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viernes, 27 de septiembre de 2024

El apasionado y escondido amor de Abelardo y Eloísa


La historia amorosa entre Abelardo y Eloísa, tan mitificada sobre todo durante el romanticismo, ha promovido a lo largo de los años distintas interpretaciones sobre su desarrollo y desenlace en pleno siglo XII.

Los amores de los jóvenes Abelardo y Eloísa, que se amaron intensamente y a escondidas, remiten a todo un referente literario con connotaciones religiosas de la literatura medieval y estudiados desde numerosos puntos de vista e inspiradores de creaciones literarias. Su principal antecedente es la Historia calamitatum, obra autobiográfica del propio Abelardo redactada hacia el año 1132 y escrita para un amigo anónimo o supuesto, lo que supuso un giro radical en los tratados morales de su época al reivindicar la intencionalidad y la libre voluntad del individuo en contraposición a la visión ortodoxa de las instituciones eclesiales imperantes de entonces.

Abelardo, nacido en 1079, comenzó su relación con Eloísa, nacida hacia el 1100, cuando el primero ya rondaba cerca de los cuarenta años y la joven Eloísa no llegaba a los veinte. Su vida amorosa queda reflejada en las cartas que se intercambiaron a lo largo de su vida religiosa y que tan fecunda proyección han tenido a lo largo de los siglos hasta llegar incluso a estas muestras de la literatura popular impresa como aparecen en estos pliegos de cordel que reproduzco.

La historia de su correspondencia ha dado pie a todo un caudal de ediciones y estudios desde la Edad Media hasta la actualidad, lo que ha fomentado controversias sobre su autenticidad e interpretación según los numerosos acercamientos de los especialistas en su relación con lo religioso, lo ético y lo moral.

Al margen de las cartas que intercambiaron Abelardo y Eloísa, es fundamental reseñar la importancia de Abelardo como autor de una cuantiosa producción de obras dogmáticas, de teología moral y filosófica que resultan fundamentales para enmarcar las polémicas sobre estos aspectos que contribuyen a considerarlo como un tratadista y pensador racionalista medieval adelantado a su tiempo.

Eloísa, perteneciente a una gran familia de la aristocracia francesa, fue educada en un convento de monjas donde adquirió una importante formación clásica. Abelardo, reconocido teólogo, filósofo y maestro, se encontró con Eloísa más de una vez en sus viajes didácticos, lo que propició un ardoroso encuentro de amantes como se constata en la correspondencia que mantuvieron en sus respectivos destinos tras su enardecido y apasionado amor, como expresó Abelardo en uno de los capítulos de su Historia calamitatum:

«Bajo el pretexto de estudiar nos entregamos enteramente al amor. Los libros permanecían abiertos, pero el amor, más que la lectura, era el tema de nuestros diálogos; intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos que a los libros. El amor se buscaba en nuestros ojos, uno al otro, más veces que la atención se dirigía al texto […]; […] Nuestro ardor conoció todas las fases del amor y experimentamos todos los refinamientos insólitos que la pasión imagina. Cuanto más nuevos eran para nosotros esos placeres, con más fervor los prolongábamos, y no conocimos nunca el hastío».
La pasión amorosa de Abelardo, como amante y posterior esposo de Eloísa, pasó por serias dificultades, pues a instancias del preceptor de Eloísa, su tío y canónigo Fulberto, quien encargó y confió en Abelardo la educación de su sobrina, propició el que se amaran profunda e intensamente, aunque manteniendo su relación de una forma escondida. Descubierta su apasionada relación y el embarazo de Eloísa por su tío Fulberto, se casaron en secreto y huyeron a Le Pallet, ciudad próxima a Nantes donde había nacido Abelardo, dejando a su hijo, llamado curiosamente Astrolabio (instrumento para conocer las estrellas), al cuidado de una de sus hermanas. El niño murió tempranamente y ellos regresaron a París donde Fulberto emprendió tal represalia y venganza contra Abelardo que sobornó a un sirviente y a otros cómplices, para hacerle una emasculación o castración de sus órganos genitales. Tras el trauma que ello le supuso, Abelardo decidió hacerse monje ingresando en una orden monástica para dedicarse a la enseñanza y al estudio de cuestiones teológicas hasta llegar a convertirse en abad. Eloísa, por su parte, decidió hacerse monja a instancias y por amor a Abelardo, donde sostuvieron una sostenida correspondencia conservada en varios manuscritos rescatados y copiados a fines del siglo XIII ciento cincuenta años después de los hechos que se relatan.

