En este episodio evangélico se narra el encuentro que tuvo Jesús en su regreso a Galilea con una mujer samaritana de la que no se menciona su nombre. Se cuenta que por venir cansado del camino se sentó junto al brocal de un pozo y le pidió a la mujer de beber mientras que sus discípulos se desplazaron para buscar comida. El relato se encuentra descrito en el discutido cuarto evangelio de Juan (4, 4-42), que es el único de los sinópticos que narra esta historia. Dicho diálogo ha proliferado en las tradiciones orales y escritas, como es el caso de los pliegos de cordel que recogen el citado encuentro, al igual que en las numerosas versiones orales recogidas en muchos puntos hispánicos por distintos investigadores. En el coloquio con Jesús le dijo la samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?, lo que viene a reflejar las divergencias entre los judíos y los samaritanos desde siglos anteriores. La escena de Jesús y la samaritana se enmarca dentro de una peculiar historia con interés teológico y simbólico al igual que la relación que mantuvo Jesús con otras mujeres que aparecen en las Escrituras.
Antes de comentar algo sobre las tradiciones orales y los pliegos conviene enmarcar a grandes rasgos las antiguas discrepancias entre los samaritanos y los judíos. ¿Dónde se situaba Samaria y el porqué de las diferencias ideológicas y religiosas con los judíos de Jerusalén? Ello no deja de ser todo un sugerente recorrido académico, aunque ciertamente confuso desde un punto de vista histórico, pero de interés para encuadrar los pliegos reproducidos y su expansión en versiones orales y escritas.
El conflicto entre los judíos y los samaritanos nos retrotrae a siglos anteriores a la época de Jesús si tenemos en cuenta el contexto histórico, religioso y de prejuicios culturales entre ellos. Desde la división del reino unido de Israel, tras la muerte de Salomón hacia el año 930 a. C., tanto en su parte norte como en la del sur, establecieron sus propias capitales en Samaria (territorio actual de Cisjordania) y en Jerusalén. Los samaritanos vendrían a ser una especie de población mixta de judíos con personas de otras nacionalidades y con divergencias de prácticas teológicas entre los dos grupos. Esta animosidad entre los judíos y los samaritanos ya se encontraba arraigada en los tiempos de Jesús y el episodio de su encuentro con la samaritana viene a suponer todo una reconciliación y superación de todo tipo de barreras para enfatizar la universalidad del amor de Dios.
En los tiempos de la vida de Jesús Palestina se encontraba dividida en tres regiones: Judea en el sur, Galilea en el Norte y Samaria, que ocupaba la zona central en medio de las dos. Estas divisiones reflejaban las grandes diferencias culturales y religiosas que había entre judíos, samaritanos y galileos.
Si tenemos en cuenta la literalidad del texto evangélico sus interpretaciones han dado lugar a explicaciones o conclusiones injustificadas e incluso contradictorias. Mediante artificios retóricos se reinterpreta de forma connotativa la literalidad del episodio evangélico, ya que su texto propicia una compleja interpretación desde un punto de vista teológico o religioso. Para contextualizar dicho episodio copio el texto recogido en el evangelio de Juan según la versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, que es como sigue:
Llegó Jesús a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve». La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad». La mujer le dice: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo». En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?». La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?». Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: «Maestro, come». Él les dijo: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis». Los discípulos comentaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?». Jesús les dice: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra».
Si nos detenemos en el contenido del texto de una forma literal y al margen de sus interpretaciones teológicas, algunas de las respuestas de Jesús a la samaritana nos presentan a un Jesús con ciertos aires prepotentes o altaneros, puesto que tras pedir a la samaritana agua para beber, de la que que por cierto no se la proporciona en ningún momento, Jesús aprovecha para reivindicar su mensaje: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva», a lo que ella responde: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva? La interpretación religiosa del "agua viva" de asocia simbólicamente como medio de purificación, fuente de regeneración y aseguradora de vida eterna.
