Retrato de Villacampa en la revista "La Ilustración Española y Americana" (1889) |
Toda la historia política
del siglo XIX en España ha estado
marcada por los numerosos «pronunciamientos
y asonadas militares» que se
fueron sucediendo durante toda la centuria.
Uno de ellos, y tal vez de los menos
conocidos por su estrepitoso fracaso, fue el protagonizado por el brigadier
(cargo militar que hoy correspondería
al de general de brigada) Manuel Villacampa, en septiembre de 1886, que es el
que motiva la publicación
del pliego que presentamos.
Manuel Villacampa (Betanzos, 1827-Melilla, 1889) fue un militar español
que fue separado del ejército
en 1877 por sus ideas republicanas, aunque fue de nuevo admitido en 1882.
Estuvo implicado en la conspiración
que organizó el que fuera
ministro y jefe de gobierno Ruiz Zorrilla en su intento de restaurar la república.
Para situar en su contexto esta
sublevación conviene
recordar algunos hechos: un año
antes de la fallida sublevación
de Villacampa fallecía Alfonso
XII, dejando a su esposa María
Cristina de Habsburgo, que se encontraba embarazada del futuro Alfonso XIII,
como regente. Alfonso nació
como rey el 17 de mayo del mismo año
del pronunciamiento de Villacampa que se produciría
unos meses más tarde.
La estrategia conspiradora de Ruiz
Zorrilla a manos de Villacampa para restituir la república
consistía en
conseguir que varios grupos de militares se levantasen en armas en diversos
puntos de la península,
esquema típico del
pronunciamiento español, sin
apenas derramamiento de sangre, a semejanza del pronunciamiento de Martínez
Campos en Sagunto que dio origen a la Restauración.
Adjunto un enlace donde se puede ver en una cronología histórica un resumen de los motines, pronunciamientos, conjuras, sublevaciones, rebeliones y golpes de estado acaecidos durante los siglos XIX y XX.
Parece ser que Villacampa adelantó
por su cuenta el pronunciamiento al 19 de septiembre (a Ruiz Zorrilla le
dijeron que sería el 22).
Reunió en una sastrería
de la madrileña calle de
Preciados a varios militares y a algunos civiles para proponerles las diez de
la noche como hora y el cuartel de los Docks, en Atocha, como punto de reunión.
A la hora convenida, los comprometidos de Villacampa recorrieron de punta a
punta Madrid gritando: "¡Viva
la República!".
Uno de los involucrados confesaba años
después que solo les siguió
"una turba de chiquillos" que tomó
el golpe como una chanza.
Abortada la sublevación,
Villacampa fue sometido a un sumarísimo consejo de guerra y condenado a muerte. Sin
embargo, el gobierno de Sagasta le concedió
el indulto que fue ratificado por la regente María
Cristina. Ya indultado fue confinado en un primer momento a la isla
de Fernando Poo (hoy Bioko) hasta su traslado a la ciudad de Melilla el 15 de
febrero de 1887, permaneciendo allí
hasta su muerte, que se produjo el 12 de febrero de 1889.
El indulto a Villacampa por María
Cristina se presentó ante el
pueblo como acto de misericordia de la reina. De hecho, el periódico
republicano «El Liberal»
publicó en el número
del día 6 de octubre de 1886 un artículo
titulado “La corona de
la piedad”, en el que
se leían párrafos
como los siguientes:
«En estos momentos la opinión pública, unánime y henchida de entusiasmo, se acerca a las gradas del trono con el ramo de oliva, que representa la paz, y con la aclamación más espontánea de que puede existir memoria, para colocar sobre la frente de la Reina Regente de España, Mª Cristina, la mejor de todas las coronas: la corona de la piedad».
Esta exaltación
de la generosidad de la soberana es la que convenía
a los partidos filomonárquicos para
despertar las simpatías hacia su
persona.
El pliego, en su conjunto, se lamenta
de la situación de general
ignorancia del pueblo haciéndose
eco de los abusos de poder y promesas incumplidas de los poderosos y de las
influencias para obtener mejores condiciones de vida y de trabajo.
