El pliego
Estos villancicos fueron compuestos para ser cantados en el año 1785 en la ciudad murciana de Cartagena.
El pliego
Llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve». La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad». La mujer le dice: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo». En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?». La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?». Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: «Maestro, come». Él les dijo: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis». Los discípulos comentaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?». Jesús les dice: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra».
Si nos detenemos en el contenido del texto de una forma literal y al margen de sus interpretaciones teológicas, algunas de las respuestas de Jesús a la samaritana nos presentan a un Jesús con ciertos aires prepotentes o altaneros, puesto que tras pedir a la samaritana agua para beber, de la que que por cierto no se la proporciona en ningún momento, Jesús aprovecha para reivindicar su mensaje: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva», a lo que ella responde: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva? La interpretación religiosa del "agua viva" de asocia simbólicamente como medio de purificación, fuente de regeneración y aseguradora de vida eterna.
[...] Me parece más fácil que nosotros podamos aceptar que los cinco primeros maridos del alma son los cinco sentidos del cuerpo. De hecho, cuando uno nace, antes de poder usar la mente y la razón, no lo rigen sino los sentidos de la carne. En un niño pequeñín el alma apetece o rehúye esto: lo que se oye, lo que se ve, lo que tiene olor, lo que tiene sabor, lo que se siente por el tacto. Apetece cualquier cosa que encanta, rehúye cualquier cosa que molesta a estos cinco sentidos. De hecho, encanta a estos cinco sentidos el placer, les molesta el dolor. El alma, al principio, vive según estos cinco sentidos, como cinco maridos, porque la rigen. Ahora bien, ¿por qué se los ha llamado maridos? Porque son legítimos. Dios, en efecto, los ha hecho y Dios los ha dado al alma. Es débil todavía la que rigen esos cinco sentidos y actúa bajo el dominio de esos cinco maridos. Pero, cuando llegue a los años de ejercitar la razón, si se encargan de aquélla la disciplina y la doctrina de la sabiduría, a los cinco maridos no les sucede en el gobierno sino el auténtico marido legítimo, mejor que todos ellos, para regirla mejor y guiarla a la eternidad, cultivarla para la eternidad, instruirla para la eternidad [...].
Mañanita de San Juan, mañanita linda y clara,y ¡ay!, quién tuviera la suerte de aquella samaritana!Con su cantarillo de oro a Jesucristo dio agua.Dame agua a beber del pozo, dame agua, mujer mundana;dormistes con siete hombres con ninguno estás casada.¡Ay!, no diga eso, señor, que yo soy doncella honrada.Jueves Santo por la noche, Viernes Santo a la mañana,metistes un majo en casa por la tu baja ventana,le pusiste a las muñecas unas cintas encarnadas.La mujer, de que esto oyó, cayó al suelo desmayada;no la fueron de volver ni con vino ni con agua.Levántate ya del suelo, levanta a la mi palabra,levántate, pecadora, que tú ya estás perdonada.
Recitada por Leónides Prieto Ibáñez (69a). Recogida en Barniedo de la Reina por José Manuel Fraile Gil y Macario Santamaría Arias, 1989. Publicada en Fraile Gil 2001, Romances de Salio. Una tradición ahogada, nº II.F.1.f., p. 59 y CD, corte 8.
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¡Quién tuviera la fortuna de dir al pozo a por agua,como tuvo una mujer llamada Samaritana!En el brocal de su pozo tuvo a mi Dios en palabra,no entendiendo que era Dios, ni ella de Dios se acordaba;entendió que era un galán que de amores la trataba.Entra el cántaro en el pozo, entra y darásme en el agua;tanto como agua me dieres tanto te daré de gracia.¿Qué gracia me puedes dar que sea tan limpia y claracomo el agua de mi pozo que es como la mesma esperanza?¿Querrásme negar, mujer, que a las tres de la mañanaechaste un gallardo mozo por la tu baja ventana?A tres mozos pones mesa, con ninguno estás casada.Pues decirme, ¿quién sois vos que me descubrís mis faltas?El Padre tengo en el cielo el Hijo contigo habla,tú eres la oveja perdida que de mi rebaño falta.Si soy la oveja perdida que de tu rebaño falta,ea, Señor, recogeila, ea, Señor, amparaila,ea, Señor, recogeila, oveja tan desmandada.
Versión de Reinosa (Santander). Recogida por José María de Cossío y Tomás Maza Solano, entre 1933 y 1934 Publicada en Cossío 1933-1934, I. III (nº 8), pp. 32-33.
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https://depts.washington.edu/hisprom/optional/balladaction.php?igrh=0187
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Fuente de la Samaritana en la Plaza de la Justicia en Zaragoza |
Paso procesional de la Hermandad de Aspe (Alicante) |
El pliego reproducido, del que se conocen otras muestras provenientes de diferentes talleres, es un ejemplo más de la literatura de tradición impresa donde se narran chascos o situaciones insólitas y que resulta frecuente el que guarden relación con la tonadilla escénica, con sainetes o pasillos y con el considerado teatro breve en general. Este tipo de chascos o bromas, más o menos pesadas, solían recitarse o narrarse en las tertulias, aunque en este caso y debido a su extensión resulta más propio para ser leído.
