Pisaverdes, petimetres, lechuguinos, currutacos, flamantes, gurruminos, linajudos, mariposones, gomosos, pirracas, lindos..., todos estos términos, sin descender a sus distintos matices, tienen una serie de características comunes, como son: la imitación de las modas francesas en cuanto a modales y vestimenta, el acendrado narcisismo y la afectación en las costumbres, su falsa erudición, el cortejo a las damas, el desprecio por lo 'nacional' (representado por el majismo y el casticismo), junto al afeminamiento de ademanes y gestos y su gusto por los perfumes y acicalados.
Obviamente, hay matices que son más característicos o propios de cada término, como los maridos consentidores y calzonazos (gurruminos), los petimetres (del francés petit mâitre, 'pequeño maestro', equivalente más o menos a nuestro "señorito") o los pisaverdes, (término más antiguo según recoge Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611), "llamados así por andar pisando de puntillas por prados donde hay hierba y humedad para no mojarse los lazos de los zapatos", término que fue cediendo espacio ante los neologismos de petimetre y currutaco (derivado este último, según Corominas, de la voz curro y su cruce con retaco, 'rechoncho').
Personajes todos ellos que, con distintas denominaciones, aparecen con frecuencia en el teatro breve del siglo XVIII (tonadilla escénica, entremeses y sainetes) como destinatarios de sátira y burla, pues los autores usan su afeminamiento y extravagancia como elementos estratégicos y escénicos para conseguir efectos cómicos y burlescos. Estos personajes son deudores y continuadores del conocido personaje barroco del figurón, especialmente en la segunda mitad del siglo XVIII.
La nueva comicidad se detiene en estos personajes coincidiendo con la imitación de las costumbres, especialmente francesas, en los ambientes urbanos. El seguimiento cronológico del léxico se hace especialmente difícil por la superposición de términos como equivalentes a lo largo del tiempo. La prensa costumbrista del siglo XVIII (El Pensador, El Censor, Correo de Madrid, El Observador, etc.) recogen en muchas de sus páginas alusiones sobre sus comportamientos y hábitos sociales de una forma suelta y desordenada, lo que daría paso, pero ya en la primera mitad del siglo XIX a los artículos de costumbres con las limitaciones propias que ya exigía cada medio impreso.
Un aspecto interesante y no tenido muy en cuenta sobre la lexicografía de los usos y costumbres es el referido a los no pocos libros o folletos de la primera mitad del siglo XVIII encabezados con la palabra 'diccionario'. No se trata de los diccionarios al uso, sino a los llamados diccionarios burlescos o satíricos, cuya oculta finalidad era la de servir de argumentario satírico a enfrentamientos ideológicos contra los adversarios políticos. No hay que olvidar que estos 'diccionarios' se publicaron profusamente tras promulgarse en España la libertad de imprenta por las Cortes de Cádiz en 1810. Un año más tarde se publicó el célebre Diccionario crítico-burlesco de Gallardo, como réplica a uno anterior y prototipo de los enfrentamientos entre 'liberales' y 'serviles' en el Cádiz de entonces.
Pero lo que resulta en nuestro caso de interés, no es atender al vocabulario de corte político que contienen sino al referido a los usos y costumbres que recogen estos folletos y que nos informan sobre los usos extranjerizantes a los que satirizan.
Dentro de los diccionarios burlescos, el conocido por
Diccionario de los flamantes. Obra útil a todos los que la compren, publicado el año 1829
por un tal Sir Satsbú, seudónimo del periodista catalán Vicente Joaquín Bastús y Carrera, expresa en la misma dedicatoria:
[...] ¡oh vosotros que sois el brillo, la gloria, la admiración y el encanto de vuestra patria! ¡oh vosotros llamados antiguamente currutacos, después petimetres, en seguida pisaverdes, luego lechuguinos y finalmente condecorados con el pomposo y significante nombre de FLAMANTES! Recibid esta obra como un homenaje debido a vuestra originalidad...".
Y sobre el término
flamante, que parece más bien una invención del autor ya que apenas tuvo continuadores, en el sentido del que va siempre 'flamante y a la última', escribe:
"Nombre nuevo y altisonante que acaba de darse a los ex-currutacos, petimetres, y lechuguinos... En algunas partes se tiene entendido que les llaman también 'Heterogéneos', nombre que por ser algo griego no hemos adoptado".
Amparado bajo el disfraz de diccionario recoge en él un interesante vocabulario, siempre en tono jocoso, sobre las modas y costumbres dieciochescas de hombres y mujeres. Tal fue su éxito que catorce años después (1843) fue copiado y pirateado por un desconocido que se hizo llamar "El-Modhafer", añadiendo, copiando o modificando la primitiva edición de 1829.
El cambio de las costumbres en la vida cotidiana de las gentes urbanas dieron lugar a los estereotipos a los que nos referimos. A través del teatro y de la prensa (a lo que añado la desatendida literatura popular impresa que reivindico) se satirizaban estos cambios de conductas que indicaban una cierta alteración del orden social establecido.
