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jueves, 17 de octubre de 2024

¡Oh, cuánto puede el dinero!

Quentin Massys - El cambista y su mujer (1514) (Museo del Louvre)

Hay expresiones y frases proverbiales que se han mantenido a lo largo de los siglos sin perder actualidad alguna, como es el caso del valor concedido al dinero como conseguidor de prebendas. Por contextualizar el contenido de los pliegos reproducidos creo necesario aludir a referentes literarios indiscutibles. Tal vez el más importante o conocido sean las estrofas incluidas por Juan Ruiz, arcipreste de Hita, en su Libro de Buen Amor, obra de carácter fragmentario y discontinuo, pero que constituye un importante y valioso ejemplo de la literatura medieval del siglo XIV. En la miscelánea trama de sus escritos aparecen aventuras amorosas y alegóricas junto a principios morales y disquisiciones didácticas muy unidas a las manifestaciones de la cultura popular, como las referidas al valor y a las propiedades del dinero tan conocidas y de innegable actualidad.

El acceso a los textos del Libro de Buen amor en un castellano actualizado fue una importante contribución que debemos a María Brey Mariño, quien lo publicó en Valencia en 1954 en la editorial Castalia. Se trata de una adaptación moderna de importante valor docente y facilitador generalista para su lectura al margen de los estudios de filólogos o eruditos que se decantan por el antiguo texto. María Brey, fue la esposa del gran erudito y bibliógrafo Antonio Rodríguez-Moñino con quien se unió en 1939. Tras la muerte del gran maestro en 1970 y junto a la que fue su esposa María Brey fueron los salvadores de un importante patrimonio bibliográfico cultural al legar gran parte de su biblioteca privada y por disposición testamentaria a la Real Academia Española, donde se conservan también valiosos manuscritos, cancioneros, romanceros y pliegos sueltos de cordel como fruto de sus investigaciones.

Del libro modernizado al español de hoy y adaptado por María Brey copio, aunque de una forma entremezclada, lo referente al poder del dinero escrito por el arcipreste y que guarda relación temática con el contenido de los pliegos reproducidos.

Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar;
al torpe hace discreto, hombre de respetar,
hace correr al cojo, al mudo le hace hablar;
el que no tiene manos bien lo quiere tomar.
 
Aun el hombre necio y rudo labrador
dineros le convierten en hidalgo doctor;
cuanto más rico es uno, más grande es su valor,
quien no tiene dineros no es de sí señor.
 
Si tuvieres dinero tendrás consolación,
placeres y alegrías y del Papa ración,
comprarás el Paraíso, ganarás salvación:
donde hay mucho dinero hay mucha bendición.
 
Yo vi en corte de Roma, do está la Santidad,
que todos al dinero tratan con humildad,
con grandes reverencias, con gran solemnidad;
todos a él se humillan como a la Majestad.
 
Creaba los priores, los obispos, abades,
arzobispos, doctores, patriarcas, potestades;
a los clérigos necios dábales dignidades,
de verdad hace mentiras; de mentiras, verdades.
 
Hacía muchos clérigos y muchos ordenados,
muchos monjes y monjas, religiosos sagrados,
el dinero les daba por bien examinados:
a los pobres decían que no eran ilustrados.
 
Ganaba los juicios, daba mala sentencia,
es del mal abogado segura mantenencia,
con tener malos pleitos y hacer mala avenencia:
al fin, con los dineros se borra penitencia.
 
El dinero quebranta las prisiones dañosas,
rompe cepos y grillos, cadenas peligrosas;
al que no da dinero le ponen las esposas.
¡Hace por todo el mundo cosas maravillosas!
 
He visto maravillas donde mucho se usaba:
al condenado a muerte la vida le otorgaba,
a otros inocentes, muy luego los mataba;
muchas almas perdía, muchas almas salvaba
 
El hace caballeros de necios aldeanos,
condes y ricoshombres de unos cuantos villanos,
con el dinero andan los hombres muy lozanos,
cuantos hay en el mundo le besan hoy las manos.