Jesús, mediante un giro inesperado en la conversación, le pide a la samaritana: «Anda, llama a tu marido y vuelve». A lo que ella contesta de una forma un tanto cortante y brusca "no tengo marido", a lo que Jesús le responde: «Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad». Desde una lectura propiamente literal nada se dice sobre las causas de haber tenido cinco maridos, ni se nos ofrece ninguna pista sobre lo sucedido o su falta: ¿murieron? ¿se divorciaron? Según ello, ¿la mujer samaritana era por ello realmente inmoral? ¿Fue víctima, tal vez, de la visión patriarcal sobre la mujer, poseídas a modo de ganado, como se muestra en las leyes mosaicas? El mero hecho de haber tenido varios maridos no constituye, obviamente, ningún motivo de pecado en sí mismo, a no ser que la pregunta y respuesta de Jesús sobre sus cinco maridos se interprete parcial y subjetivamente a conveniencia de las reflexiones teológicas, algo que algunos autores lo interpretan como referidos a los cinco dioses paganos a quienes rendían culto los samaritanos o las curiosas reflexiones de San Agustín asociando los cinco maridos a los cinco sentidos corporales (Tratado 15-21):
[...] Me parece más fácil que nosotros podamos aceptar que los cinco primeros maridos del alma son los cinco sentidos del cuerpo. De hecho, cuando uno nace, antes de poder usar la mente y la razón, no lo rigen sino los sentidos de la carne. En un niño pequeñín el alma apetece o rehúye esto: lo que se oye, lo que se ve, lo que tiene olor, lo que tiene sabor, lo que se siente por el tacto. Apetece cualquier cosa que encanta, rehúye cualquier cosa que molesta a estos cinco sentidos. De hecho, encanta a estos cinco sentidos el placer, les molesta el dolor. El alma, al principio, vive según estos cinco sentidos, como cinco maridos, porque la rigen. Ahora bien, ¿por qué se los ha llamado maridos? Porque son legítimos. Dios, en efecto, los ha hecho y Dios los ha dado al alma. Es débil todavía la que rigen esos cinco sentidos y actúa bajo el dominio de esos cinco maridos. Pero, cuando llegue a los años de ejercitar la razón, si se encargan de aquélla la disciplina y la doctrina de la sabiduría, a los cinco maridos no les sucede en el gobierno sino el auténtico marido legítimo, mejor que todos ellos, para regirla mejor y guiarla a la eternidad, cultivarla para la eternidad, instruirla para la eternidad [...].
La interpretación generalista usada por muchos predicadores en sus sermones para exponer e impartir doctrina religiosa y exégesis explicativas sobre los textos bíblicos, consideran a la samaritana como una mujer perdida y pecadora por haber tenido cinco maridos y que con el que vivía actualmente era un amante. Su llegada al pozo en la (hora sexta) que coincide más o menos con el pleno calor del mediodía, no parece la más adecuada para ello, lo que es interpretado como que era la hora mejor para evitar el ser vista por sus vecinos y hacernos pensar que era una adúltera desprotegida y rechazada por su comunidad.
A lo largo de la historia de la iglesia la interpretación sobre la figura de la mujer samaritana ha quedado vinculada al sexo y al pecado, ya que el tan generalizado punto de vista patriarcal ha modulado sesgadamente su imagen e interpretación tachándola como de estereotipo pecador, aunque convertida tras su arrepentimiento en símbolo de la gracia de Dios y ejemplo de la fe. De la imagen inicial de pecadora y de vida promiscua y tras la intervención conversacional con Jesús, pasó a convertirse en la nueva misionera de Jesús junto a sus discípulos.
Las diferencias entre lo expresado en los pliegos o en las muestras orales respecto al "canónico" texto evangélico son significativas y han permanecido consolidadas en el imaginario popular entre todos aquellos que han accedido en exclusiva a dicho episodio a través de los pliegos o a sus manifestaciones orales en forma de romances, canciones u oraciones.
Sobre estas muestras que han conservado este relato, tanto en versiones orales como escritas, proporciono algunos ejemplos significativos con variantes y versiones distintas. Un primer ejemplo es el recogido en Jerez de la Frontera (Cádiz) incluido en la recopilación de José Manuel Fraile Gil en el tomo Tradición oral y zambomba, ed. Lamiñarra, Pamplona, 2016, pág. 613.
Otras variantes curiosas, aunque más desconocidas, se refieren a La fortuna de la Samaritana, donde al acercarse Jesús al pozo para pedirle agua ella piensa que en realidad se trataba de un mozo que intentaba cortejarla, a lo que ella se niega al declararse como una mujer honrada. En algunas de las escasas versiones conocidas Jesús la recrimina por haber dejado entrar por su ventana a un mozo o bien por haber dormido con varios galanes. Al reconocer ella sus faltas y sus culpas Jesús se identifica como Cristo y la perdona.
