En los pueblos antiguos y en casi todas las culturas se ha asociado el sol a lo masculino y la luna a lo femenino. La luna ha ejercido enorme influencia por su asociación con las mareas, sus distintas fases asociadas a la menstruación de la mujer, las diferentes interpretaciones de sus cicatrices o manchas, etc.
Numerosos mitos y relatos desarrollan historias pobladas por dioses o personajes legendarios. Dentro de la mitología greco-latina Selene es la diosa que representa la luna, aunque a veces se le ha asociado también con Diana y Artemisa.
Se cuenta que Selene era la hermana de Helios, el dios Sol, y como él, debía iluminar los cielos durante la noche. Pero una de esas noches divisó al pastor Endimión dormido en el monde Latmo, y quedó prendada de él. Así, desapareció de los cielos para recostarse junto al pastor, lo que enfureció a Zeus, quien castigó a Endimión a dormir eternamente. Pero luego, conmovido por las peticiones de Selene, consintió en dejar que la luna desapareciese del cielo varias noches al mes para hacer compañía a su amado, y el resto de los días, Selene se conforma con verle desde lo alto y acariciarle desde ahí.
Este es uno de los mitos más conocidos a los que se podrían añadir otros de diferentes culturas donde se simboliza en general la oposición tinieblas-luz.
La hierogamia o matrimonio sagrado, ya sea entre dioses y mortales o uniones cosmológicas como el cielo y la tierra o como en el caso que nos ocupa, constituyen arquetipos propios de religiones mistéricas así como del simbolismo alquímista. Dado que tanto el sol como la luna alumbran alternativamente por el día y la noche, su encuentro, amoroso o agresivo (según su interpretación), se produce en la formación de los eclipses. Ciertas comunidades mayas tienen un temor ancestral a que ‘se apaguen’, bien sea el sol durante el día o la luna por la noche. El encuentro entre el sol y la luna en los eclipses se considera en estas comunidades como una especie de agresión de uno al otro, ya que parecen ‘morderse’, lo que les atemoriza según se ha recogido en leyendas y relatos. Los eclipses, pues, en su doble vertiente agresiva o amorosa, conlleva funestas consecuencias según las creencias mayas, pues la carencia de luz y de calor afecta singularmente a la vida en general.
El pliego que reproduzco, alejado de estas disquisiciones, tiene una clara finalidad de entretener, pues se detiene en el solemne banquete donde la junta de los dioses asistentes consideran que deben casar a la luna, a lo que ella responde que hace más de cinco meses ha dado palabra de casamiento al sol, relación aceptada al fin gracias a la intervención de Venus. Para celebrar el enlace mandan traer a un sastre de la tierra para cortarle un bello vestido a la luna, pero se ve obligado a modificarlo porque en las pruebas la luna se encuentra en una distinta fase lunar, ya en menguante o en creciente, lo que da pie al autor del pliego a expresar consideraciones morales.
Este interesante pliego está editado en Barcelona por Ignacio Estivill, impresor al que dediqué una entrada que puede consultarse a través del siguiente enlace.
Antonio Lorenzo