No deja de ser curiosa la mención
en el pliego a la pérdida de las
islas Carolinas, descubiertas por Fernando Magallanes en 1521 en su búsqueda
de especias, y que pasaron a manos de los alemanes por compra de 25 millones de
pesetas. El valor estratégico
de las islas venía dado por
ser escala habitual de las rutas que cruzaban el Pacífico.
El conflicto se zanjó a la postre
con la venta de parte del archipiélago
a los alemanes en 1899 coincidiendo con la guerra hispano-norteamericana y el
desastre colonial. El dominio español
sobre los archipiélagos de las
Marianas, las Carolinas y Palaos, que se ejerció
durante más de
trescientos años, había
llegado a su fin.
Pero el éxito del pliego no se basa, a mi juicio, en el desarrollo de los intereses políticos, ciertamente idealistas de progreso y libertad, que animaban a Villacampa y a su ideólogo Ruiz Zorrilla, sino a la focalización del mismo en la historia sentimental de su hija, que solicitó el indulto para su padre ante Sagasta y ante la propia regente. Es el sentimentalismo el eje sobre el que descansa el desarrollo del pliego, como se manifiesta en la mentira piadosa de su hija Emilia cuando le contesta a su padre en su agonía que la república por la que siempre luchó se ha instaurado.
A pesar de la indiferencia general con la que fue acogido el pronunciamiento de Villacampa no faltaron escritores de cierto renombre que aprovecharon la ocasión como argumento inspirador de alguna de sus obras. Es el caso de Marcos Zapata (1842-1914), que escribió una obra, inspirada en la sublevación del general, titulada «La piedad de una reina», obra de la que adjunto la portada.
La obra fue prohibida por orden
gubernativa para ser representada y las primeras páginas
reproducen la opinión de la
prensa sobre la prohibición
gubernativa, así como las
sesiones del Congreso en las que esta se trató.
Lo que subyace en la prohibición
de la obra es que se aminoraba en ella la actuación
de María Cristina al
indultar a los sublevados de Villacampa. No obstante, la obra alcanzó
cierto éxito y hasta
se llegó a leer en el
Ateneo de Madrid.
El «bonito tango»
Un aspecto que llama la atención
es el porqué de titular
el pliego como «bonito tango».
Dado que no figura la fecha de edición
del pliego, pero que es de suponer de finales del XIX, es posible que el término
ya se refiera al auge que experimentó
el llamado tango americano que, como sabemos, extendió
su influencia muy rápidamente en
España en la segunda mitad del siglo
XIX.
Una noticia del auge del tango como canción, si bien no se corresponde exactamente a lo que ahora conocemos como el tango rioplatense, nos la ofrece Ramón Domínguez en su "Diccionario Nacional o Gran Diccionario Clásico de la Lengua Española" (1846-1847) donde en una de las acepciones sobre la entrada "tango" escribe:
“Americanismo. Canción entremezclada con algunas palabras de la jerga que hablan los negros, la cual se ha hecho popular y de moda entre el vulgo en estos últimos tiempos”.
También lo
define como:
"Colectivo de los mulatos rioplatenses, llegados a ambas orillas del gran estuario con el tráfico de esclavos".
Es decir, al margen de las especulaciones sobre el origen de la palabra los estudiosos del flamenco (en su versión más ortodoxa) consideran que en España ya se conocía el tango flamenco (con las características peculiares que se quiera) como predecesor del llamado tango americano y, desde luego, anterior al tango rioplatense tal y como hoy lo conocemos.
Contraria a esta opinión, Arcadio de Larrea y García Matos defienden el origen americanista de los tangos flamencos, llegando a afirmar: "El tango americano llegó a Cádiz proveniente de La Habana y aquí los gitanos se apoderaron de él aflamencándolo en un proceso ya conocido por repetido", aunque el eminente musicólogo argentino Carlos Vega sostiene el origen hispano del tango.
Sea como fuere, lo cierto es que las influencias entre el tango flamenco, el tango afro-cubano y el tango criollo rioplatense necesitan de una revisión tanto musicológica como literaria.
Antonio Lorenzo