Yo he visto a muchos monjes en sus predicaciones
denostar al dinero y a las sus tentaciones,
pero, al fin, por dinero otorgan los perdones,
absuelven los ayunos y ofrecen oraciones.
 
Aunque siempre lo insultan los monjes por las plazas,
guárdanlo en el convento, en vasijas y en tazas,
tapan con el dinero agujeros, hilazas;
más escondrijos tienen que tordos y picazas.
 
Dicen frailes y clérigos que aman a Dios servir,
mas si huelen que el rico está para morir
y oyen que su dinero empieza a retiñir,
por quién ha de cogerlo empiezan a reñir.

Toda mujer del mundo, aunque dama de alteza,
págase del dinero y de mucha riqueza,
nunca he visto una hermosa que quisiera pobreza:
donde hay mucho dinero allí está la nobleza.
 
El dinero es alcalde y juez muy alabado,
es muy buen consejero y sutil abogado,
alguacil y merino, enérgico, esforzado;
de todos los oficios es gran apoderado.
 
En resumen lo digo, entiéndelo mejor:
el dinero es del mundo el gran agitador,
hace señor al siervo y siervo hace al señor;
toda cosa del siglo se hace por su amor.
 
Deshace fuerte muro y derriba gran torre,
los cuidados y apuros el dinero socorre,
hace que del esclavo la esclavitud se borre;
de aquel que nada tiene, el caballo no corre.

El tema del dinero fue retomado ampliamente por los poetas barrocos al considerarlo como el mayor causante de los males sociales. El más conocido es la referencia al mismo que hizo Quevedo en su sarcástico Poderoso caballero es don Dinero, y que muchos de nosotros descubrimos gracias a la labor del gran cantautor Paco Ibáñez a través de sus adaptadas interpretaciones musicales y vocales, y al que debemos también el descubrimiento de otros poetas con los que no estábamos familiarizados.

La condena al poder del dinero fue un tema frecuente y lugar común de la literatura europea de la Edad Media y en los escritos de los poetas barrocos, pues aparte de Quevedo, Luis de Góngora trató también en varias de sus composiciones el tema del dinero, al igual que Lope de Vega haciendo hincapié al afán desmedido hacia el dinero recogido de forma dispersa en algunas de sus conocidas obras teatrales. 

La literatura popular impresa, tanto en láminas para enganchar a una varilla a modo de un mango como abanico o "ventall", así como en pliegos sueltos, se otorga un alto valor al dinero como medio para prosperar.



En el pliego, las referencias del autor hacia el dinero se centran en oficios populares propios de una sociedad de clase baja en contraposición a los clérigos, monjes, obispos, doctores o alcaldes de los que menciona el arcipreste. Entre los oficios que se señalan para ganar más dinero por las triquiñuelas que ejercitan se encuentran los sastres, los zapateros, los herradores, los especieros, los sombrereros, los panaderos, los carniceros..., donde al final del pliego el ciego solicita y anima a sus oidores o lectores a comprar sus "papelitos" por un real.

Tras el pliego representativo y procedente del taller valenciano de Ildefonso Mompié, del año 1822, en pleno desarrollo del conocido como Trienio Liberal, añado un par de referencias procedentes del taller de José María Moreno en Carmona (Sevilla), del año 1856, y del taller de la Viuda de Caro, de Sevilla capital, sin año.





Taller de José María Moreno en Carmona (Sevilla, 1856)

Taller de la Viuda de Caro (Sevilla), sin año

©Antonio Lorenzo

domingo, 6 de octubre de 2024

Lamentos de Corina a su idolatrado Osvaldo

 (Entrada publicada el 15 de agosto de 2013 y recuperada)

Retrato de Madame de Staël
El origen del pliego que nos ocupa en esta entrada es deudor de la novela de Madame de Staël-Holstein (1766-1817). Su obra ha quedado oscurecida con el paso del tiempo aunque, heredera de los enciclopedistas, fue divulgadora del romanticismo alemán en Francia.

