Los testamentos burlescos recogen una antigua tradición de corte carnavalesco y de claro sentido paródico. La tradición de los disparates, en su relación con los testamentos en la tradición folklórica, tanto oral como escrita, es muy abundante. Dentro de los testamentos, a los que ya he dedicado algunas entradas referentes a los de animales recogidos en pliegos de cordel, quiero circunscribirme en esta ocasión a una modalidad de testamentos burlescos, como los que recogen versos de inventarios de bienes ciertamente ridículos. La tradición de los mismos es antigua, pues de los testamentos en general ya conocemos antecedentes literarios en los cancioneros de los siglos XV y XVI, e insertos en entremeses y comedias del Siglo de Oro, y propagados y recogidos incluso en nuestros días, lo que engarza con una tradición secular.
En los testamentos poéticos, en general, confluyen variadas tradiciones y en ellos podemos observar diferentes modalidades o aspectos. En un sentido amplio podemos considerar bajo el rótulo de testamentos poéticos:
Son numerosas las muestras que podíamos traer a colación, pero me voy a detener en aquellos testamentos que suelen incluir la fórmula Apúnteme usted, señor escribano, fórmula muy repetida en recitados y cantares populares de la tradición panhispánica, como iremos viendo.
En los testamentos poéticos, en general, confluyen variadas tradiciones y en ellos podemos observar diferentes modalidades o aspectos. En un sentido amplio podemos considerar bajo el rótulo de testamentos poéticos:
1. Los testamentos de animales, donde legan partes de su cuerpo a distintos destinatarios (testamentos de la zorra, asno, gallo, etc.)
2. Los testamentos de personas reales, donde se aprecia una clara intención doctrinal o moral.
3. Los testamentos de personajes ficticios, de clara intención satírica y humorística.
4. Los "testamentos de amores", donde predomina el carácter amoroso y sentimental, alejados de la comicidad. Son conocidos por su mayor presencia en los cancioneros de los siglos XV y XVI (Cancionero de Baena, Cancionero de palacio, Cancionero de Estúñiga o en el Cancionero General de Hernando del Castillo.
5. Los testamentos propiamente burlescos (en sus distintas variedades) entendidos como un subgénero de los disparates, por el uso del sinsentido, la parodia y la incoherencia como ejes organizadores del discurso bajo la apariencia de una normalidad lingüística.
Dentro de los testamentos burlescos podrían establecerse algunas modalidades, como los que describen humorísticamente el inventario estrafalario y caótico de ajuares de boda o inverosímiles dotes. Si rastreamos por los cancioneros folklóricos podemos encontrar parecido sentido humorístico en cuartetas sueltas que entroncan con esa tradición secular.
Son numerosas las muestras que podíamos traer a colación, pero me voy a detener en aquellos testamentos que suelen incluir la fórmula Apúnteme usted, señor escribano, fórmula muy repetida en recitados y cantares populares de la tradición panhispánica, como iremos viendo.
El escribano, actual notario, era el encargado de recoger por escrito las últimas voluntades de la persona que veía próxima su muerte, quien recogía las disposiciones testamentarias en las llamadas mandas, llamadas así porque cada párrafo comenzaba con la fórmula legal Ítem mando.
Esta fórmula del apúnteme usted, se ha empleado no sólo como ejemplo de testamentos de inventarios pobres en canciones, sino también en refranes e, incluso, en algún cuento tradicional.
Un antecedente literario del Siglo de Oro
Entre los ejemplos de testamento burlesco que podríamos citar he elegido uno de ellos donde se aprecia claramente el sentido paródico del mismo.
Francisco Bernardo de Quirós (1594-1668), dramaturgo poco conocido, escribió la comedia burlesca El hermano de su hermana (Madrid, 1656). Se trata de una parodia donde se mantienen los nombres de los personajes épicos, pero con un sentido cómico-burlesco, práctica frecuente en las comedias burlescas donde se ridiculiza a grandes personajes. Traspone los escenarios, se desmitifican los hechos y se ridiculiza a los personajes históricos. Teniendo en cuenta este marco, es el Cid quien lee el testamento de don Sancho
Francisco Bernardo de Quirós (1594-1668), dramaturgo poco conocido, escribió la comedia burlesca El hermano de su hermana (Madrid, 1656). Se trata de una parodia donde se mantienen los nombres de los personajes épicos, pero con un sentido cómico-burlesco, práctica frecuente en las comedias burlescas donde se ridiculiza a grandes personajes. Traspone los escenarios, se desmitifican los hechos y se ridiculiza a los personajes históricos. Teniendo en cuenta este marco, es el Cid quien lee el testamento de don Sancho
A mi hermana doña Urracadoy, por miedo del sereno,un quitasol que no es buenosino para hacer la caca;unas botas de caminosin capelladas ni cañas;un pavés con telarañasque fue del Architiclino,un caballo regaladoque de Peranzules fue,que no sabe andar a piesi no es por un estrado. (vv.1160-71)
Esta visión paródica de personajes históricos nos presentan al rey y al Cid discutiendo sobre morcillas, buñuelos o rábanos; los moros se nos presentan como excelentes cristianos y se parodian los conocidos romances del Cerco de Zamora ridiculizando a sus personajes en un intento de inversión, propio del carnaval, utilizando el modelo del "mundo al revés".
