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Pliego editado en Barcelona por Llorens |
Traigo en esta ocasión unos curiosos pliegos donde adquiere gran protagonismo el miriñaque. El miriñaque, término del que se desconoce su origen, llamado también crinolina o armador, se refiere por extensión a una falda amplia sostenida por un armazón de tela rígida y reforzado generalmente por aros de metal, con el fin de mantenerla abierta y abombada a la altura de las caderas permitiendo un cierto balanceo con los movimientos de la mujer. Aunque esta moda proliferó en los ambientes de gente acomodada, hacia la segunda mitad del siglo XIX, tiene claros antecedentes en otros tipos de armazones para ahuecar las faldas: como su inmediato antecesor, llamado 'verdugado', de aspecto cónico; los 'guardainfantes' de los siglos XVI y XVII, propios del reinado de Felipe IV, llamados así porque permitían, entre otras cosas, ocultar el embarazo. Recordemos las aparatosas faldas mostradas en el cuadro de 'Las meninas' de Velázquez, faldas sujetas por armazones de alambres con cintas.
La nueva moda, que vino de Francia, sustituyó el guardainfante por el 'tontillo' a finales del siglo XVII, en tiempos del reinado de Carlos II (1665-1700) y hasta aproximadamente la segunda mitad del siglo XVIII. Así lo recogen algunas coplas:
Albricias, zagalas,
que destierran los guardainfantes,
albricias, zagalas,
que ha venido uso nuevo de Francia.
El uso de estos verdaderos artefactos tenían como misión la de resaltar la figura femenina, si bien se requería la asistencia de sirvientas o camareras para ponérselos.
Dato curioso es el decreto de excomunión promulgado en Valladolid contra las mujeres que se vistiesen con gorgera y caderas anchas y a los hombres que llevasen camisones con cabezones labrados. Pues bien, ratificando y dando la razón a este edicto el obispo Hernando de Talavera (1428-1507), confesor y consejero de Isabel la Católica, en su
Tratado sobre la demasía en vestir y calzar, comer y beber, escrito en 1477, ratificaba con detenimiento y numerosos ejemplos la bondad de la medida de excomunión. Bien es cierto que, a pesar de las críticas, esa indumentaria se prolongó y se mantuvo durante mucho tiempo sin hacer mucho caso de la pena impuesta. La labor moralista de la iglesia en esos años, y obviamente también en los sucesivos, fue un elemento activo de dominación política y social.
'So pena de excomunión no trajesen las mujeres cierto traje deshonesto, ni grandes ni pequeñas, casadas ni doncellas, hiciesen verdugos de nuevo ni trajes en aquella demasía que ahora usan de caderas, y a los sastres que no le hiciesen dende adelante, so esa misma pena'.
Tampoco se tuvo en cuenta la prohibición dictada por el rey Felipe V sin lograr que las mujeres abandonaran esta indumentaria con sus numerosas variantes de estilos, tamaños y curvas, que convertían a la mujer en una especie de maquinaria andante.
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Catalina de Médici con verdugado |
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Goya - Mª Luisa de Parma con tontillo |
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Velázquez - Infanta Mª Teresa con guardainfante |
Quevedo, haciendo gala de su conocida y fina ironía, satirizó esa moda en su soneto 'mujer puntiaguda con enaguas', cuyo comienzo dice:
Si eres campana, ¿dónde está el badajo?;
si pirámide andante, vete a Egito;
si peonza al revés, trae sobrescrito;
si pan de azúcar, en Motril te encajo...
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Moda francesa del siglo XVIII
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Indumentaria de finales del siglo XIX |
Esta moda fue la causante de muchas muertes: pues una chispa o el mero acercamiento a un brasero incendiaba rápidamente la falda por su material inflamable. También resultaba un elemento de tropiezo al subir a los carruajes, con el peligro que ello suponía, así como las dificultades para sentarse o atravesar puertas. El propio Oscar Wilde perdió a dos hermanas que murieron abrasadas por dicha causa.
El miriñaque se sustituyó por el 'polisón', hacia el 1870, consistente en un armazón de mimbre o formado con telas rígidas que se colocaba en la parte trasera y se ataba a la cintura con unas cintas. De este modo, la importancia del vestido fue poco a poco 'echándose hacia atrás' dando volumen a la parte trasera.
Pero dejando al margen la evolución del vestido femenino en España, con sus añadiduras y complementos (peinetas, mantillas, abanicos, sombrillas, guantes, etc.), quiero detenerme en cómo se recoge y valora la moda del miriñaque en los pliegos de cordel del siglo XIX.
En este pliego, editado en el 1867 por Pedro Belda en Murcia, recoge en coplas la desaprobación que merece el uso de esta prenda por una serie de razones.
En el diálogo entre la madre y la hija que recoge este otro pliego editado en Madrid [s.a.] por Minuesa, la hija amenaza a la madre con arrojarse a las llamas o al canal si no accede a comprarle un miriñaque para igualarse, de este modo, a las damas de toda condición. La argumentación de la madre para negarse en un principio a complacer a su hija es la de que ya posee treinta vestidos de seda fina y treinta mantillas, a lo que la hija responde que lo que quiere verdaderamente es un miriñaque de clase superior para competir con la vestimenta de hortelanas o mozas de servicio, que, aún siendo de inferior clase social, lo poseen. En el diálogo se resalta la visión tradicionalista de la madre que considera el miriñaque como moda perniciosa e indecorosa.
Pliegos, en suma, que recogen en tono burlesco la moda del miriñaque como signo de distinción y donde puede observarse el rechazo de las clases populares a una moda importada y ajena a las costumbres y al sentir del común de los ciudadanos. Pero esto no solo sucede en relación a la indumentaria, sino que también ocurre con la valoración de los bailes y de la música autóctona, como el bolero, la seguidilla y la tonadilla en general, en afirmación nacionalista frente a los bailes foráneos, tal y como recogen otros pliegos de cordel.