domingo, 28 de noviembre de 2021

El disparate del miriñaque o la mujer enjaulada: origen, gozos, recuerdos y pleito

Ventall editado en Barcelona en la Imp. del H. de J. Gorgas, 1866

Si acudimos a la definición de miriñaque en la RAE encontramos lo siguiente:
Zagalejo interior de tela rígida o muy almidonada y a veces con aros, que usaron las mujeres.
¿Y qué era el zagalejo?
Refajo que usan las lugareñas.
¿Y el refajo?
Falda exterior con vuelo, por lo general de bayeta o paño, usada por las mujeres encima de las enaguas y que forma parte de algunos trajes regionales femeninos.
Tras estas definiciones lo más adecuado es acudir a ver las figuras, como la que encabeza esta entrada, antes de pasar a comentar a grandes rasgos los pliegos reproducidos, aunque más aclaratoria parece la definición del miriñaque de www.lexico.com:
Armazón circular de tela rígida con ballenas o de aros de metal o mimbre que se ata a la cintura de la mujer con cintas, llega hasta los pies y se coloca bajo una falda larga para ahuecarla; fue un soporte del vestido de gran popularidad hasta principios del siglo XIX.
Esta estructura compleja, denominada miriñaque, crinolina o armador tenía como misión el ahuecar las faldas mediante una construcción de aros de metal para no utilizar demasiadas capas de enaguas bajo la falda.





Hacia 1856 se extendió el uso de la crinolina en España por iniciativa de la emperatriz Eugenia de Montijo, impulsora de su uso en España, con el nombre de miriñaque. De esta forma se lograba ahuecar la falda en todas direcciones, lo que dio lugar a una amplia variedad de estructuras complejas que acabaron impidiendo determinados movimientos, así como dificultades para sentarse o atravesar una puerta. La moda fue evolucionando tras colocar la crinolina hacia atrás quedando recta la parte de la falda para favorecer el movimiento. Esta simplificación dio lugar al conocido como polisón a finales del siglo XIX y principios del XX.

Antes de la proliferación del miriñaque ya se conocía el llamado guardainfante, sobresaliendo a la altura del vientre lo que permitía de ese modo ocultar el embarazo. Anteriormente también se utilizó el llamado verdugado. El verdugo fue un aro rígido de mimbre, alambre o madera que iba forrado de tela o de guata que perduró hasta los años 40 del siglo XVII

La colocación del miriñaque requería la ayuda de una o varias personas mediante un complejo entramado de colocación como se recoge en las ilustraciones.



En este pliego, editado en Murcia en la imprenta de Pedro Belda en 1857, la mujer defiende el uso del miriñaque y achacando, a la contra, el uso del gabán, la levita y el sombrero en la moda masculina





En este otro pliego de "Los tristes recuerdos de un miriñaque", don Celedonio, americano viejo y gotoso, pero con dinero, se casó con Ciriaca con la aprobación de los padres de la joven, puesto que para ellos "los doblones son las llaves de los corazones".  A Ciriaca se le antojó comprarse un carísimo miriñaque, aunque en su paseo del brazo de Celedonio las varillas del miriñaque le iban golpeando las pantorrillas "que por los golpes parecen ya dos morcillas", hasta que un enorme perrazo le desencajó el miriñaque con sus dientes. Tras la cómica discusión burlesca entre la pareja se acaba criticando las incómodas modas venidas de Francia y defendiendo la honesta saya y mantilla española.






La crítica nacionalista a la moda foránea se recoge de forma satírica en estos pliegos y ventalls donde se decantan por lo español. El excesivo gasto de estas prendas dio lugar al dictamen de un bando para prohibir a las damas usar el miriñaque, a lo que ellas protestaron dando sus razones, como el permitir a los varones llevar bastón con estoque o espada oculta y corbatín apretado.

Estos bastones-estoques eran piezas que escondían en su interior una espada o puñal usados como complemento de la indumentaria y signo de distinción a lo que se unía la necesidad de protegerse cuando se movían por la corte o paseaban por la calle. Fueron famosos y apreciados los bastones victorianos que incluían una hoja de acero toledano de fabricación artesanal de la Fábrica de Armas de Toledo.

El pleito de las mujeres tuvo éxito pudiendo seguir usando el miriñaque como símbolo de distinción, aunque advirtiendo que no gastaran más en "jollerías", pues la mina no daba para más, lo que ofrecía una imagen de la mujer ociosa y derrochadora que se dejaba arrastrar por la moda.