De formación intelectual exquisita se casó en una boda pactada con un hombre que le doblaba la edad, el barón Magnus de Staël-Holstein, embajador entonces de Suecia en Francia. Su buena formación y posición económica no impidió a Madame de Stäel participar en los debates prerrevolucionarios con los políticos y pensadores de su tiempo, reunidos ahora en su salón de la rue du Bac y más tarde en el castillo familiar de Coppet.

En la biografía de Staël de Joseph Turquam se afirma que, inicialmente, el entusiasmo de Madame por Napoleón fue tan intenso como más tarde sería su odio. Su participación en la gran corriente antinapoleónica de la época le valió el exilio durante varios años y la prohibición, en 1810, de la primera edición de su obra, «De L´Allemagne», prohibición que no consiguió obstaculizar su gran éxito. Napoleón ordenó alejar de París a esta mujer inteligente, cultivada y muy rica con gran influencia en los círculos intelectuales.

La novela «Corinna o Italia» (Corinne ou l'Italie) fue publicada en 1807 y es considerada como la iniciadora de una incipiente novela de mujeres a comienzos del siglo XIX. 

Entre 1794 y 1803, durante un viaje a Italia y en el período siguiente, Madame de Staël escribió un diario que utilizó para escribir una novela ambientada en ese país. La novela se divide en veinte capítulos o libros, dedicados a la historia de amor entre los dos protagonistas, el tiempo y la identidad del arte italiano, especialmente en Roma, las costumbres y el carácter de la lengua italiana, la literatura, el arte, la religión y sus ritos, así como descripciones de Nápoles,Venecia y Florencia.


















         
Madame de Staël por el grabador Henri-Joseph Hesse (1781-1849)
                                   
Las aventuras de los protagonistas ofrecen a Madame de Staël la oportunidad de describir Italia (como subraya el título), sus costumbres, sus paisajes, sus glorias.

La novela obtuvo de inmediato un éxito extraordinario: desde 1807 a 1894, sólo en francés, se publicaron más de 86 ediciones.

En «Corina o Italia» subyace la opinión de que el genio no es exclusivo de lo masculino. Para Corina tener genio era ser capaz de experimentar grandes sentimientos y transformarlos en arte. Madame Staël destaca en su novela los rasgos activos y de entusiasmo que percibe la atracción y la belleza contenidas en todas las cosas.

Ediciones de Corina en España

La primera traducción de la novela en España apareció en el tomo XII de la «Biblioteca Universal de Novelas, Cuentos e Historias instructivas y agradables», editada por Ibarra en 1819 y traducida por el lexicógrafo, historiador y político Pedro María Olive.

Reproduzco la portada de una edición valenciana de 1838.


