En una entrada anterior dedicada al pliego de «Curro, el marinero» se incluía también una canción titulada ‘el cachirulo’ junto a unas rondeñas para cantarse con guitarra.
Indagando sobre ‘el cachirulo’ y su difusión encontré unas cuantas noticias que incidían en su doble condición de baile y canción, a lo que dedico esta entrada.
"… La licenciosidad con que se entonan una porción de seguidillas, xácaras de caballos, de tiranas, y más que todas el novísimo «Cachirulo», con el cual, más que con otra canción alguna, se halla la inocencia ultrajada, la moral ofendida, las leyes religiosas y civiles impunemente violadas por una clase de miserables seres que, privados de la vista, no conocen otro triste recurso sino el de emplear sus toscas y discordantes voces en entonar los versos de una poesía soez y hedionda, acompañados de unos mal templados instrumentos.
No sé, Señor Diarista, si por distracción ha llegado Vmd. a notar en todos los barrios de Madrid el empeño con que se canta ese escandaloso ‘Cachirulo’, con que se repite a todas horas por las criadas, por las hijas de familia, aun por las niñas de seis u ocho años, y eso en una capital de un Reino que blasona de culto y, más que todos, de religioso. No sé si ha oído las estrofas de que se compone, como son las del religioso y la beata, la del tío Pando, la de tía Matea, la de la tía Juana, la del intendente”.
Llegada la queja publicada en dicho diario a la Sala de Gobierno del Consejo de Castilla se dictó un decreto dirigido a los alcaldes dando noticias de las jácaras o canciones tituladas «El Cachirulo» y «Canción de las quejas del Zorongo y defensa del Cachirulo», que vendían públicamente los ciegos y, además, de que éstos cantaban coplas escandalosas y usaban “acciones indecentes con perjuicio de las buenas costumbres”. En consecuencia, ordenaban que se recogieran tales jácaras, que se apercibiese a los ciegos que serían castigados en caso de reincidencia y que se indagara quien era el autor de las canciones, dónde se habían impreso y por quién se había dado licencia."
(Tanto la cita como los
pliegos reproducidos a continuación provienen del trabajo de Ángel González
Palencia, «Meléndez Valdés y la literatura de cordel, en «Revista de la
Biblioteca, Archivo y Museo», Ayuntamiento de Madrid, abril, 1931, Nº XXX).
Debemos a González Palencia el haber salvado del olvido
estas coplas al reproducirlas en su trabajo con la oportuna prevención académica propia
de la época: “Creemos útil reproducirlos, no porque los creamos de belleza
literaria, sino como documentos para quien se proponga alguna vez la tarea de
estudiar la «literatura vulgar» española, que no debe confundirse con la
«literatura popular», o por lo menos debe intentarse la debida separación”.
Como hace notar González Palencia los textos reproducidos de los pliegos tienen distinta
procedencia, pero creo de interés el
volverlos a reproducir dado que no he sido capaz de conseguir ninguna otra copia de
los mismos, ya que, seguramente, las diligencias para retirarlos de la circulación hicieron su oportuno efecto.
“La Sala, acordó el 31 de enero de 1798, que se hiciese saber a los
ciegos que no procediesen jamás a imprimir ni reimprimir papel alguno de esta
clase, sin que procediera la licencia del juez de imprentas”.
Reproduzco la segunda parte:
Canción nueva de las quejas del Zorongo y defensa del Cachirulo.
No parece que la providencia enviada a los alcaldes tuviese mucho éxito, al menos
fuera de la capital, pues los pliegos se siguieron reimprimiendo, si bien de forma clandestina, añadiendo y haciendo
enmiendas, continuaciones o segundas partes.
Si tenemos en cuenta los diversos desarrollos, tanto de los
pliegos como de lo que se deduce de las coplas y canciones, se centran más o
menos en las siguientes secuencias:
* Llegada de América de un marinero.
* Una muchacha invita al marinero a irse con ella a su casa
para cantarle una moderna tonada oriunda de Granada.
* Con la complicidad de la hermana de la muchacha requieren
al marinero a que les invite a una copiosa cena.
* Con el pretexto de que llaman a la puerta, el marinero sale
a abrir y dejándolo en la calle aprovechan para robarle.
* El marinero se lamenta y advierte de que no hay que fiarse
de las mujeres.
Bajo este o parecido esquema se van multiplicando o
desarrollando las coplas a voluntad con el consabido tema de tratar de
‘distraer’ los dineros del incauto indiano por las dos hermanas en complicidad
con un tercero, que según las versiones puede ser la madrina o un hermano.
El tema del marinero engañado no es exclusivo de la
península, pues se conocen versiones canarias y de Puerto Rico, aparte de una
versión extremeña recogida en el cancionero de Bonifacio Gil y titulada «Don Petiongo»,
que desarrolla parecido tema. El nombre genérico por el que es conocido este
romance es el de «El indiano burlado» (Salazar, Flor [ed.], «El romancero vulgar y nuevo», Fundación y
Seminario Menéndez Pidal, Madrid, 1999, pág. 199).
En la versión extremeña, de la que reproduzco tanto el texto
como la música, recogida por Bonifacio Gil en Campanario (Badajoz) e incluida
en su «Cancionero popular de Extremadura» (1931) (Tomo I), el marinero se llama Don Petiongo, proveniente de La Habana y desarrollándose la acción en Cádiz.
Otras referencias al cachirulo
Don Preciso, seudónimo de Juan Antonio de Iza Zamácola,
considerado uno de los pioneros en la recogida de los cantos populares
españoles, escribió en el primer tomo de su «Colección de las mejores
seguidillas, tiranas y polos que se han compuesto para cantar a la guitarra»,
en 1799, una encendida defensa de los cantos y bailes nacionales frente a los foráneos que, en
su opinión, ‘debilitan y afeminan
nuestro carácter’.
Por su parte, Juan Ignacio González del Castillo, nacido en Cádiz en 1763
y fallecido en la misma ciudad en 1800, muy conocido por sus sainetes cómicos y
burlescos de honda inspiración popular y que fueron representados con gran éxito, cita el baile del «cachirulo» en el sainete titulado «La boda del mundo
nuevo», del que extraigo la cita:
Sobre el baile del cachirulo también nos da noticia Rafael Mitjana. Este musicólogo y diplomático malagueño tuvo la fortuna de ser el descubridor y transcriptor del importante «Cancionero de Upsala», conocido también como «Cancionero del duque de Calabria», que se encontraba en la Biblioteca de esta ciudad sueca y que recoge composiciones españolas de los siglos XV y XVI). En su obra «Discantes y contrapuntos» (1906), de los que da noticia de otros bailes populares, comenta:
“… Todos ellos de movimientos endiablados y provocativos, de
ademanes lascivos y excitantes, llenos, en una palabra, de sapientísimas
alusiones a lo más llamativo, recóndito y picante del amor”.
Antonio Lorenzo