domingo, 18 de junio de 2023

Sermón burlesco del bachiller Cagabragas en la boda de dos gibados

 

Continúo en esta entrada con dos versiones de un sermón burlesco donde un tal bachiller Cagabragas, visitador de bodegones y gran pescador de vientos bajos, fue el encargado de ejercer de predicador en Pamplona en la boda de dos gibados. El que la boda se celebrara en Carnestolendas resulta significativo, ya que el término carnal, asociado transversalmente con el Carnaval (hijo, aunque sea pródigo del cristianismo), son fechas contrapuestas a la Cuaresma (periodo religioso de abstinencia). Ello supone una clara alusión al contenido humorístico del pliego. Sobre el variado recorrido y vaivén lingüístico de términos como «Carnaval», «Carnal», «Carnestolendas» o «Antruejo», resulta imprescindible el riguroso estudio del ilustre don Julio Caro Baroja en su libro El carnaval (análisis histórico-cultural), [1965], del que se conocen sucesivas ediciones. 

Las carnestolendas, corto periodo de tiempo previo a la cuaresma y de fechas variables, constituyen un periodo de cierta permisibilidad y descontrol donde el cristianismo juega un papel importante puesto que es quien modula los tiempos y el orden social ajustándolos según los ciclos vitales.

El duelo entre doña Cuaresma y don Carnal ya lo ilustró con su indiscutible genialidad el gran artista Brueghel, el viejo y, desde un punto de vista literario, el clérigo Juan Ruiz, conocido por el Arcipreste de Hita en el Libro del buen amor, donde la batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma terminó con la prevista victoria de esta última imponiendo la prohibición de consumir carne a Don Carnal, que en la noche anterior se dio un atracón de carne y pescado acabando finalmente en prisión y custodiado por "El Ayuno".

Pieter Brueghel, el viejo - [detalle] Combate entre don Carnal y doña Cuaresma (1559)

Pero refiriéndonos a los pliegos, en el nº 38 de la Revista La Censura (1847)) cita cinco pliegos de contenido indecente, de los que uno de ellos es el ahora reproducido, donde se condena la grosería y procacidad contenida en este tipo de efímeros impresos:
«Todos ellos, aun prescindiendo de tan graves faltas, son a cuál más insulsos y necios, y no pueden proporcionar solaz y diversión sino a los borrachos sensuales que pasan su vida en las tabernas y burdeles.
Excusamos decir que deben considerarse como prohibidos semejantes asquerosos y sacrílegos papeles, y que las personas de autoridad (los padres, curas párrocos, alcaldes de los pueblos, etc.) están en una estrecha obligación de emplear cuantos medios les sugiera su celo religioso para impedir la propagación de aquellos, engolosinando si pueden a los que los tengan, con libros de honesto y lícito entretenimiento (y entiéndase que no comprendemos en estos las novelas)».
El pliego contiene tal cantidad de referencias, alegorías y alusiones a lo escatológico, a la gula y al mundo cristiano que merecería un detenido acercamiento a las comparaciones propuestas, algo que se aleja de las humildes pretensiones de este blog, que no son otras que la de contextualizarlos a grandes rasgos y darlos a conocer.

Las dos versiones del pliego reproducido, aunque en ambas se utiliza el mismo encabezamiento, no guardan relación entre ellos, salvo en la idea de que pueden utilizarse para una función. Ello constituye un ejemplo más de la versatilidad de los pliegos sueltos y su utilización por diferentes imprentas que reimprimen aquello que consideran les puede reportar beneficios. Si el primer pliego fue impreso en el conocido taller vallisoletano de Santarén, el segundo reproducido lo fue años más tarde en Madrid, por la imprenta de la Viuda de Hernando y Compañía, continuadora de la labor impresora de quien fuera su fundador en el año 1828, el segoviano Victoriano Hernando y Palacios, durante la etapa comprendida entre 1886 y 1896.


















