El patrón-modelo de la leyenda de la mujer penitente se forja en el siglo XVI por los propios frailes franciscanos con el fin de de dar notoriedad al convento. Hagamos un ligero repaso de las noticias recogidas en diferentes momentos:
3. Fr. Andrés de Guadalupe, en su
Historia de la Santa Provincia de los Ángeles, Madrid, 1662, recoge noticias desde la fundación del convento en el 1490 hasta el año 1660. Es esta la fuente más conocida y sobre la que han girado las diversas adaptaciones de la pecadora arrepentida.
Hagamos un sucinto desarrollo de la historia: Guadalupe escribe que la penitente ocultó su nombre y edad con el fin de mantener su anonimato. Dice que debió nacer el año 1465, que se crió sin madre y que tuvo una niñez regalada. Con los años se entregó a devaneos y liviandades rodeada de amantes y regalos. Cuando contaba unos treinta años de edad, cundió la noticia de la visita de los Reyes Católicos al santuario (año de 1494). Aprovechó la ocasión y se unió a los expedicionarios visitando el convento, lo que le produjo honda impresión. Tocada con la gracia divina, determinó recuperar la virtud. Postrada ante un crucifijo oyó una voz celestial que le dijo que hallaría en la soledad el remedio que buscaba. Pidió auxilio espiritual a uno de los religiosos, hizo confesión general, quedó confortada y emprendió el regreso a la ciudad.
Transcurrido un año y aprovechando la oscuridad de la noche (estamos ya en 1495), tomó el camino de la montaña con un crucifijo de bronce. En la entrada a los valles cambió sus vestidos con el de una mujer que lavaba en el río, internándose en la montaña donde nadie la viera, hasta que encontró una cueva en la que dio principio a su vida penitente. Venciendo toda clase de dificultades se mantuvo durante diez largos años. Ya en su cuarentena fue cuando se produjo el encuentro con el Padre Siles, quien le dejó su manto para cubrir su desnudez y la confortó espiritualmente administrándole la comunión.
Tras cuatro años de encuentros furtivos y con la ayuda de otros dos religiosos a quienes el padre Siles les contó la historia haciéndoles partícipes de su secreto, a la penitente le sobrevino una enfermedad (estamos ya en 1509) lo que le impidió salir de la cueva. Tras administrarle el viático, una voz divina anunció al día siguiente su tránsito al cielo.
Contada la historia de la pecadora, que era ignorada hasta entonces por la Comunidad, los religiosos se dirigieron a la cueva y recogieron su cuerpo. En su regreso al convento, acompañándose de cánticos, tocó la campana sola, lo que interpretaron como una manifestación religiosa, y procedieron a enterrar su cuerpo, envuelto en el manto del Padre Siles, en la cavidad de una roca, quedando el crucifijo como testigo y símbolo de tan extraordinaria historia de la mujer penitente que habitó en la montaña durante 14 años, falleciendo en 1509 a los 44 años de edad.
Todo esto es lo que se encuentra pormenorizadamente descrito en la obra del padre Guadalupe. Obviamente, se trata de la adaptación de la leyenda de la vida de santa María Egipciaca inserta en un escenario proclive a aumentar el prestigio del Convento de los Ángeles. Tanto las fechas como la visita de los Reyes Católicos son pura invención, al igual que las contradictorias escenas recogidas en los otros escritos, como su enterramiento y su encuentro con el religioso resultan claramente fabulosas.
Guadalupe describe también, y este dato resulta fundamental para el mantenimiento del prestigio del convento de Ntra. Sra. de los Ángeles, que la Reina Católica, por el singular amor que tenía a Juan de la Puebla, quien fuera fundador del convento, decidió otorgar al monasterio una serie de privilegios recogidos en una cédula real dada en Sevilla el 28 de marzo de 1494. En ella se dice:
'Queremos, y es nuestra voluntad, dese este presente dia, mes, y año en adelante, para siempre jamás, hazer merced al dicho Convento e Orden de S. Francisco, de todas las partes, e montañas, que ay yendo de Hornachuelos, luego se mira al Conuento por todo el rio arriba, hasta la buelta, que haze con todos sus valles, é aguas vertientes por vna y otra parte del rio; para el dicho Padre Fray Juan de la Puebla, é los Frayles los ayan; bien assi, como su profession, y la estrecha pobreza de su estado lo permite...'.
La cédula recoge también la prohibición de la presencia de ganado en esos montes: 'nunca ande algún ganado vacuno, cabruno, ni otro alguno'. Se prohíbe también pescar en el río en todo tiempo bajo pena de 'veinte mil marauedis', así como la prohibición de talar o cortar árboles en dicho monte y términos.
La falsedad del documento ha sido demostrada por Guichot, puesto que los Reyes Católicos, en la fecha que figura en la cédula de donación que dieron en Sevilla estaban en Medina del Campo y no pisaron Andalucía en todo el año 1494. Tampoco queda constancia de ella, pues el padre Guadalupe se ampara en los incendios del convento (el primero en 1498) para que no quedase constancia ni rastro de los privilegios otorgados y diese por buena la copia inventada y refundida por los frailes antes de la visita que realizó Felipe II en 1570, donde ratificó la cédula en su buena fe y dio por buenas las mercedes anteriores. Tan complacido salió de la visita que los panegiristas dicen que el monarca se expresó diciendo que 'el monasterio de Montserrat era la caja y el de Los Ángeles la perla'. Los acuerdos fueron de nuevo ratificados y corroborados posteriormente por Felipe IV en 1638.
Otros documentos que recogen la historia de la mujer penitente basados en su mayor parte en los escritos anteriores son:
4. Fernando Pedrique del Monte:
La Montaña de los Ángeles, Córdoba, 1674. Incluye 'una loa de la soledad y un coloquio de la muger famosa'. Guichot no llegó a conocer esta impresión, pues la sitúa a comienzos del siglo XIX en lo que ya serían posteriores reediciones de la obra.
5. P. Juan Tirado:
Epítome historial de la vida admirable de Fray Juan de la Puebla, Madrid, 1724.
El resto de escritos y papeles sueltos que se conocen son de escasa o nula significación en orden a la leyenda de la penitente.
Llegados a este punto cabe preguntarse: ¿Qué pretendían conseguir los frailes mediante estos privilegios? De una parte, asegurarse y acreditar las propiedades y dominios del convento 'para siempre jamás' y prevenir la pesca en el río, así como la tala de árboles para abastecerse de leña e impedir el pastoreo de todo tipo de animales por sus laderas. De otra parte, y aprovechando la autoridad que ejercía la letra escrita, aumentar y fortalecer los intereses piadosos para atraer hacia el convento a un público incondicional y reforzar un cierto 'patriotismo' de singularidad frente a otros monasterios.
Reproduzco el pliego editado en Córdoba que sigue fielmente la narración del Padre Guadalupe. Está editado en Córdoba, sin año, en la imprenta de Luis de Ramos y Coria, cuya actividad impresora sabemos que comprende entre los años 1790 y 1823.