Copio, en primer lugar, la historia en prosa de los amantes recogida en la edición de la imprenta vallisoletana de Dámaso Santarén en 1846. 
Corina fue hija de Mr. Eugermond, escocés, aunque nació en Italia, donde pasó alegremente los primeros años de su vida y se instruyó muy bien en la música y poesía, habilidades que se aprecian mucho en aquel país. Durante este tiempo murió su madre, que era italiana, y su padre, que se había marchado a Escocia, se casó de nuevo con una escocesa. Envió a llamar a Corina, la cual fue allá; pero, acostumbrada desde su infancia al bello clima de Italia y a las alegres costumbres de los italianos, extrañó sobremanera el aspecto triste y sombrío de Escocia y el carácter frío y reservado de los escoceses. Dotada de un talento superior y poseyendo mil habilidades, se desesperaba viendo que no hacían caso de ella, siendo así que en Italia había recibido ya muchos aplausos. A esto se juntó, para hacerle más aborrecible aquella mansión, el mal trato que le daba su madrastra. Cansada de sufrir, resolvió volver a Italia. ¡No sabía la desdichada que corría a su perdición!
Pidió permiso a su madrastra, la cual se lo concedió con la condición de que mudara de nombre y que ocultara cuidadosamente, dondequiera que fuere, su familia. Se convino a ello Corina y en su consecuencia partió para Italia.
Llegó allá, donde acabó de perfeccionarse en las habilidades que poseía, en un grado tal que era la admiración de toda Italia. Fue coronada en el Capitolio como improvisadora, estando en la cual ceremonia la vio Oswald, joven escocés que viajaba por Italia con el fin de restablecer su salud y quien, al verla tan hermosa y recibiendo tales obsequios, se prendó de ella. Procuró introducirse en su casa y Corina se prendó también de los finos modales de Oswald. Este, en un principio intentó luchar con su pasión figurándose ofender con ello la memoria de su padre, quien le había destinado, antes de morir, por esposa, a Lucinda Eugermond, hermana de Corina por parte de padre.
Pero bien pronto llegó a olvidarse de esto y juró a Corina amarla eternamente. Estando en esto, le enviaron a llamar de Escocia para que fuera a incorporarse a su regimiento, que iba a marchar para América. Tuvo que obedecer y al partir prometió a Corina no olvidarla jamás y le dio un anillo. Llegó a Escocia, donde le acosó bastante la dicha Eugermond, viuda de Mr. Eugermond, para que se casase con su hija Lucila, según había mandado el padre de Oswald al morir; pero Oswald se resistió a ello lo más que pudo.
Entretanto Corina, no pudiendo sufrir verse tan lejos de su amado Oswald, partió a Escocia donde, sin ser vista, le vio varias veces; pero figurándose que la había olvidado, porque le vio muy obsequioso con Mi-lady Eugermond y su hija Lucila, no quiso hablarle y, en un rato de desesperación, le envió el anillo y una carta que sólo decía: ESTÁIS LIBRE. Oswald hacía tiempo que no recibía carta alguna de Corina, por lo que empezó a dudar de su fe; pero al recibir la carta y el anillo, se confirmó en ello. Desesperado, por creerse burlado, se casó inmediatamente con Lucila. Corina se volvió a Italia y allí enfermó gravemente. Oswald, informado de todo, fue a buscarla en compañía de su mujer, Lucila, y de una hija que ya había tenido de ella. Corina, al principio, no quiso verle; pero se lo permitió cuando se vio cercana a la muerte, y expiró en sus brazos.
La desgraciada Corina murió víctima del amor y el triste Oswald pasó en lo sucesivo una vida infeliz. Tal es el fin de las personas demasiado sensibles que se abandonan ciegamente a sus pasiones.
A esta hoja escrita por ambas caras de la imprenta Santarén (1846), le sigue la canción que comienza: «víctimas de un amor infelice…»

Reproduzco a continuación el pliego tardío editado en Barcelona por la imprenta de los sucesores de Domenech en 1869, aunque hay noticias de ediciones anteriores, como la de la imprenta de F. Vallés, de 1837; la de Estivill, sin año, o la de la imprenta vallisoletana de Dámaso Santarén en 1846, que ya he comentado.






Reproduzco también la «Canción de la triste Corina, lamentándose de la ingratitud de Oswaldo, su falso y cruel amante», que resulta ser continuación del pliego que contiene la «Canción nueva de Abelardo y Eloisa», editado en Madrid por J. M. Marés, sin año.




Antonio Lorenzo

viernes, 27 de septiembre de 2024

El apasionado y escondido amor de Abelardo y Eloísa


La historia amorosa entre Abelardo y Eloísa, tan mitificada sobre todo durante el romanticismo, ha promovido a lo largo de los años distintas interpretaciones sobre su desarrollo y desenlace en pleno siglo XII.

Los amores de los jóvenes Abelardo y Eloísa, que se amaron intensamente y a escondidas, remiten a todo un referente literario con connotaciones religiosas de la literatura medieval y estudiados desde numerosos puntos de vista e inspiradores de creaciones literarias. Su principal antecedente es la Historia calamitatum, obra autobiográfica del propio Abelardo redactada hacia el año 1132 y escrita para un amigo anónimo o supuesto, lo que supuso un giro radical en los tratados morales de su época al reivindicar la intencionalidad y la libre voluntad del individuo en contraposición a la visión ortodoxa de las instituciones eclesiales imperantes de entonces.