©Antonio Lorenzo

lunes, 12 de junio de 2023

Sermón burlesco tras haber llenado bien la barrigas

 

Este pliego es un ejemplo más de los sermones, arengas o monólogos burlescos donde de forma humorística se imita y reprueba la puesta en escena de aquellos predicadores criticados por el Padre Isla en su famosa novela de 1758 Fray Gerundio de Campazas. Sobre estos sermones dedique una anterior entrada en este mismo blog donde también daba cuenta sobre las críticas a estos papeluchos, como así se los denominaban en la Revista La Censura donde citaban cinco pliegos, entre ellos el que reproduzco.


Este pliego alcanzó gran popularidad y fue impreso y difundido por numerosas imprentas a través de vendedores ambulantes. El pliego comienza ironizando humorísticamente la oración del "Alabado" con la que todo antiguo predicador comenzaba su sermón al tiempo que se santiguan los fieles al escuchar "En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". El pliego lo sustituye irónicamente por "Sea por siempre bendito y alabado el buen vino empipado, y la engruesada morcilla que engorda la pantorrilla".

El divertido texto del pliego hace todo un repaso humorístico y adornado con latinajos con alusiones a personajes, situaciones, indumentaria y profecías que desde un punto de vista actual requieren una cuidada y contextualizada interpretación por la falta de referencias. Pero el eje central se centra en alabar los excelentes efectos del buen vino y la consideración del vino aguado como el peor veneno por sus malas consecuencias.

El pliego reproducido fue impreso en Barcelona en la imprenta de Ignacio Estivill. Las primeras noticias sobre esta importante saga de impresores se remontan al año 1780 donde ya aparece su nombre asociado el gremio de libreros. El hijo del fundador, Ignacio Estivill i Cabot, se estableció con imprenta propia a partir de 1816 en la calle de La Boria hasta aproximadamente 1852.
















©Antonio Lorenzo

martes, 6 de junio de 2023

Sermón satírico y burlesco sobre las modas

 

El doctor Sancho Tira-Tripas figura como el extravagante compositor de este satírico pliego donde repasa entre otros asuntos las modas y las costumbres de los hombres y de las mujeres.

Estas publicaciones con la cabecera de sermón burlesco son herederas de las críticas a los antiguos oradores como recogieron transversalmente los más agudos e insignes escritores del siglo XVII.

Estos pliegos reflejan una visión de la realidad donde se entremezcla la sátira, si la consideramos como género propio, aunque no acompañada en todos los casos de lo burlesco, como elemento constitutivo esencial. Lo burlesco se asocia y responde más a una intencionalidad que busca lo jocoso y risible en el receptor. Este tipo de pliegos, al margen de las imprecisas diferenciaciones entre la sátira y lo burlesco, nos recuerdan a la agudeza y al ingenio de escritores como Francisco de Quevedo, donde la caricatura y la burla de personajes constituye todo un referente literario.

El pliego reproducido resulta enrevesado y de no fácil de lectura debido al desconocimiento actual de claves alusivas. El texto incluye todo un abanico de críticas sobre las formas de vestirse y comportarse. Habla de un lechuguino de traje ajustado, más pendiente de la ostentación que de lo propiamente necesario, al que le dio un "parasismo" y le tuvieron que aflojar la ropa para asistirle y comprobar que no tenía ni para comer y que todo se basaba en su afán de "mantener el vicio" y "ser estafador de oficio".

La misoginia también se refleja en el pliego, pues critica también a las viejas que pretenden hacerse pasar por jóvenes, así como a una señora recién enviudada hace menos de un mes y que ya va del brazo de un joven caballero. También critica a la mujer casada que gasta un traje cada día a costa del trabajo de su pobre marido jornalero. No se olvida tampoco de la crítica a las jóvenes y vanidosas doncellas de veinte años que lo que buscan y pretenden es el casarse con gente de postín.

Todo ello va entreverado y salpicado con expresiones latinas macarrónicas como pretendidos cultismos léxicos con claro sentido humorístico que nos recuerdan las predicaciones oratorias de Fray Gerundio de Campazas.