En el pliego, dividido en dos partes y ambientado en Valladolid, se nos cuenta la historia de un arriero que tenía por costumbre, antes de salir de casa a sus quehaceres como un habitual transportador de mercancías y utilizando la tracción animal, la de santiguarse mediante una recurrente retahíla con el fin preventivo de librarse de los diablos, enemigos o ladrones para que no le sucediera nada en su trayectoria. Pero, hete aquí, que su mujer le incitó a que también debería añadir al santiguarse una advertencia contra los ardides propios de las mujeres de entonces. Como el arriero se negó a incorporar esa nueva mención, ya que se creía prepotente e indemne a las trampas de las mujeres y presumiendo además de sus actuaciones con ellas, su mujer tomó contra él medidas adversas. Tras una suculenta cena acompañada de muchos vinos que le ofreció su mujer junto a una parienta, resulta que por los efectos del vino acabó en el suelo, lo que aprovecharon las mujeres para raparle las barbas y los bigotes y hacerle en la cabeza una especie de tonsura a semejanza de un fraile de San Pablo. Tras ello, le vistieron con un hábito de la orden y lo subieron a uno de sus caballos, lo que le hacía parecer como un "reverendo frailazo".
Una vez que los vapores del vino hubieron remitido y dándose cuenta de que se encontraba en el camino sin barbas y sin bigotes, lejos de recordar el confuso episodio que había padecido, consideró que aquello se trataba en realidad de un milagro de Dios y que por ello debía dedicarse a evangelizar y a convertir a paganos, por lo que emprendió su presunto camino evangelizador donde se encontró con un fraile Descalzo que se dirigía en dirección a Simancas para decir una misa por ser el día de San Marcos. Tras conversar con el fraile, este conminó al arriero, al verle vestido con un hábito, para que ejerciese de predicador en la misa pendiente.
Tras su incongruente experiencia predicadora, que no se llevó a cabo, y una vez repuesto, decidió regresar a su casa para recuperarse por las peripecias sufridas, pero con la intención de escarmentar a su mujer por la burla que le infringió al raparle y vestirle con un hábito. Tras su llegada su mujer le insistió de nuevo en que lo sucedido a través de la broma perpetrada contra su marido, no era sino una clara prueba de que era preciso el incluir en su santiguamiento el prevenirse de las mujeres para huir de sus mañas, de cuya prueba había sido objeto el arriero Juan de Prados por su propia esposa.
En la segunda parte del pliego se narra cómo la mujer de Juan de Prados al quedarse encandilada por el sermón que escuchó a un predicador joven, discreto y con buena voz, del que no pudo evitar el enamorarse. En su intento de quedar con él solicitó a su marido el que convidase al fraile a su casa. Juan de Prados, que ya sospechaba de la intención de su mujer: "carnero me quiere hacer, más yo seré toro bravo", solicitó en complicidad con el criado, el que espiase a su mujer y le facilitase información sobre los recados que hiciese al joven y deslumbrante predicador, lo que provocó una cuidada venganza del arriero al enterarse por su criado de que su mujer tenía la intención de invitar al predicador a visitarla. Tras comunicárselo al arriero, este urdió una estratagema para vengarse de la inicial burla que le propinó su mujer.
Juan de Prados, haciéndose pasar por el predicador y vestido con el hábito blanco y llevando en la manga un garrote de tres palmos, llegó a su casa sin que fuese reconocido por su mujer, Juana Gutiérrez. Lo aprovechó entonces para vengarse y devolverle la burla que había sufrido al tiempo que la aderezó con saña moliéndola a palos al tiempo que propugnaba el que toda mujer debería cumplir siempre con su marido sin que ella se percatase del cambio. Juan de Prados, tras atenderla posteriormente tras la paliza recibida le propuso a su mujer el que convidase a comer y les visitase el predicador, algo que ella no quería tras lo sufrido por quien creyó que fue el sugerente predicador. Sin embargo, su marido invitó al predicador por su cuenta diciéndole que llevase un hisopo y una reliquia de un santo, ya que su mujer estaba endemoniada. Aprovechando que Juan de Prados salió a buscar al criado, su mujer comenzó a criticar muy enfadada al predicador, por considerar que fue quien la maltrató, lanzándole a la cara ollas y platos al tiempo que el predicador conjuraba a la presunta endemoniada con el hisopo y rociándola con agua bendita hasta que, de una forma atemorizada, logró regresar de una forma apresurada al convento. Tras esta estratagema, planificada por el propio Juan de Prados quien observó la situación sin ser visto y riéndose, acabó reconociendo ante su mujer que fue él mismo quien la pegó, ya que toda mujer debería respetar siempre a su marido. Ella acabó pidiéndole perdón, lo que fue aceptado por Juan de Prados siendo desde entonces unos buenos casados.
Aspecto de las casas derruidas. Tarjeta postal sobre cartón (1879) |
El pasado año 2019 el Ayuntamiento de Murcia conmemoró el 150 aniversario de la Riada de Santa Teresa mediante una exposición con fotografías y portadas de periódicos, planos y grabados de tan aciago acontecimiento.
El pliego fue reimpreso en Peñaranda de Bracamonte (Salamanca) en la imprenta de Bernardino Sánchez el mismo año de la catástrofe. De este librero e impresor ya se conoce su actividad desde que imprimió el periódico semanal La Voz de Peñaranda desde 1857.
Tras el pliego, reproduzco la portada de la obra musical para piano como recuerdo a la inundación de Murcia por el célebre compositor y pianista santanderino Belisario Gayé (1839-1909). Dicho compositor fue también participante solidario en la suscripción organizada para socorrer a las familias de los pescadores muertos a causa de la terrible galerna sufrida el 20 de abril de 1878.