Abelardo, nacido en 1079, comenzó su relación con Eloísa, nacida hacia el 1100, cuando el primero ya rondaba cerca de los cuarenta años y la joven Eloísa no llegaba a los veinte. Su vida amorosa queda reflejada en las cartas que se intercambiaron a lo largo de su vida religiosa y que tan fecunda proyección han tenido a lo largo de los siglos hasta llegar incluso a estas muestras de la literatura popular impresa como aparecen en estos pliegos de cordel que reproduzco.

La historia de su correspondencia ha dado pie a todo un caudal de ediciones y estudios desde la Edad Media hasta la actualidad, lo que ha fomentado controversias sobre su autenticidad e interpretación según los numerosos acercamientos de los especialistas en su relación con lo religioso, lo ético y lo moral.

Al margen de las cartas que intercambiaron Abelardo y Eloísa, es fundamental reseñar la importancia de Abelardo como autor de una cuantiosa producción de obras dogmáticas, de teología moral y filosófica que resultan fundamentales para enmarcar las polémicas sobre estos aspectos que contribuyen a considerarlo como un tratadista y pensador racionalista medieval adelantado a su tiempo.

Eloísa, perteneciente a una gran familia de la aristocracia francesa, fue educada en un convento de monjas donde adquirió una importante formación clásica. Abelardo, reconocido teólogo, filósofo y maestro, se encontró con Eloísa más de una vez en sus viajes didácticos, lo que propició un ardoroso encuentro de amantes como se constata en la correspondencia que mantuvieron en sus respectivos destinos tras su enardecido y apasionado amor, como expresó Abelardo en uno de los capítulos de su Historia calamitatum:

«Bajo el pretexto de estudiar nos entregamos enteramente al amor. Los libros permanecían abiertos, pero el amor, más que la lectura, era el tema de nuestros diálogos; intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos que a los libros. El amor se buscaba en nuestros ojos, uno al otro, más veces que la atención se dirigía al texto […]; […] Nuestro ardor conoció todas las fases del amor y experimentamos todos los refinamientos insólitos que la pasión imagina. Cuanto más nuevos eran para nosotros esos placeres, con más fervor los prolongábamos, y no conocimos nunca el hastío».
La pasión amorosa de Abelardo, como amante y posterior esposo de Eloísa, pasó por serias dificultades, pues a instancias del preceptor de Eloísa, su tío y canónigo Fulberto, quien encargó y confió en Abelardo la educación de su sobrina, propició el que se amaran profunda e intensamente, aunque manteniendo su relación de una forma escondida. Descubierta su apasionada relación y el embarazo de Eloísa por su tío Fulberto, se casaron en secreto y huyeron a Le Pallet, ciudad próxima a Nantes donde había nacido Abelardo, dejando a su hijo, llamado curiosamente Astrolabio (instrumento para conocer las estrellas), al cuidado de una de sus hermanas. El niño murió tempranamente y ellos regresaron a París donde Fulberto emprendió tal represalia y venganza contra Abelardo que sobornó a un sirviente y a otros cómplices, para hacerle una emasculación o castración de sus órganos genitales. Tras el trauma que ello le supuso, Abelardo decidió hacerse monje ingresando en una orden monástica para dedicarse a la enseñanza y al estudio de cuestiones teológicas hasta llegar a convertirse en abad. Eloísa, por su parte, decidió hacerse monja a instancias y por amor a Abelardo, donde sostuvieron una sostenida correspondencia conservada en varios manuscritos rescatados y copiados a fines del siglo XIII ciento cincuenta años después de los hechos que se relatan.