El pliego, al igual que otros ejemplos impresos de sermones burlescos, guardan estrecha relación con el modo de predicación del conocido por Fray Gerundio de Campazas. Fray Gerundio es un personaje de ficción de la novela, aparecida en la segunda mitad del siglo XVIII, concretamente en febrero de 1758, cuyo título completo es Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, cuyo autor es José Francisco de la Isla y Rojo (1703-1781), conocido como el padre Isla, aunque en el primer tomo apareció con el nombre de Francisco Lobón y Salazar, cura párroco de San Pedro de Villagarcía de Campos, para que la Compañía del jesuita ilustrado no se opusiera a su publicación, aunque logró publicar el primer volumen en Madrid en la fecha indicada a pesar de que dos años más tarde y mediante un Decreto inquisitorial se prohibió su impresión siendo incluida en el Índice de Libros Prohibidos en septiembre de 1760, aunque desde el principio no logró impedir su gran difusión aunque fuera de forma clandestina.

La novela desarrolla una parodia satírica sobre los excesos y degradación de la oratoria sagrada como una de las formas del sermón que hunde sus raíces hasta el mismísimo siglo XVI, donde el predicador buscaba de forma afectada ser admirado por su erudición y el ingenio del que carecía. Tales excesos barrocos del púlpito encaminaron a que el Padre Isla pusiera de relieve en boca de fray Gerundio el desterrar y corregir de forma irónica y con fines humorísticos las pretensiones de los predicadores que se dirigían a un público cortesano de forma altisonante y buscando su admiración. Por el contrario, el predicador que se dirige a las capas más populares utiliza todo un conjunto de herramientas y juegos verbales, como las adivinanzas o chistes combinados con aparatosa gestualidad para ridiculizar a los predicadores cortesanos.

El contexto socioeconómico de la época invitaba a concebir la carrera religiosa como un medio fácil de subsistencia para las clases populares de escasa formación intelectual y que luego de traducía en predicadores "a la violeta" con clara degeneración oratoria sagrada a los que fray Gerundio imita burlonamente en esta segunda mitad del siglo XVIII.

La novela, como han señalado algunos estudiosos, guarda relación con el espíritu carnavalesco en el sentido de una liberación transitoria respecto a lo considerado oficialmente como lo correcto.

El texto del pliego reproducido, proveniente con casi total seguridad del siglo XVIII es una clara muestra de la literatura de consumo de entonces, donde su sentido de humor aumentaba el número de sus potenciales lectores o simplemente de oidores. Los caracteres efímeros de estos impresos no cumplían con los requisitos previos para la obtención de licencias para su publicación, por lo que de alguna manera les hacía incontrolables siendo amparados, además, por la ausencia del nombre real de sus autores.

La Censura, revista mensual

La etiqueta de sermón burlesco tanto en este como en otros pliegos similares fueron duramente criticados y propuestos al Tribunal de la Inquisición para que se prohibiese su publicación.

La Censura fue una revista mensual publicada por el editor y socios literarios de la Biblioteca Religiosa. Esta revista se publicó en Madrid entre 1844 y 1853 durante la llamada «década moderada». El primer número corresponde al mes de julio de 1844, siendo el último el número 108 con fecha de diciembre de 1853. Los 108 números publicados a lo largo de nueve años suman 865 páginas y 750 censuras (numeradas correlativamente en un índice alfabético del 1 al 750). 

