En el
último cuarto del siglo XIX y en los comienzos del XX asistimos a la decadencia
de las actividades del bandolerismo como fenómeno social, aunque la figura
arquetípica del bandido generoso tendrá largo aliento tanto en el cine como en
las novelas y el teatro hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX.
Es la
época de célebres bandidos andaluces tardíos que perduran en la memoria
colectiva, como José María Hinojosa, El
Tempranillo (1805-1833), Joaquín Camargo, El Vivillo (1865-1929),
José Ulloa, El Tragabuches (1781- ¿?
), Manuel López Ramírez, El Vizcaya,
Juan Mingolla, Pasos Largos
(1874-1934), Francisco Ríos González, El
Pernales (1879-1907) y Antonio Jiménez Rodríguez, Niño del Arahal (1881-1907).
Estos
últimos bandoleros andaluces reviven en el imaginario colectivo la fama como
‘tópico literario’ que supuso en el siglo XVIII las hazañas de Diego Corrientes (1757-1781). Bien es
cierto que a finales del siglo XIX se produce una cierta degeneración del
modelo, aunque se mantiene vigente el tópico romántico en los periódicos y en
otras publicaciones.
Me voy
a detener en la figura de El Pernales
dando a conocer unos pliegos donde se recoge de forma fabulada su vida y
hazañas.
Francisco
Ríos González nació en el pueblo sevillano de Estepa en 1879, uno más de la
legión de desheredados que poblaban el campo andaluz en aquellos tiempos. Desde
los 10 años trabajó de cabrero; no fue a la escuela, era analfabeto, pero su
padre le enseñó a robar para mejorar su precaria condición. El padre de
Francisco era un ladronzuelo de supervivencia y de pequeños robos pero en una
de sus fechorías se topó con la Guardia Civil y los guardias lo mataron.
La
leyenda cuenta que Francisco se hizo bandolero para vengar a su padre, pero la
carrera de bandido resultaba muy atractiva para un hombre joven y decidido.
Allí mismo, en Estepa, tenía los ejemplos de famosos bandoleros locales: Juan
Caballero, El Lero, detenido,
juzgado y absuelto por falta de pruebas. Con el fruto de sus correrías vivió
holgadamente en el pueblo hasta los 80 años e, incluso, se permitió el lujo de
contarlas en un libro de memorias que redactó el escritor José María Mena.
También era ejemplo Joaquín Camargo, El
Vivillo, muchas veces detenido y otras tantas liberado porque nadie
testificaba contra él, que después de bandolero se hizo picador en la cuadrilla
de Morenito de Talavera y terminó emigrando a Argentina y suicidándose con
cianuro en 1929, aunque antes también redactó sus memorias.
Francisco
Ríos, en la verdad histórica, no era el bandido generoso del tópico literario.
Parece ser que era un personaje cruel y maltratador de su mujer y de sus hijas
pequeñas, quienes debido a sus brutalidades le tuvieron que abandonar. Tampoco
parece cierto el que robara el dinero a los ricos para dárselo a los pobres, sino
para su propio lucro personal y el de su cuadrilla.
El
autor del pliego comenta en el prólogo que lo que relata son ‘hechos reales’ y
no hazañas sacadas de las novelas de Corrientes y Candelas. En el pliego se nos
narra que recibió instrucción en Sevilla y a su regreso, a los 24 años, tomó
plaza de conserje en el Casino de Estepa. Por defender la honra de la que era
su novia, Rocío, tuvo que huir con ella al monte. Pasado el tiempo Rocío le fue
infiel con el bandolero Vizcaya. En una de sus estancias en Sevilla Pernales
conoce a Conchilla, de la que se enamora tras la traición de Rocío. Sintiéndose
cada vez más acorralado huyó con su Conchilla a Valencia, donde esperaban un
hijo. Al aparecer una fotografía en la Revista
Ilustrada, se vio obligado a huir de nuevo. Al enterarse del nacimiento de
su hija regresó a Valencia para conocerla y estar con ella, prometiendo dejar
la vida de bandido. Pero la Guardia Civil lo detuvo cuando pretendían
embarcarse hacia América y lo mataron en una emboscada. Conchilla y la hija de
ambos pasaron gran parte de su vida en la cárcel, resume el pliego. Es de
destacar la ilustración del bandido sosteniendo tiernamente a su hija con la
intención de subrayar su amor paternal, paradigma del tópico de bandolero rudo
pero tierno.
Bonita colección de tangos
En este curioso pliego se entremezclan dos asuntos de gran actualidad en 1907 a raíz de la muerte del Pernales y de la orden gubernamental del cierre de las tabernas.