La correspondencia entre Abelardo y Eloísa, mal conocida y desvirtuada, aunque impactante como documento literario, adquiere un especial interés por la presencia de motivaciones y rasgos femeninos adelantados a su época y que desde un punto de vista actual resultan altamente significativos si tenemos en cuenta que sus orígenes se remontan al siglo XII donde se confrontaba el espíritu y la visión femenina con lo masculino. En sus escritos, Eloísa se considera libre e individual frente a los estereotipos grupales de sus compañeras de la congregación de la que ella misma era la abadesa siendo Abelardo la guía espiritual de la congregación. En las formas de enfrentarse a su relación amorosa, una vez distanciados cada uno en su retiro religioso, se aprecia por parte de Eloísa una forma de expresar su realidad desde una perspectiva libre y al margen de la vida conventual en el sentido de expresar la relación vivida con Abelardo como de amante a amante. La pasión y el deseo que expresa en sus cartas se desvincula de una visión más grupal propio del papel atribuido a la mujer subordinada desde antiguo y de forma misógina a lo masculino. Eloísa se expresa desde una postura de libertad moral e individual donde la plegaria y la confesión no logra desechar de su mente ni el deseo ni la pasión. Así lo expresa sin pudor en una de sus cartas, donde reivindica su libertad de pensamiento, propia también de Abelardo, para expresarse libremente frente a la tradición misógina medieval, tan extendida hasta tiempos recientes, abriendo todo un camino de reflexión y debate.
«Por mi parte, he de confesar que aquellos placeres de los amantes -que yo compartí contigo- me fueron tan dulces que ni me desagradan ni pueden borrarse de mi memoria. Adondequiera que miro siempre se presentan ante mis ojos con sus vanos deseos. Ni siquiera en sueños me dejan sus fantasías. Durante la misma celebración de la misa -cuando la oración ha de ser más pura- de tal manera acosan mi desdichadísima alma, que giro más en torno a esas torpezas que a la oración. Debería gemir por los pecados cometidos y, sin embargo, suspiro por lo que he perdido. Y no sólo lo que hice, sino que también estáis fijos en mi mente tú y los lugares y el tiempo en que lo hice, hasta el punto de volver a hacerlo todo contigo otra vez, incluso durante el sueño».
Desde un punto de vista filosófico, las ideas expresadas y difundidas por Abelardo provocaron una enorme animadversión en amplios sectores de la dogmática teológica católica, por lo que sus tesis y escritos fueron condenados en dos concilios: Soissons (1121) y en el de Sens (1141), donde sus libros fueron quemados y él excomulgado. Eloísa, por su parte, encontraba una contradicción entre la exaltación por el cristianismo de la continencia y la castidad respecto a los deseos propios de su sentimiento amoroso. Desde un punto de vista actual, algunas de las ideas centrales, tanto Abelardo como Eloísa, se adelantan en siglos a la visión propia del siglo XII y posteriores. Sus ideas morales consideran que son las intenciones las que definen a los actos como buenos o malos en cuanto que el ser humano no deja de ser libre y responsable de sus acciones, lo que no deja de ser una secularización igualitaria liberal propia de lo democrático.

La búsqueda libre de la razón entraba en contradicción con la fijación de las doctrinas cristianas por la fe. La sabiduría, según Abelardo, ha de basarse en el cuestionamiento y en la duda para alimentar la búsqueda del conocimiento propiciando los debates con preguntas y respuestas razonadas base de la escolástica como método de aprendizaje tan desarrollado por Abelardo en su intento de armonizar la fe y la razón. En su tratado De unitate e trinitate divina, referido a la Santísima Trinidad, sostiene que no se puede creer en nada si antes no se entiende. Dicho tratado fue quemado en el concilio de Soissons de 1121.