En esta primera entrada reproduzco un pliego donde se recoge una muestra del tipo de testamento que nos ocupa. Tras el pliego, y aunque la cita es larga, me ha parecido oportuno por lo que aporta, el copiar lo publicado sobre el "ciego de profesión" aparecido en El Panorama, periódico literario que se publica todos los jueves (Segunda época), Madrid, Imprenta de I. Sancha, 1839.
El pliego recoge, aparte de las "cuatro clases de mugeres que hay en Madrid" el chistoso testamento del hermano a su hermana, reimpreso en Barcelona en 1854.
El pliego recoge, aparte de las "cuatro clases de mugeres que hay en Madrid" el chistoso testamento del hermano a su hermana, reimpreso en Barcelona en 1854.
La popularidad del tema con la fórmula inicial del apúnteme usted llegó incluso a ser interpretado (eso sí, en un español infame) por la actriz Rita Hayworth en la película Los amores de Carmen, que protagonizó junto a Glenn Ford en 1948. También lo encontramos interpretado por Miguel de Molina con el título de Testamento de un gitano, pero de ello informaré en otra entrada.
Hay ciegos de nacimiento: los hay de resultas de enfermedades que les han privado de la vista; los hay finalmente de oficio. De estos hablo, advirtiendo que los ciegos de oficio no necesitan ser ciegos para llamarse tales, si bien muchos lo son.Apúnteme usted,
El ciego de profesión es un jénero (sic), y todas sus especies de ocupan del entretenimiento o diversión de los que se jactan de tener vista, aunque hasta ahora está por averiguar si es el que ve quien entretiene y divierte al ciego, o este al que le oye o le compra gacetas y romances.
Preséntase en primer término el ciego de la gaita, con su ancho y sucio morral, su capa taraseada de azul y verde, sus polainas polvorosas, un garrote ferrado y tobusto, un sombrero a lo patrón de España, Bragas y chaqueta de paño que ha sido pardo y ya suele ser rubio; y en cuanto a camisa... dicen sus declinaciones: vocativo caret. Pulsa, mal he dicho, agovia (sic) bajo las encallecidas yemas de los dedos de la mano izquierda el inharmónico y cerdoso instrumento. Empuña con la derecha la tremebunda clava, y entre el dedo del corazón y el inmediato sujeta con una lazada la mugrienta cuerda que va a parar al collar del pequeñp gosque. Síguele a muy corta distancia mofletudo y dsevergonzado rapaz, traza aproximadamente igual a la del protagonista, fuera de la capa: llámase lazarillo. Sujeta sus pulgares lazada rústica en que se ensartan las enormes castañuelas que repica de cuando en cuando, y que son como el zimbel para cazar papamoscas de calle y de balcón, de taberna y de tienda de curioso guantero, de casa modesta y de elegante palacio; porque los papamoscas abundan en todas partes. El ciego de la gaita es perezoso: levántase a las nueve en verano y a las diez en invierno: discurre de plaza en plaza, desde el Saladero al Rastro, y atraviesa en todos sentidos la población, pescando aquí un mendrugo, allá un ochavo, y más allá un encontron con perro, lazarillo y todo, y repitiendo el famoso testamento, cuyo estrivillo (sic) es
Señor escribano.
El muchacho se come la parte más suculenta de las vituallas del Belisario filarmónico; y parado delante de cualquier balcón en que ve una mujer, aunque sea de sesenta, exclama puesto en jarras:
Cara de santa Rita
Que...! (Punto y aparte.)
A las dos de la tarde ya está el ciego de gaita en la ribera del apacible Manzanares. Aquel es, por excelencia, su terreno! Allí apura todos los recursos de su garganta, deshaciéndose en gorjeos que si son broncos, no dejan sin embargo de ser gorjeos! Allí es ver como ajitado (sic) por el astro divino de los Homeros de su estofa, improvisa variantes a cual más epigramática, instructiva o chusca a la oración de Ánimas, al responso de san Antonio, a las coplas de Calaínos, y al romance del famoso Lonjinos! Y qué si embozado en la remendada pañosa, y teniendo debajo el acólito, proporciona al auditorio tres o cuatro escenas del siempre divertido, siempre travieso Juan de las Viñas! Las lavanderas con patente suspenden sus labores: las lavanderas por extraordinario abandonan la banca: los mozos del lavadero acorren con tanta boca abierta: los pillos transeúntes se acercan igualmente al corro mientras algunos de sus cofrades, aprovechando la jeneral (sic) distracción, descuelgan tal cual camisa, o tal cual sábana que no estaba muy segura, y la ponen a buen recaudo. El ciego de la gaita triunfa en aquel momento: su voz suena para aquellas jentes (sic) muy más agradable que la de un tribuno en el foro romano: el lazarillo brinca en los entreactos, loquea y vomita desvergüenzas de a folio; y de trecho en trecho, y de corro en corro, tomando aquí un torrezno y allá un vaso de vino cristiano (porque no se consienten moros en las afueras) ganan amo y mozo, contentos y roncos, borrachos y cansados, la puerta de Segovia."
El autor de este verdadero cuadro de costumbres es Agustín Azcona, actor y autor de obras dramáticas y zarzuelas y de una inacabada Historia de Madrid desde sus tiempos más antiguos hasta nuestros días, obra de la que solo se publicó la primera parte en 1843, debido a una enfermedad que le fue dejando ciego.
©Antonio Lorenzo