En un prospecto anunciador de la revista se dice:
«El editor y los socios literarios de la Biblioteca Religiosa, viendo que el error y la inmoralidad cunden de un modo portentoso y se introducen bajo todas formas en todo género de escritos, determinaron publicar La Censura con el fin de examinar bajo el concepto moral y religioso todas las obras que se vayan publicando o se hayan publicado en estos últimos tiempos, si son de alguna entidad. En esta revista se atiende con preferencia a censurar los libros perniciosos; pero se tributan también los debidos elogios a los que lo merecen por la pureza de sus doctrinas. La crítica imparcial, aunque severa, recae solamente sobre los escritos, respetando siempre las personas de los autores: en cuanto a los extranjeros se dice algo de su religión o de la tendencia de sus doctrinas.»
Pues bien, en relación a los pliegos de cordel en el número 38 de la revista correspondiente agosto de 1847 y en el apartado dedicado al sermón burlesco aparecen citados estos cinco pliegos, ente ellos el reproducido en esta entrada.
* Sermón burlesco jocoso y entretenido para divertir a los concursantes en una sala después de haberse llenado bien las barrigas: un pliego en 4ª, señalado con el núm. 42.

 * Sermón burlesco, alegre y divertido, pronunciado en la cátedra de la pestilencia y dedicado a la pública salud; alegría y tranquilidad por el bachiller Cantaclaro: un pliego en 4ª, núm. 63.

* Sermón burlesco para representarle en cualquier función, en el que se da zurra a todo monigote: compuesto por el bachiller Descuerna-cabras, tejedor de pergaminos, capador de ranas, gran maestre de la orden del mosto, graduado en la universidad de Jauja y primo en sexto grado por línea transversal de Baco: un pliego en 4ª, núm. 75.

* Sermón de las modas. Sermón satírico burlesco sobre el modo de vestir que se usaba antiguamente y el que se estila hoy día, compuesto en el año de poco trigo por el Dr. Sancho Tira-Tripas, graduado de bachiller en la universidad de Nantes, etc. etc.; un pliego en 4ª, núm. 31.

* Sermón burlesco de gran divertimiento para una función, predicado en Pamplona en la boda de dos jibados en carnestolendas por el bachiller Cagabragas, visitador de bodegones y gran pescador de vientos bajos, etc. etc.: un pliego en 4ª núm. 148.

[...] Por punto general son dignos de censura esta clase de papeluchos, porque más o menos remedan actos, ceremonias y expresiones de nuestra santa religión, y aplican a objetos chocarreros, indecentes y a las veces torpes palabras consagradas al culto cristiano. Así, en los cinco a que nos referimos se hace una ridícula parodia de la oración del Alabado con que empieza todo predicador su sermón, y de las palabras con que se signan y santiguan los fieles, llegando el sacrílego desacato del sermón núm. 148 a profanar en el principio y fin las sacrosantas palabras En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que mezcla entre sus torpezas y liviandades. [...] El del núm 131 (el reproducido) tiene en la página 7 ciertas expresiones torpes y en la 8 unos equívocos obscenos: el encargo que hace al fin a los oyentes, corresponde a todo lo demás.

La atención prestada a estos papeluchos se ve que no pasaron desapercibidos y suscitaron la atención a los redactores de esta revista a los que dedicaron una cuidadosa y pormenorizada consideración, lo que nos anima e invita a recorrer y mostrar en sucesivas entradas algunos de los pliegos mencionados, aunque para no alargarnos en demasía reproduzco uno de ellos editado en Valladolid por Dámaso Santarén.









©Antonio Lorenzo

jueves, 1 de junio de 2023

Máximas, proverbios y refranes por "El buen Sancho de España" [Junio]

Jean-François Millet - Campesino injertando un árbol (1855)

Continuando con ejemplos de refranes propios de la sabiduría popular recogidos en la temprana obra de José María Sbarbi y Osuna (1834-1910), Colección metódica de máximas, proverbios, sentencias y refranes, publicada en 1862, aunque oculto bajo el pseudónimo de "El Buen Sancho de España", entresaco lo relativo al mes de junio bajo las etiquetas de meteorognosia (conocimiento de los fenómenos atmosféricos), labranza, zootecnia, moral, economía, higiene y administración.












