Dentro de la selva temática de los pliegos de cordel cobran
un lugar destacado los relativos a los cautivos y renegados, de amplísima
trayectoria literaria, que se han venido cultivando hasta los albores del siglo
XX.
Esta materia ha dado numerosos frutos tanto en los pliegos como también en la novelística y en la dramaturgia. De una forma u otra
la temática de cautivos fue tratada por Cervantes (cautivo él mismo en Argel
durante cinco años, apresado cuando regresaba a España después de sobrevivir a
la batalla de Lepanto en 1571), así como Lope, Góngora, Calderón, junto a otros
muchos autores menos conocidos.
Con el término peyorativo de renegado, en relación a lo que
nos ocupa, se alude a aquellos que abjuran (reniegan) de su fe y pasan a formar
parte de otra religión o creencias. En general se aplica a aquellos cristianos
que adoptan las creencias o doctrinas del Islam, ya sea por conveniencia para
ganarse un mejor trato o por otras razones. Se trata en suma de una apostasía,
conocida de antiguo con diferentes nombres dependiendo de la época histórica:
muladíes (hispanos convertidos al Islam), los tornadizos (en sentido
contrario), por no hablar de los conversos o marranos (judíos falsamente
convertidos al cristianismo pero que
seguían practicando su religión a escondidas), los moriscos, etc.
Es durante el transcurso del siglo XVI, fundamentalmente bajo
el reinado de Felipe II, cuando esta temática literaria alcanza su mayor
difusión aunque el gusto por estas narraciones se ha mantenido con vitalidad
hasta épocas muy recientes.
Este tiempo histórico, cuya estabilidad se prolonga en el
tiempo, corresponde a lo que el gran historiador francés Fernand Braudel
denominó como de ‘larga duración’ (longue durée), para diferenciarlo de un
tiempo de corta duración o de acontecimientos en su clásico estudio ‘La
Méditerranée et le Monde Méditerranéen a l'époque de Philippe II’ (El
Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II) y a su
continuidad a través de la escuela de Annales.
El mar Mediterráneo fue el escenario donde se desarrolló el
enfrentamiento entre dos concepciones religiosas y culturales muy diferentes.
Es durante el siglo XVI cuando toman un especial protagonismo los corsarios,
los cautivos y los renegados. Los primeros se dedicaban al corso, esto es, a
atacar y saquear barcos mercantes enemigos y poblaciones merced a la ‘patente
de corso’ o permiso otorgado por un monarca, alcalde o autoridad competente a
cambio de obtener parte del botín frente al adversario. En cierto modo era un
medio de disponer de una armada alternativa y rentable. El corsario, pues, vendría
a ser una especie de pirata con consentimiento y aprobación, puesto que contaba
con una legitimidad de la que los simples piratas carecían. Los cautivos y
renegados serían el resultado y la consecuencia directa de este enfrentamiento bélico, económico y
cultural por el control y el dominio del espacio fronterizo del Mare Nostrum,
ya fuera por los ‘moros de allende’ norteafricanos o por los turcos. Este
espacio escénico natural o medio
geográfico fue sustituido paulatinamente por el Atlántico debido al creciente
interés en la mercadería proveniente de América.
Esta duradera lucha entre cristianos y musulmanes se
extiende prácticamente desde el siglo XVI al XVIII dando lugar a una
inseguridad y tensión permanente donde el riesgo a ser atacado estaba siempre
presente, sobre todo en las zonas costeras. El miedo a resultar cautivo
sobrevolaba en el imaginario social de esas gentes de frontera pues su ‘redención’
requería de una fuerte suma que la mayoría no podía pagar.
No es de extrañar el que este mundo cambiante fuese propicio
para desarrollar argumentos, reales o ficticios, que alimentaron las mentes de
toda la escala o estratos sociales por lo excitante para la imaginación, donde
convivían harenes, abordajes, amores imposibles o descripciones de batallas entre
las galeras de uno u otro bando.
Las galeras eran unas embarcaciones casi planas que combinaban
vela y remo y de las que existían muchos tipos, impulsadas por la fuerza de los
remeros o, en el mejor de los casos, por las velas si el viento lo permitía. Se
trataba de embarcaciones excelentes para operar por las proximidades de la
costa. Iban dotadas del llamado ‘espolón de proa’, prolongación de la misma a
modo de ariete de bronce o hierro por debajo de la línea de flotación para
embestir a la embarcación enemiga y causarle graves daños o su hundimiento. Estas
embarcaciones eran propulsadas por el Mediterráneo con la energía bruta de los
llamados galeotes. Estos infortunados remeros, forzados o penitenciados,
cumplían una sentencia y su valía se reducía a su potencial de trabajo en las
embarcaciones. Entre estos forzados también habría que incluir a los esclavos,
generalmente musulmanes o negros capturados o comprados con anterioridad.