Pero retomando de nuevo la romántica relación amorosa entre Abelardo y Eloísa observamos que, desde un punto de vista popular, ha trascendido a lo largo del tiempo en papeles sueltos divulgativos destinados a un amplio sector de público donde se recoge el triste final de su relación.

Eloísa murió en 1164 a los sesenta y un años en la abadía de Paraclet, veintidós años después del fallecimiento de Abelardo en 1142, siendo enterrada según su deseo junto a Abelardo en la abadía de Paraclet que el propio Abelardo fundó.

Tras este primer pliego editado en Barcelona en 1864 en la imprenta de Juan Llorens, añado como singular referencia el conjunto de tres pliegos vendidos de forma conjunta según la madrileña edición de José María Marés de 1862. Hay que señalar que estas cartas o canciones fueron editadas a lo largo de los años por otros talleres conocidos por su producción de pliegos de cordel.

 



























Para saber más


©Antonio Lorenzo

jueves, 4 de julio de 2024

Memorial que presentaron las mocitas españolas por la falta de consortes

 

El matrimonio fue un importante eje estructural sobre el que giraban las relaciones sociales en la sociedad tradicional del Antiguo Régimen. El estereotipo negativo construido y atribuido a las solteronas a través de los pliegos de cordel de los siglos pasados no es infrecuente según el contexto sociocultural de entonces.

Dentro del imaginario colectivo la finalidad de contraer matrimonio era el principal objetivo a conseguir por las mocitas solteras al considerarse como la mejor vía para el mantenimiento y sustento de la mujer dentro del extendido mercado matrimonial. De no casarse, la solterona tendría una vida anodina y dependiente con escasos recursos para su sustento económico tal y como se refleja en los distintos manuales publicados de buena conducta.

Obviamente, los pliegos reproducidos ni son concluyentes ni exclusivos sobre la visión del papel de la mujer si tenemos en cuenta lo desarrollado en diferentes obras teatrales, novelas o en la propia prensa popular. La imagen de la mujer hay que enmarcarla, pues, dentro de una perspectiva más amplia e interdisciplinar, pero en estos ejemplos reproducidos se mantiene la idea sobre las mocitas solteras desde un punto de vista negativo.

La literatura popular impresa recoge el estereotipo sobre la mocita soltera, aunque también existe un número significativo de pliegos de cordel donde la mujer transgrede y se aparta de la clásica imagen de la mujer sumisa y subordinada al hombre, lo que viene a ampliar la visión asociada de la mujer en general.

En esta entrada reproduzco cuatro ejemplos de pliegos de cordel donde la idea central se enmarca en la curiosa queja presentada por las mocitas solteras a la "Junta General y Regencia común", a los "Ayuntamientos de las ciudades" o a las "Autoridades competentes", para que deroguen la obligación de cumplir con las quintas a los jóvenes, y por contraposición se envíen a viejos, mancos, tuertos o jorobados.

En este primer pliego las mocitas presumen de su "buen talle y figura, garbo y hermosura", vestidas según pide la moda y sintiéndose escasas de mozos casaderos. El texto dice estar compuesto por un tal Bernardo Lobo e impreso en Lérida, sin año, por el taller de Buenaventura Corominas.





En otras versiones de este mismo pliego editadas por diferentes talleres las mocitas españolas son nombradas como "mocitas andaluzas", como forma de contextualizar más la venta de estos pliegos en Andalucía, como se aprecia en la cabecera del pliego editado en el taller de José María Moreno en Carmona (Sevilla) en 1859.


En el siguiente pliego, impreso en Madrid en el taller de José María Marés, las mozas lamentan la pérdida de vidas de muchos mozuelos como consecuencia de las guerras y que los pocos que han quedado "se muestran muy altaneros". Sin embargo, se mantienen dispuestas burlonamente a aceptar un marido "aunque sea tuerto o ciego, ya un manco o un tullido, sea jorobado o feo"...

La respuesta ofrecida por el Memorial se centra en que la mayoría de las mocitas no son las más adecuadas para casarse debido a toda una sarta de calificativos misóginos, como por ser ligeras de seso, pendientes de los bailes, holgazanas y murmuradoras..., por lo que, de insistir en sus pretensiones acabarían llevándoselas a las casas de recogida para enseñarles a hilar y a trabajar con la rueca y con el huso.

