
Hornacinas a San Isidro y a Santa María de la Cabeza en el Puente de Toledo de Madrid (1735) |
Francisco de Goya - La pradera de San Isidro (1788) |