©Antonio Lorenzo

jueves, 25 de noviembre de 2021

Los amores de Madrid + El consejo de un amigo

 

Pliego editado en Carmona (Sevilla) por la imprenta de José María Moreno en 1861, pliego del que se conocen impresiones por otros talleres, lo que da idea del trasvase de los mismos pliegos acogiéndose a la favorable idea de no facilitar el nombre del autor para así evitar posibles denuncias.

El pliego recoge toda una serie de tópicos donde la mujer sale socialmente malparada, lo que resulta frecuente en los impresos populares de aquellos años. Hay que recordar que aún faltaban siete años para que el triunfo de la conocida como Revolución Gloriosa obligara al destronamiento y al exilio de la reina Isabel II y al inicio del período denominado Sexenio Democrático (1868-1874).




©Antonio Lorenzo

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Chasco al sacristán por el arriero y su mujer


La relación de los pliegos de carácter burlesco con el teatro breve es innegable. El teatro breve engloba una variedad de géneros cuyas fronteras son imprecisas y donde se combinan elementos dispersos en un hibridismo genérico variado. Las versiones sobre pretendientes burlados son recurrentes en los pliegos de cordel, al igual que lo fueron en las representaciones en tertulias, pasillos, sainetes o en el fronterizo y más desconocido género de las llamadas mojigangas dialogadas y escenificadas. Este último término, que aparece en el siglo XVII, se refiere a las procesiones parateatrales y burlescas vinculadas a la celebración cristiana del Corpus o a la pagana del Carnaval. En un sentido amplio estas muestras de carácter festivo fueron evolucionando y alcanzando un mayor desarrollo en los entremeses. Es en estos últimos donde más abunda la figura del sacristán como personaje enamoradizo y seductor, que viene a suplantar de alguna manera al cura lascivo entreverando una crítica anticlerical.

La trama suele ser muy simple. El pretendiente (sacristán, cura, etc.), trata de seducir a la mujer para lograr acostarse con ella. La mujer puede adoptar un papel de encubridora ante el marido o bien castigar al seductor informando previamente al marido y urdiendo un plan conjunto para vengarse y que acabe malparado. El sacristán es figura risible en muchos de estas escenificaciones, al igual que se recoge también en los pliegos de cordel y en conocidos romances de tradición oral. La síntesis o el entrecruzamiento de lo cómico con lo religioso siempre dio mucho juego en la tradición, tanto escrita como oral, a lo que también habría que añadir las huellas que se pueden rastrear en el refranero.

El papel de la mujer admite matices o distintos puntos de vista, desde los relatos más generalistas donde abunda una diatriba contra la mujer, hasta aquellos que resaltan de forma solapada su argucia y su insatisfacción sexual. Según los distintos relatos pueden entreverse dos líneas: la más generalizada es la línea misógina donde la mujer representa la encarnación del pecado con todos los tópicos conocidos y otra, más ambivalente, por su actitud frente a maridos simples o viejos que le producen insatisfacción sexual. En este último caso hay ejemplos donde la mujer acepta la relación amorosa del pretendiente cortejador y trata de engañar u ocultar su relación al marido, lo que se aparta, con matices, de la línea misógina más generalizada en el sentido de otorgar un mayor protagonismo decisorio a la mujer, aunque lo más frecuente es que informe previamente al marido de la visita del amante cortejador para diseñar conjuntamente una venganza organizada. 

Su relación con los llamados cuentecillos breves y relatos populares es notoria, ya que todos ellos participan de elementos comunes por su forma dialogada y su indudable intención burlesca.

Existe una gran cantidad de ejemplos, ya sean editados o transcritos de los recogidos oralmente, para sustentar este tipo de burlas que corresponden a una serie de tipos del cuento folklórico, como el clasificado con el Tipo 1730: Los pretendientes atrapados [Aarne, Antti y Thompson, Stith: The Types of the Folktale; a Classification and Bibliografy. Translated and enlarged by Stith Thompson, FFCommunication, núm 184, Helsinki, Indiana University 1964], por citar un referente del que se conocen abundantes versiones hispánicas. En este tipo de engaños, llevados a cabo por la mujer ingeniosa y su marido, el amante se esconde bajo la cama o dentro de un arca o armario. 