Mañanita de San Juan, mañanita linda y clara,
y ¡ay!, quién tuviera la suerte de aquella samaritana!
Con su cantarillo de oro a Jesucristo dio agua.
Dame agua a beber del pozo, dame agua, mujer mundana;
dormistes con siete hombres con ninguno estás casada.
¡Ay!, no diga eso, señor, que yo soy doncella honrada.
Jueves Santo por la noche, Viernes Santo a la mañana,
metistes un majo en casa por la tu baja ventana,
le pusiste a las muñecas unas cintas encarnadas.
La mujer, de que esto oyó, cayó al suelo desmayada;
no la fueron de volver ni con vino ni con agua.
Levántate ya del suelo, levanta a la mi palabra,
levántate, pecadora, que tú ya estás perdonada.
Recitada por Leónides Prieto Ibáñez (69a). Recogida en Barniedo de la Reina por José Manuel Fraile Gil y Macario Santamaría Arias, 1989. Publicada en Fraile Gil 2001, Romances de Salio. Una tradición ahogada, nº II.F.1.f., p. 59 y CD, corte 8.
¡Quién tuviera la fortuna de dir al pozo a por agua,
como tuvo una mujer llamada Samaritana!
En el brocal de su pozo tuvo a mi Dios en palabra,
no entendiendo que era Dios, ni ella de Dios se acordaba;
entendió que era un galán que de amores la trataba.
Entra el cántaro en el pozo, entra y darásme en el agua;
tanto como agua me dieres tanto te daré de gracia.
¿Qué gracia me puedes dar que sea tan limpia y clara
como el agua de mi pozo que es como la mesma esperanza?
¿Querrásme negar, mujer, que a las tres de la mañana
echaste un gallardo mozo por la tu baja ventana?
A tres mozos pones mesa, con ninguno estás casada.
Pues decirme, ¿quién sois vos que me descubrís mis faltas?
El Padre tengo en el cielo el Hijo contigo habla,
tú eres la oveja perdida que de mi rebaño falta.
Si soy la oveja perdida que de tu rebaño falta,
ea, Señor, recogeila, ea, Señor, amparaila,
ea, Señor, recogeila, oveja tan desmandada.
Versión de Reinosa (Santander). Recogida por José María de Cossío y Tomás Maza Solano, entre 1933 y 1934 Publicada en Cossío 1933-1934, I. III (nº 8), pp. 32-33.
Desde un punto de vista del imaginario popular, el pozo se considera como fuente de vida y de abundancia y lugar propicio para tejer historias de amor. Ello se encuentra muy extendido como forma simbólica en muchas muestras populares como en canciones y romances. El pozo, a su vez, viene a ser también una metáfora erótica con referencia al sexo femenino y la soga al sexo masculino. El cántaro se asocia también metafóricamente en algunas canciones y refranes con el vientre femenino en alusión a la pérdida de la virginidad, como alegóricamente se aprecia en el conocido refrán: "Tanto va el cántaro a la fuente que al final se acaba rompiendo".
Adjunto unas significativas muestras que recogen la conversión de la Samaritana en pliegos de cordel, alguno de los cuales va antecedido por unas "Coplas nuevas del Niño perdido" o bien con unas "Coplas de lo que padeció nuestro amado Jesús en la Sagrada Pasión", con el fin de rellenar con más textos los pliegos a la venta y que no quedaran cortos.
En el Índice General del Romancero Hispánico (IGRH), "La Conversión de la Samaritana" está catalogada con el número 0187, de las que se puede consultar unas muestras de la Pan-Hispanic Ballad Project:
https://depts.washington.edu/hisprom/optional/balladaction.php?igrh=0187
Para saber más
El episodio del encuentro de Jesús con la Samaritana ha dado lugar a numerosas representaciones en cuadros, esculturas, cerámicas y a pasos procesionales de cofradías y hermandades.
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Fuente de la Samaritana en la Plaza de la Justicia en Zaragoza |
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Paso procesional de la Hermandad de Aspe (Alicante) |
Bibliografía sobre el tema
* Mateos, Juan y Barreto, Juan, El evangelio de Juan: análisis lingüístico y comentario exegético, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1979.
* Fontana Elboj, Gonzalo, El evangelio de Juan: la construcción de un texto complejo: orígenes históricos y proceso compositivo, Universidad de Zaragoza, 2014.
* Piñero, Antonio, Jesús y las mujeres, reedición por la editorial Trotta, Madrid, 2014.
©Antonio Lorenzo