©Antonio Lorenzo

domingo, 28 de mayo de 2023

Pisaverdes, petimetres, lechuguinos, currutacos, gurruminos, linajudos, mariposones, gomosos... [IX]

 

La primera mitad del siglo XIX es uno de los periodos más fecundos desde un punto de vista literario en relación a los artículos de costumbres de escritores de variado perfil. En sus escritos se recogen de forma satírica y abundante los rasgos propios de los distintos tipos populares respecto a sus comportamientos y vestimentas. En ellos se entrecruza lo favorecedor de las costumbres ajenas frente a los sentimientos nacionalistas, rasgos distintivos según atendamos a los escritores de la época. Estas sátiras burlonas se dirigen preferentemente a una galería de tipos representativos de la sociedad de entonces desde una perspectiva humorística. De forma reiterativa aparecen tipos como los petimetres, currutacos, lechuguinos y sus herederos gomosos junto a los elegantes de porte y ademanes característicos. En estos artículos, se mezcla lo real con la ficción y donde se entrecruza lo cómico con lo serio con gran riqueza de matices.

La literatura popular impresa no fue ajena a esta clase de críticas burlonas, tal y como se refleja en algunos pliegos como el que reproduzco sobre El lechuguino pobre, personaje sobre el que me centraré y que viene a añadirse a lo contemplado en las otras ocho entradas que dediqué a estos tipos en este mismo blog en 2017 cuyos enlaces figuran al final de esta entrada.

A esta variedad de personajes se les achaca en su conjunto el de ser atildados y presumidos, falsamente cultos y afectados en el vestir y en sus modales. De los conocidos relatos sobre ellos entresaco de nuevo por su interés de las Escenas y tipos matritenses del escritor Mesonero Romanos lo referido sarcásticamente al personaje del lechuguino.

Éste era un tipo inocente del antiguo, que existió siempre, aunque con distintos nombres, de pisaverdes, currutacos, petimetres, elegantes, y tónicos. -Su edad frisaba en el quinto lustro; su diosa era la moda, su teatro el Prado y la sociedad. Su cuerpo estaba a las órdenes del sastre, su alma en la forma del talle o en el lazo del corbatín. -¡Qué le importaban a él las intrigas palaciegas, los lauros populares, la gloria literaria, cuando acertaba a poner la moda de los carriks a la inglesa o de las botas a la bombé! ¡Cuando se veía interpelado por sus amigos sobre las faldas del frac o sobre los pliegues del pantalón!
¡Existencia llena de beatitud y de goces inefables, risueña, florida, primaveril! Y no como ahora nuestros amargos e imberbes mancebos, abortos de ambición y desnudos de ilusiones, marchitos en agraz, carcomidos por la duda, o dominados por la dorada realidad! ¡Dichosos aquéllos, que más filósofos o más naturales, se dejaban mecer blandamente por las auras bonancibles de su edad primera; estudiaban los aforismos del sastre Ortet; adoraban la sombra de una beldad, o seguían los pasos de una modista; danzaban al compás de los de Beluci, y tomaban a pecho las glorias de la Cortesi, o los triunfos de Montresor!
¡Qué tiempos aquellos para las muchachas pizpiretas en que el Lechuguino bailaba la gabota de Vestris y no se sentaba hasta haber rendido seis parejas en las vueltas rápidas del vals! ¡Qué tiempos aquellos, en que se contentaba con una mirada furtiva, y contestaba a ella con cien paseos nocturnos y mil billetes con orlas de flechas y corazones!... ¿Qué te has hecho, Cupido rapazuelo (que tanto un día nos diste que hacer) y no aciertas hoy al pecho de nuestros jóvenes mancebos, los escépticos, los amargos, los displicentes, a quien nadie seduce, que en nada creen, que de nada forman ilusión?
¡Oh Lechuguino! ¡Oh tipo fresco y lleno de verdor! ¿Dónde te escondes? ¡Oh muchachas disponibles! Rogad a Dios que vuelva; con sus botas de campana y sus enormes corbatas, sus pecheras rizadas y sus guantes de algodón. Rogad que vuelva, con sus floridas ilusiones y su escasa ilustración; con sus idilios y sus ovillejos; y sin barbas, sin periódicos, y sin instinto gubernamental.
La prensa periódica y los diccionarios burlescos