Los personajes que intervienen en ellos suelen ser gentes con oficios populares como el de tahonero, tabernero, ventero, molinero, barbero, carbonero o arriero. Este último oficio del marido es el que figura en la trama del pliego, llamado también "cosario o conductor de encargos", lo que vendría a ser, por dar un toque jovial a la entrada, como un repartidor de "Amazon".

A grandes rasgos, el desarrollo del pliego es el siguiente: Un lascivo sacristán trata de seducir a una joven casada el año anterior con Francisco de las Peñas (el repartidor de Tarancón). En su visita al convento de la Encarnación, situado en un pueblo próximo para llevar unas efigies de regalo elaboradas por un hábil tallista y escultor que traía en un arcón. La priora aprovechó la ocasión para encargarle al tallista, por medio del arriero, la talla de un nuevo San Sebastián que tenían deteriorado. Al regresar el arriero a su casa su mujer le comunicó las intenciones y el interés hacia ella del sacristán, quien estaba dispuesto hasta "vender la sotana y robar el copón". Ambos urden un plan para citar al sacristán en su casa con la excusa de que el marido ya se encontraría de viaje. Una vez desnudo el sacristán y ante la acordada y supuesta llegada imprevista del marido, el sacristán se ocultó desnudo en un arcón. Sabedor de ello, el arriero carga con el arcón dirigiéndose de nuevo al convento y comunicando a la madre priora que ya le trae la nueva talla encargada de San Sebastián. Una vez abierto el arca, el asustado sacristán se finge muerto, pero la priora y las monjas advierten que "tiene...un... qué se yo", como un ratón, por lo que el arriero, para resolver la situación, sacó del bolsillo una navaja incitando a cortar el ratón y "santas pascuas". El sacristán que lo oyó pegó un brinco y bajando las escaleras de dos en dos huyó despavorido.

El propósito de estos ejemplos, como muchos otros que podrían traerse a colación, no es otro que el de entretener o hacer reír, y no propiamente el de moralizar o educar. Este apartado que podríamos englobar como burlas eróticas, ofrecen aspectos poco tenidos en cuenta y que sugieren un más detenido estudio desde el punto de vista de cómo se refleja en ellos el papel de la mujer sometida a la mentalidad machista dominante.





©Antonio Lorenzo

martes, 9 de noviembre de 2021

Conclusiones burlescas. El maestro, el sustentante y tres estudiantes


Este pliego, de clara intención burlesca, nos retrotrae a una antigua práctica que fue habitual en las universidades en siglos pasados para comprobar la idoneidad de los saberes del llamado sustentante. En una especie de ceremonia académica, el llamado sustentante (defensor de una tesis o posición ideológica en una discusión y aspirante a cierto grado de reconocimiento), tenía que defender (sustentar) en un acto académico más o menos solemne y de forma argumentada una determinada tesis. Los estudiantes o graduados que asistían al acto trataban, mediante sus preguntas, de poner en dificultades al defensor de la tesis quien debía contestar adecuadamente a sus objeciones.

Mediante estas discusiones sobre temas académicos se comprobaba la soltura y la capacidad de respuestas y argumentaciones a las opiniones contrarias que tenía que hacer el sustentante. La práctica habitual más antigua consistía en que el sustentante debía presentar sus argumentos por escrito al maestro unos días antes para ser discutidas posteriormente en el debate. Cada universidad establecía sus normas, plazos y debates según la materia de que se tratase. La conocida como disputa escolástica, además de justificar la posición que cada uno defiende en un debate, consistía en la refutación del punto de vista defendido por nuestros oponentes. Cada argumento podía ser refutado o debilitado, lo que daba pie para señalar errores o contradicciones, plantear objeciones y aclaraciones o solicitar pruebas verosímiles del mantenimiento de opiniones.

Una lección medieval de Laurentius de Voltolina

La Escolástica, doctrina del pensamiento teológico-filosófico medieval como evolución de la antigua Patrística de la antigüedad tardía, tuvo un especial desarrolló en el medievo como la principal corriente de enseñanza tanto en universidades como en escuelas diversas. La Escolástica jugó un importante papel en la construcción de un discurso académico que soportara las refutaciones y críticas hechas por terceros como modelo de enseñanza y defensa de las ideas expuestas.

La figura del estudiante acabó convirtiéndose en un personaje folklórico, patrón muy conocido en romances, teatro, cuentos y versos: pícaros, graciosos instruidos, amantes de las mujeres y hábiles protagonistas de disputas alegóricas.