Respecto a la muerte del bandolero se observan posturas contradictorias: de una parte se alaba a la Guardia Civil por su captura y muerte, y por otra se señala que nunca mató a nadie y se acentúa su poder de seducción con las mujeres. En una segunda parte ya se es más crítico con el bandolero, puesto que se alaba la tranquilidad que produjo su muerte. Da la impresión de que ambas partes no proceden de la misma pluma y de que sus estrofas están unidas de forma inconexa.
El pliego se hace eco también de la normativa de cerrar las tabernas los días festivos y a las doce de la noche los días de diario. Dicha normativa estuvo vigente desde 1907 (justo en el año de la desaparición del Pernales) hasta 1909. La normativa fue promulgada por Juan de la Cierva y Peñafiel (1864-1938), quien fuera ministro de la gobernación del gobierno de Antonio Maura en esos años. Durante el tiempo que permaneció en el cargo emprendió importantes reformas con las que pretendía mejorar las costumbres de los españoles. Elaboró una estricta reglamentación para controlar el horario de apertura y cierre de locales públicos, como teatros, cafés y tabernas con las consiguientes protestas del gremio de taberneros de las que da cuenta el pliego.
Por tradición oral se han conservado romances sobre sus hazañas, de los que conocemos varios y hemos tenido la oportunidad de recoger versiones inéditas similares a algunas de las publicadas.
Adjunto la noticia que publicó el diario ABC sobre su desgraciado final y algunas otras imágenes sacadas de diversas fuentes.
Fotografía original de 'El Pernales' con el sello de la 1ª compañía del cuarto Tercio de la Guardia civil donde vienen detallados todos sus rasgos: 'De 28 años, bajo, ancho de espaldas y pecho, rubio con pecas, bien curtido por el sol, color pálido, ojos grandes y azules, pestañas despobladas y arqueadas hacia arriba; vestido con pantalón, chaqueta corta y chaleco de pana lisa, color pasa...'
Del ropaje mítico a la
cultura de masas
El teatro
y la novela constituyeron una vía excelente para la difusión de las hazañas de
los bandoleros entre un público poco letrado. Esta atracción por lo popular
andaluz se aprecia en obras como las siguientes:
Ramón
López Soler (1806-1835), y sus novelas Los
bandos de Castilla (1830) o Jaime El
Barbudo, o sea la Sierra de Crevillente (1832). De la mente calenturienta
de Manuel Fernández y González (1821-1888): Juan Palomo o la expiación de un bandido (1855); Los siete niños de Écija (1863); Diego Corriente (Historia de un bandido
célebre) (1866); El rey de Sierra
Morena. Aventuras del famoso ladrón José María (1871-1874); Don Miguelito Caparrota, el célebre marqués
ladrón (1872); José María El
Tempranillo. Historia de un buen mozo (1886); El Chato de Benamejí. Vida y milagros de un gran ladrón (1874),
etc.
Y
respecto a las representaciones teatrales:
Sixto
Cámara: Jaime el Barbudo (1853),
drama en tres actos. Luis Mejías y Escassy: Los siete niños de Écija (1865), drama en verso. José María
Gutiérrez de Alba: Diego Corrientes o el
bandido generoso (1848). Enrique Zumel (1822-1897): José María. Drama de costumbres andaluzas, en siete actos en verso;
y otras muchas de este prolífico autor.
Con la
llegada del cine este tipo de obras fue cayendo en el olvido, siendo
sustituidas por películas de marcado ambiente costumbrista. Las películas sobre
bandoleros son deudoras del folletín. En El
signo de la tribu (1915), de Juan María Codina y Juan Solá Mestres, ya no
se trata del bandolero generoso sino que nos encontramos con un bandolero cruel
y prófugo de la justicia, que asola un campamento gitano y se encapricha de una
jovencita con la que luego huye. Otras películas son: Diego Corrientes (1924), de José Buchs; El León de la Sierra (1915), de Alberto Marro; Luis Candelas o el bandido de Madrid (1926), de Armando Guerra,
cada una de ellas con sus peculiaridades, etc.
Quiero aprovechar esta entrada para dar a conocer un curioso pliego
que adquirí, junto con José Manuel Fraile, en la década de 1980 en la calle
Toledo de Madrid. En dicha calle y en aquellas fechas un viejecito exponía su
menguada mercancía en un cordel sujeto con pinzas en la ventana de una sucursal
bancaria. De allí procede el siguiente pliego de marcado carácter burlesco
sobre El bandido Tripalarga.