Los artículos literarios convivieron con la prensa periódica en la primera mitad del siglo XIX y con los menos conocidos diccionarios burlescos, aunque con estos últimos de forma tangencial, ya que vienen a ser ejemplos de parodias lexicográficas para definir entre otras muchas cosas a los tipos que pululaban por entonces y que eran conocidos con diferentes nombres. Estos diccionarios, poco atendidos por los estudiosos, resultan de interés no solo para estudiar el abundante léxico atribuido a estos personajes populares, sino también para valorar socialmente las vestimentas y accesorios como símbolos de refinamiento y su relación con las modas extranjeras. La indumentaria no solo guarda estrecha relación con aspectos económicos, sino que de forma transversal resulta de interés para el estudio de la psicología social y la comunicación, al ser una forma estética y expresiva del lenguaje corporal humano.

Los diccionarios burlescos no tenían la pretensión de ofrecer informaciones lingüísticas, sino que su finalidad era más bien el ordenar alfabéticamente los términos incluidos a modo de un catálogo propio de terminología fraseológica.

Espigando por antiguas publicaciones periódicas de la prensa y no solo por los artículos literarios de costumbres, encontramos algunas referencias y opiniones encontradas sobre los lechuguinos.

En El correo: periódico literario y mercantil (Madrid, 5 de septiembre del 1828), los redactores expresan las malas consecuencias que tendrían de aplicar de forma generalizada el apodo de lechuguino por el simple hecho de ser partidario de la moda y que vistan elegantemente, cuyo objeto no es otro que el insultar. Según ellos, aunque son afectos a vestir a la moda no carecen por ello de ilustración y talento por lo que deberían evitarse las ridículas caricaturas, las necias comedias e indecentes sainetes, aconsejando a la postre el que se destierre esa palabra para evitar sus consecuencias. 

En las ediciones sucesivas de este mismo periódico, aunque resaltando su imparcialidad, algunos de sus suscriptores o lectores manifiestan de forma vehemente opiniones contrarias a las expresadas por los señores redactores sobre los lechuguinos. En el mismo periódico y tres días más tarde, en el apartado de correspondencia con los lectores, uno de ellos expresa su opinión en estos términos:
Señores Redactores [...] séame permitido oponer a la definición que hacen ustedes de ella, la que yo le aplico, y conmigo mucha parte del público, hasta tanto que una nueva edición del diccionario de la academia nos ponga a todos de acuerdo.
Yo entiendo por lechuguino, esto es, frívolo e insustancial como las lechugas chicas, no cualquier individuo de la clase elevada o de la mediana que gusta trajes de moda y pertenece a la sociedad fina, sino el joven de cualquier condición, que esclavo supersticioso de la moda, y enemigo mortal de toda instrucción sólida, se tiene por un grande hombre, porque recibe de primera mano los figurines, tararea mal un aria en italiano chapurrado, y baila un rigodón con donaire y elegancia...
Las distintas opiniones sobre los lechuguinos sostenidas por los redactores del periódico y algunos de sus suscriptores se prolongaron en el tiempo. Por entresacar alguna opinión más dos años más tarde en el mismo periódico (18-6-1830), pág. 4, puede leerse:
Un lechuguino, bien mirado, es un ente viviente como todos, y casi racional como yo y los demás hombres; pero ni yo ni los demás hombres gozamos la temperie de un rigoroso lechuguino. Su pulso lo indica claramente, pues en camisa es tranquilo y sosegado, lo que no sucede vestido; pues así que se cuelga el lente, o se pone los anteojos para cegar con vista y a la moda, y adjetiva su elegante desfigurada figura, su pulso cambia en vaporoso con magnitud aparente. En el Prado, Museo y Retiro, se presenta undoso y vago, y a presencia del objeto que ansioso brujulea se vuelve acelerado. En el baile se nota caprino, y aumenta su vibración en los rigodones. En un sofá descansando suele aparecer intermitente, y en el villar (si pierde) miuro, parvo y retraído. Cuando por su desgracia es de una dama o cortejo despedido, su pulso se hace lento y formicante, con una debilidad muy perceptible al tacto; y sí no tiene dineros (de que Dios nos libre) dicroto y tardo, con ínsulas de espasmódico. Las lechuguinas también tienen inconstantes y volubles pulsos. Ya se ve: consideremos que son mugeres, y es peculiar a su fino sexo esta diversidad de pulsaciones en sus vasos arteriales. No obstante, en algunas se observan más entonados y regulares movimientos, principalmente en las que llegan a la edad del caramelo, pues su bálsamo vital rojo está inerte, depauperado y destituido de principios activos, y las tales con propiedad no son lechuguinas, sino acelguinas, cuya naturaleza forma un pulso remitente, e infra-solutivo. Estas y otras cualidades he hallado en el moderno pulso lechuguino. Si algún compañero mío observa otras diferencias que a mi torpe talento se oscurecen, suplico me las comunique por su estafeta, y le quedará agradecido, como a vmd. muy obligado Lucas Alemán y Aguado. 