La disputa burlesca cuenta con una enorme tradición literaria. Para contextualizar esta práctica habitual me detengo como ejemplo reciente en la nota de Vicente de la Fuente (1817-1889) incluida en el Tomo I de Escritos de Santa Teresa, Madrid, M. Rivadeneira, 1861, pág. 525, nota 5:

«Dábase el nombre de Vejamen a la censura o calificación, a veces burlesca, de los méritos o escritos de una persona. En la Universidad de Alcalá formaba parte de los actos académicos para la investidura de Doctor en Teología. El objeto era, según se decía, acostumbrar al graduando a llevar con igual ánimo los honras y las afrentas, sin engreírse con sus honras, a la manera que los romanos ponían al lado del triunfador un esclavo que le insultara. En los colegios se solía dar vejamen a los nuevos colegiales, sujetándoles a farsas, a veces harto indecentes, y que hubieran de prohibir los Visitadores regios.
En la Universidad de Alcalá duraron hasta fines del año de 1834, y tuve ocasión de asistir a varios de ellos. Los estudiantes y la gente de buen humor concurrían a los vejámenes con avidez. El Claustro pleno asistía de ceremonia y con insignias doctorales. Dos estudiantes, sentados al lado del doctorando, recitaban composiciones en verso castellano, el uno echándole en cara todos sus defectos físicos, morales e intelectuales, y el otro elogiándole hiperbólicamente. El padrino resumía el debate en composición latina, en que dirigía al graduando consejos oportunos».

De las muchas y muy conocidas disputas burlescas literarias que se pueden rastrear, me detengo a comentar a grandes rasgos la aparecida en la Segunda Parte del Lazarillo, muy desconocida para el público en general, aunque cada vez más apreciada dentro del ámbito de los especialistas. Dicha obra fue recluida en el índice inquisitorial de 1559, aunque traducida pocos años después al inglés, francés, italiano y holandés en ediciones donde incluían conjuntamente las dos partes, ya que estaba prohibido editar el Lazarillo en su lengua original, aunque no su traducción a otras lenguas.

La Segunda Parte del Lazarillo, impresa en casa del impresor Martín Nucio (Amberes, 1555) apareció por primera vez, junto a la clásica edición primigenia del Lazarillo de 1554 en un solo volumen, lo que venía a suponer una continuación del original castellano en numerosos aspectos. Tanto la originaria edición de 1554 como su Segunda Parte, continúan hasta la fecha siendo anónimas a pesar de sus distintas atribuciones por parte de los investigadores, como Rosa Navarro, quien atribuye la autoría de la continuación del Lazarillo primigenio, aunque sin consenso académico, a Diego Hurtado de Mendoza. [Navarro, Rosa: Diego Hurtado de Mendoza, autor de La Segunda Parte de Lazarillo de Tormes. Revista Clarín, 85, 2010, pp. 3-10].

La Segunda Parte concluye con el capítulo XVIII (Cómo Lázaro se vino a Salamanca, y la amistad y disputa que tuvo con el rector, y cómo se hubo con los estudiantes) que es, precisamente, el capítulo que guarda una mayor relación con las disputas académicas. Es en este último capítulo donde Lázaro alcanza su deseo de lograr el grado de doctor disputando de forma inverosímil con el mismo rector de la universidad de Salamanca de una forma burlesca y paródica, lo que se interpreta como una minusvaloración a la academia salmantina.

Lázaro llega a las aulas salmantinas, vestido para la ocasión, con el propósito de engañar a los licenciados, tal y como se describe en el libro:
«Estando ya algún tanto a mi placer, muy bien vestido y muy bien tratado, quíseme salir de allí do estaba por ver a España y solearme un poco, pues estaba harto del sombrío del agua. Determinado a dó iría, vine a dar conmigo en Salamanca, a donde, según dicen, tienen las ciencias su alojamiento. Y era lo que había muchas veces deseado por probar de engañar alguno de aquellos abades o mantilargos que se llaman hombres de ciencia». 
Las absurdas preguntas formuladas por el rector fueron las siguientes: ¿Cuántos toneles hay en el agua del mar?; ¿Cuántos días han pasado desde que Adán fue criado?; ¿Dónde estaba el fin del mundo?; ¿Cuánta distancia había desde la tierra hasta el cielo? Ante estas preguntas ridículas del rector, Lázaro consigue realzar su dignidad para el regocijo de sus contemporáneos y sus posteriores lectores, que es en definitiva la oculta intención del anónimo autor de esta Segunda Parte en su pretensión de realizar una sátira de los saberes universitarios y del sistema en general. La victoria de Lázaro sobre el rector ha de entenderse como la simbólica victoria de un ser intelectual y socialmente inferior, frente a otro superior en rango. Una vez conseguido su propósito Lázaro acabará cenando y bebiendo con los estudiantes, a los que también acabará desplumando sus dineros por su hábil manejo con los naipes.