Era difícil empeorar las condiciones de navegación de uno de
estos presos. Un grillete les mantenía atados a su asiento, donde comían,
dormían y evacuaban. Los desdichados que tenían que servir en las galeras
reales estaban sumamente expuestos al contagio de enfermedades, encadenados en
las bancas de remo, con malísima alimentación y sin la menor higiene.
Los pliegos de cordel sobre cautivos y renegados que han
llegado hasta nosotros suelen tomar como fondo las guerras africanas y las
constantes escaramuzas en el Mediterráneo por corsarios y piratas donde se ponen de relieve las penalidades de
los cautivos. Su tono más realista contrasta con los romances moriscos
donde la figura del moro resulta
claramente idealizada. Uno de los más famosos romances de cautivos en el marco
de la piratería mediterránea es el tan conocido de Góngora, del que transcribo el
comienzo porque ilustra muy bien ese universo.
Amarrado al duro banco
de una galera turquesca, [turca]
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado [condenado] de Dragut [pirata turco]
en la playa de Marbella
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:
«Oh sagrado mar de España,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias:
pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras;
porque si es verdad que llora
mi cautiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur [Pacífico]
vencer en lucientes perlas.
Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad
que las aguas tienen lengua;
pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es muerta,
aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su ausencia.
Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado,
a nadie matarán penas»….
Este romance expresa el sentimiento de añoranza por su patria y por su amada, al tiempo que lamenta su condición de prisionero en la galera enemiga del corsario Dragut, en la que está condenado a remar, mientras contempla las playas de Marbella de su propia patria.
Para ilustrar esta temática a través de los pliegos de
cordel, donde toman presencia los clásicos argumentos de la bella mora que se
enamora del cristiano cautivo y acaba convirtiéndose al cristianismo, aventuras
inverosímiles de amantes separados por el cautiverio, pero llenos de fe cristiana,
renegados por conveniencia pero dispuestos a abrazar la fe de Cristo, etc.
Veamos unos ejemplos.
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Blas de León, cautivo en Argel. Barcelona, Hered. de Juan Jolis, s.a. |
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El cautivo de Gerona. Barcelona, Hered. Viuda de Pla, s.a. |
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Jacinto del Castillo y Leonor de la Rosa. S.l., Impr. El Abanico, s.a. |
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Trágicos sucesos de un enamorado en la ciudad de Pamplona. Barcelona, Impr. Hered. de Juan Jolis, s.a. |
Para no alargar en demasía esta entrada publico las portadas de otros pliegos de similar temática.
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Gabriela Altube. Impr. de Ramírez y Cía., s.a. |
Doña Gabriela Altube
Por imposición de sus padres la
prometen en matrimonio con don Juan a quien ella no quiere. El día de la boda
aparece don Lope, su verdadero pretendiente. Se enfrentan ambos y don Juan da
por muerto a don Lope y huye a Portugal donde se asocia con los moros africanos
para ocultarse. Don Lope se recupera de las heridas y acaba casándose con
Gabriela. Por un asunto de herencias viajan ambos a Roma, pero en el trayecto
son apresados por una fragata argelina y conducidos a Argel donde son vendidos
como esclavos a un renegado, que resulta ser el mismo don Juan. Se enfrentan de
nuevo pero Gabriela en el forcejeo de ambos acaba apuñalando a don Juan. Ayudados
por un moro bueno que quería convertirse al cristianismo, les conduce a la costa
para que escapen y acaban embarcando en una nave española que los regresa felizmente
a su patria.
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El sacerdote de Valencia y Audalá. Córdoba, Impr. de Rafael García Rodríguez, s.a. |
El sacerdote de Valencia y Audalá
A su regreso de Roma el nuevo
sacerdote es apresado por ocho galeras argelinas y conducido a Argel junto con
otros cuarenta cristianos. El sacerdote, junto con otros 12 cautivos, fue entregado a Audalá, quien confesó ser hijo de un corsario renegado pero nacido y
bautizado en Toledo. Como era de corazón noble le invitó en secreto a celebrar
una misa. El sacerdote se explaya con gran elocuencia explicando la simbología
religiosa de las vestiduras sagradas y las oraciones y rituales de la misa.
Audalá, conmovido por tan extraordinaria oratoria, decide escapar junto con 90
cautivos en una galera y se dirigen con éxito a Roma donde dan cuenta al Santo
Padre de todo lo sucedido.
Otras portadas:
Dejamos para una nueva entrada unos curiosos pliegos sobre esta temática que se han venido reimprimiendo repetidamente durante varios siglos y que han logrado pervivir en el imaginario colectivo de tantas generaciones.
Antonio Lorenzo