La correspondencia entre Abelardo y Eloísa, mal conocida y desvirtuada, aunque impactante como documento literario, adquiere un especial interés por la presencia de motivaciones y rasgos femeninos adelantados a su época y que desde un punto de vista actual resultan altamente significativos si tenemos en cuenta que sus orígenes se remontan al siglo XII donde se confrontaba el espíritu y la visión femenina con lo masculino. En sus escritos, Eloísa se considera libre e individual frente a los estereotipos grupales de sus compañeras de la congregación de la que ella misma era la abadesa siendo Abelardo la guía espiritual de la congregación. En las formas de enfrentarse a su relación amorosa, una vez distanciados cada uno en su retiro religioso, se aprecia por parte de Eloísa una forma de expresar su realidad desde una perspectiva libre y al margen de la vida conventual en el sentido de expresar la relación vivida con Abelardo como de amante a amante. La pasión y el deseo que expresa en sus cartas se desvincula de una visión más grupal propio del papel atribuido a la mujer subordinada desde antiguo y de forma misógina a lo masculino. Eloísa se expresa desde una postura de libertad moral e individual donde la plegaria y la confesión no logra desechar de su mente ni el deseo ni la pasión. Así lo expresa sin pudor en una de sus cartas, donde reivindica su libertad de pensamiento, propia también de Abelardo, para expresarse libremente frente a la tradición misógina medieval, tan extendida hasta tiempos recientes, abriendo todo un camino de reflexión y debate.
«Por mi parte, he de confesar que aquellos placeres de los amantes -que yo compartí contigo- me fueron tan dulces que ni me desagradan ni pueden borrarse de mi memoria. Adondequiera que miro siempre se presentan ante mis ojos con sus vanos deseos. Ni siquiera en sueños me dejan sus fantasías. Durante la misma celebración de la misa -cuando la oración ha de ser más pura- de tal manera acosan mi desdichadísima alma, que giro más en torno a esas torpezas que a la oración. Debería gemir por los pecados cometidos y, sin embargo, suspiro por lo que he perdido. Y no sólo lo que hice, sino que también estáis fijos en mi mente tú y los lugares y el tiempo en que lo hice, hasta el punto de volver a hacerlo todo contigo otra vez, incluso durante el sueño».
Desde un punto de vista filosófico, las ideas expresadas y difundidas por Abelardo provocaron una enorme animadversión en amplios sectores de la dogmática teológica católica, por lo que sus tesis y escritos fueron condenados en dos concilios: Soissons (1121) y en el de Sens (1141), donde sus libros fueron quemados y él excomulgado. Eloísa, por su parte, encontraba una contradicción entre la exaltación por el cristianismo de la continencia y la castidad respecto a los deseos propios de su sentimiento amoroso. Desde un punto de vista actual, algunas de las ideas centrales, tanto Abelardo como Eloísa, se adelantan en siglos a la visión propia del siglo XII y posteriores. Sus ideas morales consideran que son las intenciones las que definen a los actos como buenos o malos en cuanto que el ser humano no deja de ser libre y responsable de sus acciones, lo que no deja de ser una secularización igualitaria liberal propia de lo democrático.

La búsqueda libre de la razón entraba en contradicción con la fijación de las doctrinas cristianas por la fe. La sabiduría, según Abelardo, ha de basarse en el cuestionamiento y en la duda para alimentar la búsqueda del conocimiento propiciando los debates con preguntas y respuestas razonadas base de la escolástica como método de aprendizaje tan desarrollado por Abelardo en su intento de armonizar la fe y la razón. En su tratado De unitate e trinitate divina, referido a la Santísima Trinidad, sostiene que no se puede creer en nada si antes no se entiende. Dicho tratado fue quemado en el concilio de Soissons de 1121.

Pero retomando de nuevo la romántica relación amorosa entre Abelardo y Eloísa observamos que, desde un punto de vista popular, ha trascendido a lo largo del tiempo en papeles sueltos divulgativos destinados a un amplio sector de público donde se recoge el triste final de su relación.

Eloísa murió en 1164 a los sesenta y un años en la abadía de Paraclet, veintidós años después del fallecimiento de Abelardo en 1142, siendo enterrada según su deseo junto a Abelardo en la abadía de Paraclet que el propio Abelardo fundó.

Tras este primer pliego editado en Barcelona en 1864 en la imprenta de Juan Llorens, añado como singular referencia el conjunto de tres pliegos vendidos de forma conjunta según la madrileña edición de José María Marés de 1862. Hay que señalar que estas cartas o canciones fueron editadas a lo largo de los años por otros talleres conocidos por su producción de pliegos de cordel.

 



























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©Antonio Lorenzo