La edición digital de la obra completa puede consultarse en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:

http://www.cervantesvirtual.com/obra/la-segunda-parte-de-lazarillo-de-tormes-y-de-sus-fortunas-y-adversidades--0/

El pliego

Tras la invitación a un nutrido auditorio el maestro y el sustentante invitan a escuchar las conclusiones haciendo hincapié en el vestuario de los participantes y utilizando un latín macarrónico de clara intención burlesca.

Una vez que regresan los estudiantes, que se encontraban bebiendo en la taberna y ya graduados "in tabernis", a tomar posesión de sus asientos el sustentante comienza a exponer sus conclusiones para ser luego rebatidas. La primera de ellas sostiene que los hombres de mal pelo, los calvos, son gente baja. Su segundo argumento se centra en la consideración en la poca valoración de las viejas y su acendrado interés por acechar lo ocurrido en una casa. En su tercer argumento afirma que tanto los médicos como los cirujanos se amparan y justifican sus predicciones en la suerte y no en sus previsibles conocimientos.

Los estudiantes tratan de argumentar lo contrario a lo expuesto por el sustentante. Tras todo ello, a lo que se une la teatralidad de la ceremonia, el maestro acaba preguntándose: ¿de aquestas conclusiones qué hemos sacado? La respuesta no se hizo esperar: el tener lindas ganas de haber cenado, acabando todos ellos cantando coplas y bailando.

Este curioso pliego fue impreso originalmente en Valencia en la segunda mitad del siglo XVIII (1758) y reimpreso posteriormente por los sucesores de su primer impresor, Agustín Laborda, en 1822, nada menos que 64 años más tarde, que es la reproducida.









©Antonio Lorenzo

martes, 2 de noviembre de 2021

Ferrocarriles de ultratumba: Líneas del paraíso y del infierno


La iglesia católica supo desde antiguo poner en práctica una eficaz estrategia de propaganda para difundir prácticas y contenidos doctrinales de una forma simplificada para todo tipo de público. Fue el papa Gregorio XV quien fundó en 1622 la llamada Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe, con el propósito de difundir la fe católica en el mundo y contrarrestar las ideas protestantes. La utilización del término "propaganda", en el sentido como la utilizamos hoy, ya se estableció desde entonces. Pero la iglesia no delimitó el concepto de propaganda a una simple labor difusora de contenidos religiosos, sino que también lo extendió a ámbitos políticos, ideológicos y perfiles de todo tipo a lo largo de su extenso recorrido.

La iglesia católica no consideró suficiente el adoctrinamiento a través de los sermones dominicales o festivos. Era preciso recristianizar a las familias mediante la propaganda católica para propagar y difundir la tradición cristiana. El Padre Antonio María Claret, fundador de los Misioneros del Corazón de María en el 1849, más conocidos popularmente como Claretianos, comprendió enseguida la importancia de la imprenta para propagar todo tipo de hojas y libritos para fomentar la doctrina cristiana bajo una forma sencilla y clara para que pudiera ser fácilmente asimilada por el pueblo. Mediante folletos, hojas sueltas o estampas se pretendió crear una especie de guía doctrinal de opinión católica y establecer códigos de comportamiento para una educación popular. Mediante sus hábiles recursos de propaganda no se dudó en utilizar el miedo a la muerte o al más allá como forma de consolidación de su doctrina. Es el caso de esta curiosa guía, confeccionada y distribuida por La Compañía de Jesús, donde se especifican las condiciones a seguir para viajar en un tren de ultratumba hacia el paraíso o hacia el infierno.

En 1868 se creó en España la primera Asociación de Católicos con el fin de llevar a cabo una gran movilización popular a favor del papa Pío IX, quien se vio despojado de sus posesiones territoriales (Estados Pontificios) tras la reunificación de Italia por Víctor Manuel en 1870, por lo que se trató de canalizar una opinión generalista a su favor mediante suscripciones populares al considerado entonces como el papa pobre. 