En el Diario de Avisos de Madrid (2-4-1830) se promociona la publicación de un sainete:

El Lechuguino, o sea el Yesero de Beniajan, sainete original para ocho personas, por D. Sebastián Hernández y Cerdan [representado por una compañía de aficionados en Murcia en 1829]: sátira graciosa, en que se ve el resultado que tienen algunos jóvenes fatuos, que saliendo de la esfera de sus principios, y queriendo figurar en el gran tono, sirven de desprecio y mofa a los hombres sensatos, sucediéndoles a cada paso mil infortunios, y desengañándose luego que se reconocen perdidos, como acontece con el presente yesero de Beniajan. Se hallará a real en la librería de los Sres. Matton y Boix , antes de D. Manuel Barco, Carrera de S. Gerónimo.
En el Diario de Avisos de Madrid (26-12-1836) también se da noticia de la representación de un juguete de baile dirigido por don Manuel Casas titulado El lechuguino en la aldea, una vez terminada la función de la comedia representada en el teatro de La Cruz. El éxito de este juguete bailable se prolongó en años posteriores, ya que también se puso en escena en el teatro del Príncipe en 1839, según se recoge en El eco del comercio (25-06-1839).

El personaje del lechuguino perduró como referencia en la memoria a lo largo de los años ya que algunas de las coplas conservadas en algunos juegos infantiles tienen precedentes en los recuerdos de quienes convivieron con ellos en ápocas pasadas, según recuerda una señora mayor en la publicación La Época (19-08-1858) donde ya se consideraba a los lechuguinos como sucesores de los currutacos y petimetres. Algunas de las coplas que recordaba la señora mayor han logrado pervivir en algunos juegos infantiles de las niñas muchos años más tarde, aunque sin consciencia alguna de lo que significaban, tal y como se citan en la recopilación llevada a cabo en 1910 por Augusto C. de Santiago y Gadea: Lolita. Cantares y juegos de niñas (Madrid, Est. Tip. de los Hijos de Tello): 

                                             Para ser lechuguino
                                             se necesita
                                             un pantalón de paño
                                             y una levita.

                                             Un bastón de Triana
                                             y un buen sombrero,
                                             un chaleco escotado
                                             ¡Y ande el salero!

Los circunstanciales diccionarios burlescos vienen a expresar en su conjunto las luchas ideológicas sobre determinadas voces y conceptos desde una perspectiva de corte satírico y de enfrentamientos léxicos, ya sean sobre determinadas posiciones políticas o referido a los comportamientos cotidianos de entonces.

Un referente sobre las modas y usos es el Diccionario de los flamantes. Obra útil a todos los que la compren, por un tal Sir Satsbú (Barcelona, 1829), que encubre al periodista catalán Faustino Bastús (1799-1873).