Carmen Martín Gaite, en su iluminador estudio Usos amorosos del dieciocho en España (basado en su tesis doctoral de 1972), ilustra magistralmente la práctica del 'chichisveo' y el cortejo, esto es, la práctica socialmente aceptada por las clases altas, y con la aprobación del marido, por la que un caballero acompañase desinteresadamente a una señora casada a la iglesia o a los salones, le diese conversación, la sacase de paseo, le informase de cotilleos y noticias, opinase sobre su vestimenta, etc.. En el exordio preliminar apunta una sugerente hipótesis:
"La moda del cortejo, por muy pueril y estúpida que fuera, supone una importante revolución en las costumbres femeninas españolas, significa la semilla de un primer conato explícito de malestar matrimonial y da lugar, por vez primera a través de las polémicas que desencadenó, a una relativa toma de conciencia -aún cuando muy minoritaria- con respecto a posibles reivindicaciones de la mujer en la sociedad".
Sobre estas figuras arquetípicas ya contamos con estudios de interés en su relación con léxico y con el teatro del siglo XVIII, así como su incidencia en la mentalidad de la época. Pero creo que no se ha tenido suficientemente en cuenta la aparición de estos personajes en los pliegos de cordel, ejemplos de literatura popular impresa en sus diversas modalidades. Pretendo ilustrar con algunas muestras la aparición de estos personajes, tanto en pliegos como en "ventalls" (abanicos), o en opúsculos y folletos baratos que gozaron de gran difusión.
En una primera aproximación me voy a detener en la obra Currutaseos. Ciencia currutaca o ceremonial de currutacos (1799).
Bajo las iniciales F.J.A.M. se esconde la figura de Fray Juan Fernández de Rojas (1750-1819), quien formó parte del círculo de poetas ilustrados de la Escuela salmantina; autor también, bajo el seudónimo de Francisco Agustín Florencio, de una Crotalogía o ciencia de las castañuelas (1792), donde desarrolla también una crítica jocosa sobre los hábitos sociales, científicos y literarios que nos venían de los enciclopedistas franceses.
Entresaco algunas de sus observaciones de su ciencia currutaca y la singularidad que deben observar y fomentar sus miembros:
"La ciencia currutaca es una ciencia que extrae a las currutacas y currutacos de la clase de españoles en el vestir, hablar y andar; hasta conducirlos a una perfección extraordinaria".
Más tarde señala que:
"No habiendo singularidad no habrá perfección. Para que no se olvide esta importante doctrina esta será regla general: Cuando pitos, flautas, cuando flautas pitos."
La ciencia currutaca, prosigue, se divide en vestuaria, loquaria y ambularia. La primera enseña a vestir metódicamente; la segunda, da reglas para buscar y usar palabras o expresiones convenientes; y la ambularia nivela los movimientos de los huesos, músculos y tendones para andar con perfección extraordinaria. Sobre esta última característica, añade más adelante: que el objeto 'material' de la ambularia son los huesos, cartílagos, o ternillas del currutaco; y el 'formal' es el "compás, o bella disposición, que todas estas partes deben observar en el movimiento progresivo".
Siguiendo con estas jocosas distinciones el autor considera entonces que "un tullido o aquel que solo tiene un vestido a la antigua, está inhabilitado para ser currutaco"; al igual que los frailes, "por no mudar de traje ni diferenciar colores". Concluye el opúsculo con una serie de preceptivas hilarantes sobre las combinaciones y rituales que deben observar tanto ellos como ellas.
Para ilustrar el tratamiento de estos personajes en los pliegos de cordel reproduzco dos ejemplos: el primero, reimpreso en Lérida por Buenaventura Corominas en 1841; y el segundo, sin año y sin pie de imprenta. El primero tiene por autor a un tal Pablo Cruzado, del que no sabemos nada, autor a su vez de otros pliegos de tono burlesco, como el titulado: Las bromas de las mujeres. Relación jocosa y verdadera de los trágicos azares que ocasionan las mujeres amigas de bromas y licores a sus pobres maridos, sin atender al corto jornal que ganan, con lo demás que verá el lector, pliego del que conocemos ediciones de José Mª Moreno en Carmona; de Marés, en Madrid, o la de Pedro Belda, en Murcia, estas últimas reproducidas en este blog:
Este hilarante pliego desarrolla un conocido argumento recogido numerosas veces como cuento, tanto por tradición oral como en pliegos, si bien en estos últimos los personajes objeto de la burla suelen ser curas o sacristanes. Corresponde al Tipo 1730 del Índice de tipos elaborado pos Antti Aarne y Stith Thompson bajo el título de Los pretendientes atrapados.
El currutaco de Sevilla
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Xilografía del pliego editado en Barcelona por Estivill |
©Antonio Lorenzo