En el siglo XIX la prensa escrita se desarrolló de forma muy activa convirtiéndose en todo un fenómeno de masas. La iglesia, como guardiana de la ortodoxia católica, se vio impelida a contrarrestar ideas heterodoxas o antirreligiosas mediante la creación y difusión de una prensa de orientación católica. Es lo que se conoció como "la buena prensa" y como guardianes de la ortodoxia. La fuerte movilización del catolicismo en la segunda mitad del siglo XIX se canalizó a través de una soterrada o abierta crítica al sistema liberal y laicista republicano frente a los monárquicos tradicionalistas o integristas, construyendo un discurso conflictivo entre las diversas posturas internas de matiz político. Las disensiones internas, propias de cualquier postura política, no han dejado de suscitar desde entonces la atención de los historiadores.

En el reverso de la lámina que ilustra esta curiosa entrada aparecen unos versos alusivos con la firma J. A. (correspondiente a Juan Alarcón, como más adelante veremos) y con el acrónimo final de A.M.D.G. (Ad Maiorem Dei gloriam, "A mayor gloria de Dios") tomado comúnmente como lema de la Compañía de Jesús.


Guía particular del viajero

Esta Guía particular del viajero, escrita por SAJ, obtuvo una gran acogida y trayectoria editorial. Bajo el seudónimo de SAJ se esconde el escritor, sacerdote jesuita y miembro destacado de la Compañía de Jesús, Julio Alarcón y Menéndez (1843-1923).

Nacido en Córdoba, cultivó de joven la poesía y la música siendo un estudiante destacado de violín y discípulo de Jesús de Monasterio, referente violinista y compositor. Participó durante una corta temporada en la orquesta del Teatro de la Zarzuela madrileña antes de ingresar en la Compañía de Jesús en 1866. Tras sus estudios de Filosofía, Magisterio y Teología, fue ordenado sacerdote en 1878. Escritor de diferentes obras de carácter religioso ejerció como director de la publicación El Mensajero del Corazón de Jesús entre 1886 a 1890, año donde fue sustituido por sus polémicas ideas integristas. 




Mediante esta guía los Padres de la Compañía de Jesús, amparados bajo la escondida firma de Julio Alarcón, diseñaron esta útil guía para encaminar a los fieles hacia el paraíso o al infierno, según fuese su disposición, utilizando el ferrocarril a modo de hábil metáfora para su viaje al más allá.


Como hoja suelta fue muy conocida, vendida y distribuida por las parroquias y vendedores ambulantes. Prueba de la difusión de estos alegóricos viajes, con algunos retoques, aparecieron reseñados posteriormente en el capítulo IX de La noche de las cien cabezas (1934), novela muy olvidada del escritor aragonés Ramón J. Sender (1901-1982), donde apareció impresa y contextualizada la hojita que comentamos.

«Al oír hablar de la luna sintieron la misma sed inefable. Rodaban todas lentamente hacia un portillo de las bardas, cuando llegó una fuerte racha de viento, y el laurel comenzó a reír de nuevo. Con el viento llegaron centenares de hojitas de papel, esta vez impreso. Cayó una hoja sobre cada nariz. Comenzaron a leer a coro todas las cabezas, menos las que desfilaban hacia afuera: Algunas beatas leían la fecha y el pie de imprenta: «Madrid, 1934. Tipografía Católica, San Bernardo, 7».
La echadora de cartas decía antes de morir:
—¡Por las cinco llagas de Jesús crucificado! ¡Una tercera!
Era la única sincera. Las otras querían ir todas en primera clase, la que los sacristanes expedían a cuenta de la virginidad absoluta...».
Buscando ampliar información sobre la Tipografía Católica de la calle San Bernardo, distribuidora de la hoja que nos ocupa, se refiere a la Librería Católica Gregorio del Amo, librería activa desde 1882 y sucesora, a su vez, de la Librería Católica de Miguel Olamendi (fundada en 1848). En su amplio recorrido como distribuidora de libros y folletos religiosos a la venta, a pesar de no contar con imprenta propia, fue posteriormente administrada por sus hijos tras el fallecimiento de su padre. La edición de esta curiosa obra de Sender está fechada en 1934, en plena etapa de la II República española.

©Antonio Lorenzo