El pliego acaba con el "Gran pleito" gracioso y divertido, ganado por las señoras y quejándose del trato de sus maridos y posicionadas en una incipiente reivindicación feminista que hace de este pliego todo un ejemplo de la diversidad ideológica que podemos encontrar en este tipo de hojas.





El siguiente pliego reproducido, proveniente y conservado por la Cambridge Digital Library, expone el memorial enviado por las mozas solteras pidiendo la abolición de las quintas y el mucho más interesante "Gran Congreso de las mujeres casadas" donde se emancipan del dominio de sus maridos y se reivindica la libertad de la condición femenina, aunque se desechan sus reivindicaciones y se argumenta en su dependencia del marido.





En esta última muestra reproducida se manifiesta de una forma satírica la escasez de mozos para poder casarse, aunque se alude a que ante la ausencia de los novios los frailes les daban consuelo, lo que abre una nueva perspectiva. En el texto se menciona que esta petición de las mozas para el regreso de las quintas fue apoyada durante la Regencia del general Baldomero Espartero, quien asumió la última fase de la minoría de edad de Isabel II tras la revolución de 1840 y que puso fin a la regencia de su madre María Cristina de Borbón hasta 1843 en una época de continuos enfrentamientos entre moderados y liberales y donde la reina Isabel accedió al trono al ser declarada mayor de edad con apenas trece años.

El pliego acaba con una letrilla para cantarse con la que fuera entonces conocida música de las picarescas boleras jaleadas de "La Manola", donde se menciona y critica satíricamente a Arrazola. Lorenzo Arrazola, del partido moderado y ministro de Gracia y Justicia fue el hombre de confianza del general Narváez, presidente también del Tribunal Supremo y senador vitalicio desde 1848. 

Sobre la diversidad de letrillas de "La Manola", vendedora de productos frescos, dediqué una entrada en la que daba noticia de su entonces amplia aceptación popular.




©Antonio Lorenzo

lunes, 17 de junio de 2024

Regocijo de las mozas por el licenciamiento de los soldados

 

En este pliego las mozas solteras reciben con alegría la licenciatura de los soldados tras su servicio militar obligatorio. Ello da pie para incidir en las habituales críticas misóginas sobre la mujer en la por entonces gran cantidad de pliegos sueltos de la época, ya sea por la ardorosa pretensión de las mozas para casarse o bien por el progresivo abandono de las casadas por volver a fomentar su vestimenta y belleza y agradar a los hombres. Las casadas, a su vez, por sus muchas obligaciones se vuelven antojadizas cayendo en el desarreglo general, por lo que el anónimo autor del pliego aconseja a las jovencitas mantenerse solteras o bien conservarse discretas y con buenos modales y alejadas de las malas compañías manteniendo una obediencia total a los maridos. El pliego acaba con unas estrofas que se pueden interpretar mediante la popular jota aragonesa.

También resulta interesante la vida del impresor del pliego, Buenaventura Corominas, quien a raíz de la invasión napoleónica fue deportado a Auxerre en Francia y confiscado todo su material al ser acusado de imprimir proclamas contra Napoleón. Tras lograr evadirse se refugió en otras ciudades pasando por Westfalia, Holanda y costas inglesas antes de que pudiera regresar a Lleida.

Casado en tres ocasiones tuvo varios descendientes que continuaron de una forma desordenada la labor impresora y regentando también una librería y un taller de encuadernación. Buenaventura Corominas nació el año 1763 en Oristà (Barcelona), perteneciente a la diócesis de Vic, y falleció en Lleida en 1841.

A la actividad impresora de este famoso taller dediqué hace unos años una entrada en este mismo blog que puede consultarse a través del siguiente enlace.

https://adarve5.blogspot.com/2018/10/impresores-y-estamperos-populares-de.html

Sobre la visión y el papel dependiente de la mujer respecto al hombre y al matrimonio, tal como aparece en los pliegos conservados de la mitad del siglo XIX, dedicaré otros ejemplos significativos.





©Antonio Lorenzo