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José García Ramos (1852-1912) - Baile por bulerías |
El andalucismo y el madrileñismo se unen en este pliego. Julio Caro Baroja, en su innovador y fundacional estudio Ensayo sobre la literatura de cordel (Madrid, edit. Revista de Occidente, 1969) sitúa la moda del andalucismo, como tema literario, pictórico y musical, entre 1830 y 1860. El ilustre investigador lo achaca, entre otras razones, a la reacción nacionalista frente a la influencia de «lo francés», como afirmación y revalorización popular, al igual que ocurrió en el siglo XVIII con el llamado «majismo». Este auge del andalucismo, al igual que su derivación en el gitanismo, se convirtió en motivo literario que fue adquiriendo prestigio hallándose presente en tonadillas y sainetes.
Tanto el andalucismo como el madrileñismo son conceptos que remiten a un localismo más o menos extenso y que encontró su más amplia vigencia durante el siglo XIX, bien sea por los escritores costumbristas o por otras manifestaciones artísticas que pretendían destacar lo propio. Este tipo de impresos populares tratan de acentuar lo propio mediante el lenguaje. El uso de un determinado lenguaje denota que nos encontramos con sistemas culturales diferentes, pues no deja de ser un particular e importante generador de identidad cultural.
Buena parte de las canciones de moda andaluzas alcanzaron gran éxito en los ambientes musicales de Madrid. Los pliegos distribuidos por los ciegos no fueron ajenos a esa confraternización del andalucismo y madrileñismo, como puede observarse en el pliego reproducido.
El pliego se detiene en cuatro canciones sobre oficios populares: el primero de ellos, titulado Las caleseras, al igual que otros estilos camperos andaluces, era un tipo de canción que solía interpretarse por los conductores de las calesas para entretener a los viajeros en su trayecto al compás del trote de las caballerías, o bien en las paradas obligadas en las ventas, siendo en general la estructura de su copla variantes de la tan conocida seguidilla.
La Calesera es conocida también por ser el título de una conocida zarzuela en tres actos de los libretistas Emilio González del Castillo y Luis Martínez Román, con música de Francisco Alonso. Fue estrenada con gran éxito en el madrileño Teatro de la Zarzuela el 12 de diciembre de 1925.
El pliego continúa con la canción de El salinero andaluz. El trabajo del salinero fue siempre muy duro, pues había que aguantar el calor y la luz del sol que se reflejaba en la superficie del agua y la sal que llegaba a ser cegadora, aparte de la sequedad que la sal producía en la piel. La dureza del oficio se refleja en el texto de la canción del salinero andaluz y, como es frecuente, utilizando una peculiar jerga o modalidad léxica que pretende acentuar de forma desorbitada el habla andaluza.
Aparece a continuación la canción de La fuencarralera. La canción alude a las vendedoras ambulantes de hortalizas que se desplazaban desde el pueblo cercano de Fuencarral a Madrid. Estas mujeres se desplazaban a la capital, ya fuera en burro o caminando, pregonando sus mercancías. Personajes populares desaparecidos que han dejado su huella en la literatura costumbrista.
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"Gritos de Madrid". Grabado de Miguel Gamborino (1760-1828) conservado en Gallica (Biblioteca Nacional Francesa) |
La canción dedicada a El sereno, alude a quienes fueron guardianes nocturnos de las calles de Madrid y de otras ciudades. Las primeras noticias sobre ellos datan en el año 1715, pero no es hasta el año 1765 cuando se crea el Cuerpo de Serenos. Aparte de sus funciones de vigilancia, tenían encomendado el activar y vigilar el entonces alumbrado público de los faroles de petróleo, acompañar y abrir los portales de las viviendas de los vecinos o avisar a la policía o a los servicios sanitarios de cualquier incidente que requiriera su presencia.
Pero si algo perdura en la memoria de quienes los han llegado a conocer lo es por sus pregones a voz alzada de las medias y los cuartos de cada hora, además de informar de las condiciones meteorológicas de la noche, como por ejemplo: «Las cuatro y media y sereeenooo».
También era peculiar su atuendo, que fue cambiando con los años. Pero se les recuerda con un capote gris, gorra de plato y el llamado «chuzo» o palo acabado en punta de hierro, un enorme manojo de llaves y un silbato de bronce. A este respecto, y por el tan frecuente uso que hacían del silbato, la policía no lo tomaba en serio y de ahí el refrán: “tomar por el pito de un sereno”.
Como curiosidad, reproduzco la portada del Reglamento de los serenos de 1840, donde ya se unifican y delimitan sus ocupaciones. Con posterioridad se plantea la distinción entre el Servicio de Serenos de Comercio y Vecindario de Madrid en 1907, donde se distinguen entre serenos de la villa, adjuntos a la Policía Municipal, y serenos de comercio, a modo de auxiliares de los primeros.
Con la llegada de los porteros automáticos este viejo oficio, cuyos integrantes solían proceder de Galicia o Asturias, acabó disolviéndose hacia los años 70 del pasado siglo.