El diccionario nos ofrece unos valiosos apuntes sobre estos tipos populares, como se expresa en la introducción:
[...] ¡Oh vosotros que sois el brillo, la gloria, la admiración y el encanto de vuestra patria [...]!; ¡oh vosotros llamados antiguamente currutacos, después petimetres, en seguida pisaverdes, luego lechuguinos y finalmente condecorados con el pomposo y significante nombre de FLAMANTES!: recibid esta obra como un homenaje debido a vuestra originalidad.
«Flamante» es el término «nuevo y altisonante que acaba de darse a los excurrutacos, petimetres, y lechuguinos… En algunas partes se tiene entendido que les llaman también Heterogéneos, nombre que por ser algo griego no hemos adoptado…». 

El éxito editorial que alcanzó este folleto, en 1829, propició que 14 años después de su publicación, fuera plagiado por un tal El-Modhafer en 1843 con el mismo título:

El choque de perspectivas sobre el lechuguino, unos a su favor (los menos) como sucede en el Diccionario de los flamantes, contrasta con las severas e incisivas opiniones en su contra como figuran en 1826 en la Comedia nueva de costumbres, en prosa, en dos actos, titulada: Aviso a los Lechuguinos, ó sea, la juventud estraviada, escrita por un eclesiástico amante de su patria


Sobre el nombre de lechuguinos, el eclesiástico no duda en apuntar en la introducción de la comedia sus impresiones:

[...] es la razón que ya se tuvo presente cuando así se les apellidaba en Cádiz en otra época; porque la lechuga, planta hortense bien conocida, y en la que se distinguen tres especies principales, de que ha resultado un sinnúmero de variedades, echa unas hojas largas muy plegaditas y sin formar cogollo; y su tallo, que suele ser cilíndrico, sube dos o tres pies del suelo, y arroja unos ramillos cargados de flores pajizas; de donde sin duda ha venido a llamar lechuga a cierto género de cabezones y puños de camisa muy grandes, bien almidonados y dispuestos por medio de moldes en figuras de hojas de lechuga; moda que ya se estiló mucho durante el reinado de Felipe II, y moda del día, porque el lechuguino es el conjunto o cualquiera de las lechuguillas pequeñas antes de ser trasplantadas.

 Los pliegos

La literatura popular impresa se inspiró en estos personajes, como puede comprobarse en este primer pliego editado en Valladolid por la imprenta de Santarén, donde un nuevo y joven lechuguino de dieciséis años, desoyendo los consejos del modesto trabajador que era su padre, desecha la idea de buscar cualquier oficio dedicándose a presumir y a engañar a todo aquel con quien se encuentra, ya sea cortejando a las damas y gastando todo el dinero hasta que cae en la ruina y escarmentado.

Tras el pliego, adjunto noticias del relato que apareció en tres números seguidos con el mismo título de El lechuguino pobre en el año 1843 en la madrileña Revista de teatros, diario pintoresco de literatura (revista editada entre 1841 y 1845) donde figura como autor un tal Agustín Gómez.






Otro ejemplo más es este otro pliego donde se establece un diálogo entre un lechuguino y un manolo. Como es sabido, los conocidos como manolos son personajes propios del majismo del siglo XVIII y característicos de los barrios populares madrileños en clara confrontación con todo aquello que venga de fuera y como defensores a ultranza de lo propio.



Como comentaba al comienzo adjunto los enlaces a las entradas que dediqué en este mismo blog en el año 2017 a estos tipos de personajes.

https://adarve5.blogspot.com/2017/02/pisaverdes-petimetres-lechuguinos_28.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/03/pisaverdes-petimetres-lechuguinos_6.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/03/pisaverdes-petimetres-lechuguinos_9.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/03/pisaverdes-petimetres-lechuguinos.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/03/pisaverdes-petimetres-lechuguinos_21.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/03/pisaverdes-petimetres-lechuguinos_28.html

https://adarve5.blogspot.com/2017/04/pisaverdes-petimetres-lechuguinos.html

©Antonio Lorenzo